“Menos mal que ya pasó todo eso”, se oye a Juan Carlos Pérez, líder de Itoiz, al rememorar la febril etapa de composición de Ezekiel, el segundo disco del peculiar grupo euskaldun, que surgió en el ámbito de las verbenas como Indar Trabes y pasó por el rock sinfónico antes de enfangarse en los sonidos modernos de la nueva ola ochentera. Hoy volcado en la composición de sinfonías y óperas, Juan Carlos (JC) se ha prestado a revisar la obra del grupo –y la suya personal– en Itoiz Udako sesioak, película documental con guion y dirección de Larraitz Zuazo, Zuri Goikoetxea y Ainhoa Andraka que hoy presenta Zinebi.

La de hoy en la sala 8 de los Cines Golem de Bilbao, a las 21.30 horas, en el marco de la sesión oficial de Zinebi, será una sesión otoñal, no la veraniega a la que alude el título de este documental que se estrenará en los cines en enero de 2025 y que se presenta tan atípico como los propios Itoiz, banda que funcionó siempre como una isla a pesar de su éxito intergeneracional y debido a la visión entre poética y existencialista de JC frente al compromiso político de los 80, de trazo grueso, que dominó (casi) toda expresión artística y social en la época.

Esas sesiones veraniegas a las que alude el título del documental se refieren a una cinta que JC y los embrionarios Itoiz grabaron en el estío adolescente de 1974, justo hace ahora 50 años, en la que soñaban con crear “un grupo de rock” al estilo de Yes, Genesis o The Doors. En la visionaria escena –el proyecto se convirtió en realidad hasta 1988– se advierte ya el liderazgo de JC, que impone a su amigo Foisis Garate, hoy miembro de la BOS, hacerse cargo del bajo.

Las tres directoras del documental Itoiz Udako sesioak NG

Las tres directoras del documental, cuyo avance pasó por Cannes a la búsqueda de agentes internacionales para su distribución, han optado por ofrecer un viaje musical de Itoiz y, por tanto, emocional y personal de Pérez, alejado de convencionalismos, rompiendo la línea cronológica del discurso narrativo y alternando realidad e historia ficcionada, música grabada y en vivo, fotografías y entrevistas añejas y actuales… e incluyendo hasta un tema inédito, Igande gaua, y la visión actualizada de Itoiz con una versión actual de Lambrora, tema de Alkolea (1982).

Partiendo de unas cintas inéditas encontradas y en descomposición a las que se les desprenden los cachitos de hierro y cromo a los que canta Kiko Veneno, un sorprendente JC, que hasta ahora se negaba a sacar del armario a Itoiz, nos conduce, gracias a la mano firme y a la vez libérrima de las directoras, a una reflexión del significado de la banda euskaldun desde sus inicios en el grupo de verbenas Indar Trabes, que debutó en la sala Venezia de Mutriku, con el líder haciendo frente a su timidez y vergüenza, a la disolución tras el éxito en 1988, cuando se había convertido en “un trabajo de oficina”, como confiesa Pérez a Foisis en una comida, cuando espacios como la Plaza Nueva de Bilbao, a punto de reventar por el alto volumen y el agujero del aparcamiento que acogía su subsuelo.

Encuentros y entrevistas

A lo largo de sus 100 minutos, en los que el huidizo y reflexivo JC parece reconciliarse con su pasado, la historia viaja entre la realidad de las actuaciones en televisión y las entrevistas pasadas –aparecen un pipiolo Kaki Arkarazo, Javier Gurruchaga, Edurne Ormazabal...–, a los encuentros actuales de Pérez con el técnico de sonido Jose Lastra, entre la sorpresa de ambos por lo escuchado cuando Pérez era apenas un veinteañero, y varios miembros de Itoiz.

Sin rencor alguno tras el paso de los años, el batería Jimmy Arrabit llega a tildar de “traición” la disolución del grupo, decisión unilateral y “no anunciada” al resto, mientras que el primer teclista, Annton Fernández, reivindica la subvención de 30.000 pesetas que su ama entregó para grabar el debut discográfico y se denomina “el secreto mejor guardado” de Itoiz, ya que él es eibartarra y siempre se habló de la banda como originaria de Mutriku y Ondarru.

Y mientras Jean–Marie Ecay coincide con Pérez en el papel relevante de su guitarra en “el cambio estilístico fuerte” de Itoiz, muy criticado por algunos seguidores, cuando se lanzó a la nueva ola y el pop vía The Police, los encuentros, y el propio documental, cobran especial relevancia narrativa cuando los interlocutores de Pérez desaparecen, dejando la duda de si las conversaciones son reales o imaginadas. Ahí, sobresale la mantenida con Bernardo Atxaga, tablero de ajedrez mediante y con el telón de fondo del amor, la poesía, la abstracción, la curiosidad y la fantasía.

Beste bat

Otro de los grandes aciertos del documental, que apenas dedica un minuto a Lau teilatu, el mayor éxito del grupo, del que Pérez renegaba porque “no es una canción para compartir y ni es sinfónico ni es rock”, son las escenas ficcionadas, con actores reales y cameo incluido de Tom Bulego, para documentar los periodos adolescentes y juveniles de Pérez y sus colegas. Ellos ponen imagen a los años de aprendizaje de coros y solfeo, al disco fórum de un álbum de Emerson, Lake & Palmer, a sus primeros conciertos… Todo con el protagonista con gafas y pantalones cortos entre unos crucifijos y Fantas que van desapareciendo para dejar paso a minifaldas, copas, cigarrillos, motos…

“Beste bat, beste bat”. Con esa petición arranca el documental tras tocar Hegal egiten en un concierto de imagen casi pirata. Es solo una de las múltiples cesiones de videos y fotografías de personas anónimas convertidas en protagonistas de una historia que merecía ser contada por la importancia del grupo y la personalidad de su líder, que, por fin, parece sentirse liberado de esa mochila juvenil. “Me impresiona e intranquiliza”, asegura al escuchar una vieja cinta de Ezekiel. “Qué energía”, recuerda antes de asegurar que “lo pasé mal con ese disco; quizás alguien lo pase mal en las cosas que tienen relevancia; yo estaba pidiendo algo, dándolo todo para que me escucharan. ¿Necesitamos tanto?”, se pregunta. Por cierto, al final del documental suenan varios “beste bat” más. La película en sí no deja de ser otro.