“No me reconocía. Ahora ya sí, con los años y con otra distancia y perspectiva, lo disfruto”, dice Martxelo Rubio (Donostia, 1966) ante el cartel de 27 horas, la segunda película que dirigió Montxo Armendáriz y en la que a sus 20 años Martxelo Rubio compartió reparto con Maribel Verdú o Antonio Banderas. Fue un despegue triunfal y la experiencia le impulsó a formarse y seguir dedicándose a la interpretación. Casi 40 años lleva ya en ello el actor donostiarra, amante del cine social y que este año ha estado nominado al Goya por su papel en la película de Estibaliz Urresola 20.000 especies de abejas.
¿Qué siente al volver a ver ‘27 horas’?
Emoción, porque es una película que me va a acompañar toda mi vida. No es que sea importante en mi trayectoria actoral sino que es importante en mi vida, porque cambió mi destino. Yo era un chaval de la calle que ni me había planteado dedicarme a esto, y de repente verme en una cosa así y que te diera la oportunidad de poder dedicarte a ello, con una formación posterior, pues claro, cambió mi vida.
Tenía veinte años y le descubrió para el papel de Jon el director de fotografía Javier Aguirresarobe.
Sí, yo estaba de monitor de tiempo libre, y en el grupo que saqué estaban dos hijos de Javier Aguirresarobe. Él fue el que me vio y me dijo: Montxo va a hacer una película, tiene actores pero también quiere tipos, y tú entras en el perfil de uno de ellos. ¿Te gustaría hacer una prueba? Para mí era una cosa totalmente nueva. Recuerdo que fui a un hotel a hacer una primera prueba, había 500 chavales, y dije, bueno, esto no es nada fácil. Pero fui pasando filtros y, no sé, debía de ser lo más cercano a lo que tenía Montxo en la cabeza, y de pronto me vi haciendo una película, sin haberlo buscado.
¿Qué recuerdos guarda de rodar con Montxo Armendáriz?
Fue una maravilla... Hombre, viéndolo ahora con perspectiva, yo en aquella película era una marioneta, era lo que más se aproximaba a lo que Montxo tenía en la cabeza y era una marioneta en sus manos. Montxo es una persona muy sabia y sabía lo que quería y cómo sacarlo.Para mí fue un juego en manos de un pedazo de director, un pedazo de guion, una pedazo de producción... No pude caer en mejor sitio.
¿Qué cree que puede aportarnos hoy ese cine social, esa mirada de Montxo Armendariz?
Hombre, refleja una época que fue muy dura, muy gris y muy oscura. Y la refleja de una manera muy fiel a lo que fue. Y sin embargo ves la película y es atemporal. Las películas de Montxo envejecen muy bien. El otro día vi Tasio y sentí lo mismo. Y a 27 horas creo que le pasa lo mismo, ha envejecido muy bien.
El filme retrata los problemas de la juventud de los 80, el paro, la drogodependencia, la falta de salidas y de motivación de futuro... Si miramos a la juventud de hoy también hay material: vivienda a precios abusivos, precariedad laboral, adicción a la tecnología...
Sí, sí, cada época tiene sus problemas, y en la de hoy en día las perspectivas no son muy halagüeñas para los jóvenes. Lo de la vivienda es terrible, un bien de primera necesidad que se convierta en inalcanzable... Y la dependencia de la tecnología, que nos ha pillado de una manera muy abrupta...
Ha cambiado la manera de relacionarnos, y de ver el cine, ahora más en plataformas que en las salas.
Sí. Y la adicción a la pantalla. Y el ritmo de la vida, es como que todo tiene que ser ya y ahora, y vamos tarde ya. Por eso se agradece este cine pausado, reflexivo, que hace que te vayas a casa y sigas pensando y componiendo el guion de la película, el puzzle.
También así puede definirse ‘20.000 especies de abejas’, una película con la que ha vivido un buen año y le ha traído una nominación al Goya.
Para mí ha sido un regalazo. Era un regalo ya el hecho de estar en esa película, porque cuando leí el guion me pareció una maravilla, y la forma de trabajar de Estibaliz también me atraía mucho... Yo estaba feliz solamente por formar parte de esta historia, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Y todo lo que ha venido después ha sido inesperado, el reconocimiento que ha tenido ha sido apabullante. Llevo 38 años trabajando en esto, y creo que no he estado en mejores proyectos que 27 horas y 20.000 especies de abejas.
¿Cómo ve el momento para ese tipo de cine que no es tan grande en cuanto a presupuesto pero que sí tiene un gran valor en lo que narra y en la manera en que lo cuenta?
Es que el dinero tampoco te da la seguridad de que vayas a hacer algo bueno. La fórmula nadie la sabe, pero yo creo que es tocar fibras, conectar, y hay veces que eso con el dinero tampoco se hace, no lo garantiza. En el caso de 20.000 especies de abejas es la forma de contarlo, la sensibilidad, tener una mirada como la que tiene Estibaliz llena de respeto, de sensibilidad, de talento, y que ha conectado.
¿Pero cree que se da cabida a este tipo de cine como merece? Hace poco Montxo Armendáriz aludía a la “tiranía de las plataformas”, que dictan el tipo de cine que se va a hacer, y decía que él lleva sin rodar desde 2011 y no es porque no haya querido o no haya tenido proyectos, sino por falta de apoyo.
Estoy de acuerdo con él. La finalidad de las plataformas también es ganar dinero, entonces supongo que harán estudios de mercado para ver cómo respira y en función de eso actuar. Es triste que personas como Montxo, con la trayectoria y el estilo que tiene, pues no esté haciendo cosas.
Se inició en el cine de una manera sorpresiva, entre comillas ‘fácil’, ¿lo complicado vino luego? ¿Lo complicado es lograr mantenerse?
Sí, sin duda alguna. Lo mío fue además por la puerta grande, fue una película que se vio mucho, que tuvo mucho eco y muy buena acogida... me abrió muchas puertas. Pero luego la realidad es otra. Yo después de rodar 27 horas decidí irme a Madrid, formarme, y bueno, poco a poco he ido haciendo mi camino. De lo que me pasó con 27 horas no me atribuyo ningún mérito. Me tocó aquello, de alguna manera, pero luego la carrera que me he forjado sí considero que tiene más que ver con mi trabajo.
De aquella primera experiencia, algo le atraparía para decidir dedicarse a la interpretación. ¿Qué fue?
Yo en aquel momento tampoco sabía muy bien qué hacer con mi vida, no tenía muy claro a qué dedicarme, y de pronto se me abrió un mundo que me atrapó. Vivir experiencias diferentes, conocer otras realidades, aporta mucho. Los rodajes son muy enriquecedores, porque conoces mucha gente, sales de tu entorno, de tu rutina... Era muy atractivo todo, y enseguida me atrapó. Pero yo creo que me he ido haciendo actor mucho más tarde, con el tiempo, sobre todo cuando he hecho teatro.
El vivo del teatro...
Sí, el momento ese único, el aquí y ahora, eso solo te lo da el teatro. En cine hay historias maravillosas, personajes maravillosos, en 20.000 especies de abejas he disfrutado como un enano, pero la cosa del vivo del teatro es muy especial.
Ahora precisamente está inmerso en un proyecto teatral, ¿no?
Sí, estoy con una función que ha escrito Sandra Ferrús, mi pareja, y la ha dirigido ella también. Se llama El patio de las moreras, la estrenamos en la feria de teatro de Donostia y estamos ahora girando con ella.
¿Y le ocupa algún otro proyecto?
Ahora mismo no. He terminado hace poco una serie en Madrid con Félix Sabroso para HBO.
Ya pasó la etapa de ‘Goenkale’...
Sí. Hace un año hubo un intento de retomarla, me llamaron porque tenían idea de hacer unos pocos capítulos especiales con unos cuantos personajes de toda la trayectoria de la serie. Había fechas para el verano pasado y se retrasó..., está en stand by.
Mirando al horizonte, ¿con quién le gustaría trabajar, o qué papel le gustaría interpretar?
A mí me gustaría volver a trabajar con Montxo, volver a trabajar con Estibaliz (Urresola), trabajar con León de Aranoa... Me gusta el cine social. Me motiva mucho estar en proyectos que van más allá de lo artístico. Proyectos que dejan una huella, que te cuentan otra realidad, que te hacen ser más empático, y te hacen evolucionar o te hacen pensar.
Y viendo el tiempo que nos toca vivir, ¿de qué cree que es necesario hablar hoy?
¿Ahora? Pues de muchas cosas. Del bullying, de la dependencia tecnológica, de las guerras absurdas que estamos viviendo... l