Apenas un año después de su apertura, el Museo Guggenheim Bilbao acogió una muestra consagrada a Helen Frankenthaler (1928-2011). En aquella exhibición de 1998, se hacía alusión a los inicios de la artista, que con 23 años realizó su legendaria pintura Montañas y mar (1952), la primera obra en la que utilizó su famosa técnica a base de “manchas de color absorbidas”, también conocida como “empapar y manchar”. La artista, una rara avis en el mundo del arte –al conseguir reconocimiento entre sus coetáneos a pesar de ser mujer–, vuelve a la pinacoteca bilbaina para mostrar su extensa trayectoria junto a obras de otros creadores de la época. Helen Frankenthaler: Pintura sin reglas es la segunda gran exposición del año consagrada a una figura femenina cuyos lienzos cohabitarán en la pinacoteca, a partir del 11 de abril, con las obras de la brasileña Tarsila do Amaral.
La muestra, que se inaugurará en un momento significativo para el Museo Guggenheim –será la segunda presentada por Miren Arzallus como directora general–, reunirá treinta abstracciones poéticas creadas por la pintora entre 1953 y 2002 en la sala 105. Pero más allá, la exhibición tratará de poner en diálogo sus obras con pinturas y esculturas creadas por otros artistas coetáneos como Jackson Pollock, Morris Louis, Robert Motherwell, Mark Rothko, Kenneth Noland, David Smith o Anthony Caro, poniendo de relieve las sinergias generadas con los creadores de la efervescente escena neoyorquina de la época. Con ello, la muestra evidencia un esfuerzo para rendir homenaje a una artista revolucionaria que también desarrolló obras escultóricas, grabados e incluso escenografías para teatro, desde la perspectiva de las afinidades e influencias que marcaron su vida.
"EMPAPAR Y MANCHAR"
Frankenthaler desempeñó un papel fundamental en la transición del expresionismo abstracto a la pintura de campos de color. No obstante, es conocida principalmente como inventora de la técnica “empapar y manchar”. A través de su modus operandi, basado en aplicar pintura diluida sobre lienzos monumentales sin imprimación colocados en el suelo de su taller, creaba efectos similares a los de la acuarela, empleando primero el óleo y posteriormente el acrílico. En esta ocasión, la muestra Pintura sin reglas es una amplia retrospectiva en la que se ahondará en la obra de una de las máximas exponentes de la segunda generación del expresionismo abstracto, década a década, mientras hacía de puente hacia la pintura de campos de color.
Organizada por la Fondazione Palazzo Strozzi, de Florencia, y la Helen Frankenthaler Foundation, de Nueva York, en colaboración con el Museo Guggenheim Bilbao, la muestra exhibirá, además, dos pinturas de la artista adquiridas recientemente por la pinacoteca: Réquiem (1992) y Santorini (1965), esta última una donación por parte de la fundación que lleva el nombre de la artista.
DÉCADA A DÉCADA
La muestra arranca en los 50, cuando Frankenthaler contempló por primera vez en la Betty Parson Gallery las abstracciones de Jackson Pollock, de quien adoptó la percepción de que la pintura tenía que ser un proceso abierto equivalente al dibujo. Esa mentalidad desinhibida fue la catalizadora de Montañas y mar (1952). Posteriormente, los veranos que pasó junto al mar en Cabo Cod, Massachusetts, en la década de los 60 imprimieron un nuevo rumbo a sus pintura. Las ingrávidas nubes de Tutti-Frutti (1966) emanan un optimista desenfreno, mientras que las bandas rectilíneas de El límite humano (1967) descienden de forma monolítica. “¡No hay reglas!”, fue el mantra que compartía con el escultor David Smith, de quien también se podrán ver algunas obras en Bilbao.
Italia, Francia, Suiza, Austria, Inglaterra... los viajes se sucedieron tras su divorcio a comienzos de los 70, aunque también compró una casa con una vista despejada a Long Island. Una serie de pinturas “con franjas” de mediados de los años setenta sugieren el movimiento vertical de un paisaje urbano. En Azul móvil (1973) trascendió los límites de la técnica de las manchas. Frankenthaler consiguió el equilibrio entre el mantenimiento de su presencia en Nueva York y el aislamiento cerca del mar para seguir pintando. Mientras tanto, la artista siguió buscando inspiración en otras épocas, con Tiziano, Velázquez o Manet como referentes. De ahí plasmó algunos trabajos como Luz oriental (1982), Madrid (1984) o Contemplando las estrellas (1989).
A PARTIR DE LOS 90
Cuando llegó la década de los 90, Frankenthaler abordaba la pintura de dos formas: ambas podían comenzar de un modo espontáneo pero resolverse de forma diversa. La primera podía comenzar y terminar en una sola sesión, mientras que la segunda producía una “superficie más trabajada o raspada, a menudo más oscura, más densa”. Fue en esta etapa cuando llegaron las grandes exposiciones dedicadas a sus obras y en 2001 obtuvo la Medalla Nacional de las Artes, el mayor honor concedido a una artista en nombre del pueblo en Estados Unidos. Siempre alternó la pintura sobre lienzo y sobre papel e, incluso, cuando los problemas de salud comenzaron a mermar su productividad, continuó realizando ediciones de grabados.