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En la sede de la Federación Española de Ciclismo suena la voz de trueno de Dalmacio Langarica: "¿El jefe de filas? ¡El jefe de filas soy yo!".

Tieso como un palo frente a él, el ceño fruncido, la mirada encendida, Jesús Loroño; el ciclista del coraje, taciturno larrabetzuarra que rivalizaba con Federico Martín Bahamontes, más genial quizás, pero más voluble, de carácter complicado, en uno de los duelos más intensos de la historia del ciclismo. Erguido ante Langarica, él, Loroño, las palabras retumbando en su cabeza como las baquetas en el cuero del tambor de la Legión. "El jefe de filas soy yo"... No contuvo la ira. "Pues me voy", le dijo al director de Otxandio. Dio media vuelta y se fue. Con el orgullo herido, dolido. Langarica, la Federación Española, había tomado partido por Bahamontes. El toledano sería, sin discusión, el líder único de la Selección Nacional en el Tour del 59.

"Jesús no podía admitirlo", recuerda Antón Barrutia, uno de los presentes en aquella reunión de Madrid y el hombre que acompañó a Loroño en el viaje de vuelta a Euskadi. "Cuando escuchó lo que le decían y decidió irse porque se negaba a trabajar para Bahamontes, Dalmacio me dijo que me fuera con él. Volvimos los dos en un 4/4 (el mítico modelo de Renault). ¿Qué decía? Poco, no era hombre de muchas palabras, pero estaba enfadado con Dalmacio, muy enfadado", rescata Barrutia.

A Loroño le escoció haber perdido en su enfrentamiento con Bahamontes, algo que consideraba una afrenta, pero le agrietó más aún el alma que fuese Langarica el que había tomado la decisión. "Porque eran amigos", afirma Josu Loroño, hijo de Jesús. Sus carreras se cruzaron en profesionales. Langarica había decido ser ciclista con 16 años, un día de 1934 en el que vio correr a Gino Bartali en la Vuelta al País Vasco. Mimetismo puro. Nueve años después era profesional. Dicen, que de los buenos, un ciclista de andamiaje portentoso, alto, fuerte, rudo, pesado, que chocaba, sin embargo, con el prototipo del corredor español, pequeño, enjuto, prodigioso escalador. En aquella década rivalizó con Delio Rodríguez y, sobre todo, con Julián Berrendero. También con Bernardo Ruiz, que aún le recuerda. "Corrí muchas veces con él. Era un buen corredor, muy del norte, pero tenía mucha fantasía. Quiero decir que creía que era más de lo que era", dice el alicantino, quien no olvida que eran los periodistas Francisco de Ubieta y Manuel Cerván "los que engrandecían su figura, los que le adulaban más de lo que yo creo que era". Matices aparte, Langarica fue un ciclista de trayectoria enorme culminada por la victoria en la Vuelta a España de 1946, donde ganó, además, cinco etapas. También corrió el Tour. Cuatro veces, aunque sólo logró acabarlo en 1951 (58º) y 1953 (73º).

Fue en esa edición, la del 53, cuando coincidió con Loroño, quien debutaba en la Grande Bouclé. "Durante el Tour, Dalmacio y aita dormían en la misma habitación. Tenían una gran amistad. Creo que, incluso, se limpiaban el culotte el uno al otro. Figúrate". Entonces, el de Otxandio estaba en los estertores de una trayectoria que liquidaría dos años más tarde; el de Larrabetzu, con 27 años, en plenitud física. Desbordaba, además, osadía. La víspera de la etapa Pau-Cauterets, Loroño se confesó ante Langarica:

-Dalmacio, mañana voy a atacar.

-¿Qué? ¿Estás loco? ¿A dónde te crees que vas? Esto es el Tour.

-Me da igual, yo voy a atacar.

Al día siguiente, Loroño venció en Cauterets. Y más tarde, vistió el último maillot de la montaña en París.

Un año después, Langarica coincidió en el equipo con Bahamontes. "Era bueno, pero un ciclista extraño. Era inusualmente fuerte y grande, pero para el peso que tenía, que era mucho, subía bien", cuenta el Águila de Toledo, quien reflexiona sobre la trascendencia de aquel año que compartió con Langarica: "Fue importante porque pudo conocerme. Sabía cuáles eran mis cualidades cuando más tarde tuvo que tomar aquella decisión".

Fue en 1959, los días previos a que la Selección Nacional -el Tour se corría entonces por países- partiese hacia Francia y el enfrentamiento entre Loroño y Bahamontes alcanzase cotas insospechadas. Porque fue el ciclista toledano el que puso a Langarica en la tesitura de tener que elegir entre uno u otro para enfrentarse a Charly Gaul, Jacques Anquetil, Louison Bobet o Roger Rivière en el Tour. "Yo había vivido una experiencia fatal en la Volta a Catalunya, donde todos se aliaron contra mí para que Loroño ganase. No quería que eso se repitiese. No estaba dispuesto a correr con el enemigo en casa. Así que le dije a Dalmacio que eligiese entre Jesús o yo", traza Bahamontes. Dalmacio se quedó con el toledano. A Loroño se lo comunicó en persona aquella mañana de Madrid en la que el de Larrabetzu le preguntó quién sería el jefe de filas en el Tour y Langarica le respondió: "¡El jefe de filas soy yo! Si vienes es para trabajar para Fede". No le hizo falta abundar en la explicación para que Loroño comprendiese, le soltase aquel lapidario "yo no voy de domestique ni de Coppi", se diese media vuelta y montase en el 4/4 junto a Antón Barrutia para regresar malencarado, rugiendo, blasfemando.

"Hubo más que palabras aquel día en la Federación", apunta Josu Loroño; "aita estaba dolido por la amistad que le unía a Dalmacio y porque entendía que todo aquello era una injusticia. Fue un acontecimiento grave, pero es cierto que se desmadró. Aita era un ídolo en Euskadi, la situación política era la que era...". "En la misma puerta de la Federación", recuerda Bahamontes, "alguien llamó antivasco a Dalmacio y éste, enrabietado, le pegó un puñetazo en el que se rompió un dedo". Aquello no fue una anécdota. En Bilbao, "y menos mal que Bahamontes ganó el Tour", suspira Josu Loroño, la situación se tornó dramática. "Fue desagradable, pero aita siempre estuvo en contra de aquello, al margen". Langarica tenía un taller de bicicletas en la calle Elcano cuyos cristales fueron apedreados sistemáticamente; recibió amenazas; anónimos hirientes; su mujer era insultada por la calle y le escupían cuando la reconocían en el autobús. "Se portaron mal con él. Aquello fue demasiado. Yo hablaba con él. Decía que quería irse. Pensaba en trasladarse al centro, a Toledo, a Madrid...".

El pionero Con aquella brecha abierta, supurando, "aita y Dalmacio se distanciaron, no volvieron a hablarse y en casa se mencionaba poco el nombre de Langarica, que parecía no existir", el director de Otxandio se abrió paso en el ciclismo, una jungla. La gobernaban los egos. Mandaban los ciclistas, los ídolos. "Cada uno iba a lo suyo, no había sentimiento de equipo ni nada de eso que hay ahora", explica Bahamontes. Langarica tenía otra concepción. Nueva. Moderna. Imaginaba, quizás escarmentado, quizás repudiando lo vivido, un conjunto que basase su poder en el bloque más que en las individualidades. El KAS fue la materialización de su sueño. El KAS que nació en 1959 y al que Langarica llegó tres años más tarde. El KAS de Segu, Momeñe, Carlos Echeverría, Urrestarazu, Sagarduy, Valentín Uriona o Barrutia. El KAS de Patxi Gabica, Paco Galdos, el de Eusebio Vélez. El KAS que en el Campeonato de España de Montaña del 64 en Asturias se estrelló contra un único ciclista que atacó de salida. Retador. A rueda, todos. Y a todos eliminó. Uno a uno. Era Julio Jiménez el que hizo desesperar a Langarica, el que tambaleó los cimientos de su ideología ciclista, la de nada vence al grupo. Así que lo fichó. Para el Tour.

"Fue un director excepcional", recuerda el abulense. "No le hacían falta muchas palabras para hacerse entender. Con una mirada lo decía todo. Era inteligente, sabía por dónde pisaba y se valía de la psicología. Pero siempre tenía el equipo en la cabeza. El bloque era lo que realmente le importaba". Ganó dos veces la general por equipos del Tour con el KAS, con el que también triunfo en la crono por escuadras, y una más con la selección. "Y a mí me hizo ganar etapas, como aquella del Puy de Dome en el 64 cuando Anquetil y Poulidor se jugaban el Tour", dice el Relojero de Ávila. "A Julito le hizo correr con unas ruedas ultraligeras y a mí me puso a su lado para que durante toda la etapa fuera diciéndole le bueno que era. Quería que le diese moral", rememora Antón Barrutia.

"Era buena persona, aunque terco y estricto. Se le tenía el respeto de un padre. Era don Dalmacio. Tenía carisma. Transmitía mucho sin decirlo", apunta Txomin Perurena. "Dignificó esta profesión, al ciclista", ahonda Luis Zubero, "porque fue un pionero, con aquel KAS, un innovador, el primero en crear una verdadero estructura de equipo".

Y, precisamente, fue aquel equipo de su alma el que le mató. "Dos veces: la primera, cuando le echaron; la segunda, al desvivirse por reconstruir el equipo después de su primera desaparición. Dalmacio era entonces un director de otra época que no entendía el nuevo ciclismo, los sueldos de los corredores... aquello le fue matando", explica Perurena. Fue un 24 de enero de 1985, una semana antes de que se presentara el nuevo KAS que él rearmó.

Cinco años antes, Langarica se había presentado una noche en el bar que Loroño tenía en Alameda de Rekalde. Se estrecharon, solemnes, la mano. Y luego, cenando, olvidaron quién era el jefe de filas.