Tras ocho años de silencio y tres décadas después de Screamadelica, su obra cumbre y el despertar de la generación rave y del acid jazz al mundo del rock y el gospel, Primal Screm siguen en la brecha con disco nuevo, Come Ahead (BMG.Universal), un álbum analógico, de raíz negra, sin apenas electrónica y muchas cuerdas, coros gospel, ritmos disco funk y pasión soul. Y tan ecléctico, anárquico, caótico, bailable, retro y hedonista como político en su defensa de “la insurrección del amor” para combatir los conflictos creados por el capitalismo y el colonialismo.

“Tú tienes el dinero, pero yo tengo el alma”, cantaba su líder, Bobby Gillespie, el siglo pasado. Quizás ese sea el motivo por el que los escoceses hayan logrado trascender ante tanto advenedizo pop millonario y un corolario de envejecidos colegas a lo largo de cuatro décadas. El arte, el que perdura, va de vísceras, de mostrar tus miedos, tus deseos, tus taras, tu arrogancia incluso y, cómo no, tu visión del mundo y cómo la canalizas para, a través de tus acciones artísticas, convertirla en correa de transmisión para intentar hacerlo más equitativo porque, como cantaba en el cierre de su primer disco, Jesus Can´t Save Me.

Vestido con la armadura de la utopía y anclado en la barricada de los sindicalistas de su tierra de los 70 entre los que creció aferrada a su escuálida figura, el espíritu punk de Gillespie sigue vivo a sus 63 años con un álbum que se ha hecho esperar –nada menos que ocho años– desde que entregaron Chaosmosis, un trabajo solamente solvente y en el que la electrónica y el pop ganaban por goleada a las guitarras mientras el líder defendía que toda “la historia de la música está en nuestro ADN”.

Portada del disco.

El grupo vive en 2024 su enésima reinvención. Quizás esa sea la clave de su supervivencia tras triturar tantos estilos: folk rock, jungle pop, rock´n´roll, r&blues stoniano, gospel, acid house, country, punk electrónico, dub... La banda trasciende a los géneros, incluso a los instrumentos que usa en cada momento. Son solo medios para expandir su música y su mensaje, el de cómo se siente un tipo de izquierdas dentro de su elegante y ya maduro cuerpo, y de su visión ante el mundo que le he tocado vivir/amar/sufrir a través de un arte propio, sincero y, en ocasiones, de tintes poéticos. “Arte pop”, lo llama él.

El disco 12º del grupo y de carácter personal, Come Ahead se muestra con una portada del aita de Gillespie en una foto juvenil y con título que es un término de Glasgow para aceptar el reto de una pelea. “Es un título descarado, una reminiscencia del espíritu indomable de sus ciudadanos, y el propio álbum comparte esa actitud agresiva y esa confianza”, indica Gillespie sobre el primer trabajo del grupo tras el fallecimiento de su teclista, Martin Duffy, que vuelve a ser producido por el Dj y músico David Holmes, quien ya colaboró en otra de sus cumbres: XTRMNTR.

El proceso de composición de sus 11 canciones comenzó en 2019, pero sin que Gillespie fuera consciente de que integrarían un disco. De hecho, quedó aparcado por Utopian Ashes, su trabajo compartido con Jhenny Beth, exvocalista de Savage, y su autobiografía, Un chaval de barrio, ambos muy recomendables. Finalmente, salió adelante con el escocés a la guitarra acústica y en soledad, creando las letras antes que la música. Ya con la ayuda de Holmes y del guitarrista Andrew Innes, la grabación se concretó en Belfast, Londres y Los Ángeles.

El repertorio muestra a Gillespie “tan emocionado” como en su debut como rabioso, y liderando otra sesión de baile y política. Disco basado “en el conflicto, bien interior o exterior”, sus dardos suenan a funk, northern soul, gospel y bandas sonoras modelo John Barry. Usa la música negra, principalmente funk de orientación disco, voces y coros sedosos, bajos musculosos y violines y flautas de los 70 en canciones como Love Insurrection, para ofrecer un mensaje de esperanza y alivio, de sanación.

Ready to Go Home, que le cantó a su aita en su lecho de muerte, parece grabada en una iglesia de Harlem con un coro gospel agitado por sintetizadores y algunas gotas de electrónica, las únicas de un álbum analógico y de sonido retro, como prueban baladas soul como Heal Yourself o una Melancholy Man con una lírica guitarra de Innes y un destartalado solo de saxo. Se impone el baile, el funk y el gospel aunque también hay espacio para las guitarras sucias y gruesas que remiten a la oscuridad de Depeche Mode en Love Ain´t Enough, la rave y psicodelia de Circus of Life, los ecos a Pink Floyd en la cinemática False Flags...

Gillespie sigue cabreado ante estos “tiempos maniqueos” que “celebran la avaricia”, con “el planeta ardiendo” y donde reinan las fake news. “La verdad ya no es la verdad” canta antes de oírse “no pasarán”. La alienación de las adicciones, la reivindicación de la sanación, el amor y la felicidad, que “están en nuestras manos”, y el vuelo del águila del imperialismo, “desde Buckingham hasta los barrios de chabolas” están presentes en un disco que se cierra con Settlers Blues, 9 minutos contra la ley y “el acero” británico entre barcos atestados de soldados, armas y fuego, para “reclamar nuestra tierra como un premio legítimo… por beneficio y ganancia”. Y advierte: “Está sucediendo en alguna parte… otra vez”. Una balada exultante de emoción y con nuevos guiños a Pink Floyd que cierra con nota elevada otro –como el de The Cure aunque este seguro que con menos unanimidad– de los discos importantes de 2024.