Gioconda Belli (Nicaragua, 1948) empezó a escribir su nueva novela durante la pandemia en Nicaragua. Salió del país para visitar a sus hijos y ya no pudo regresar. El Gobierno nicaragüense le arrebató la nacionalidad en febrero de 2023, junto a otros 93 intelectuales opositores, y meses después, en septiembre, confiscaron su vivienda en Managua.
“No tengo casa, pero me refugio en las palabras”, plasmó entonces en su poema Despatriada. Gioconda Belli ha encontrado en la escritura una forma de catarsis frente al exilio.
“No reniego de lo que he vivido, todo me ha enseñado”, confiesa la escritora, que formó parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en los años setenta y luchó frente a la dictadura de Anastasio Somoza, por lo que se tuvo que marchar, con 25 años, a México y Costa Rica. Formaba parte de la oposición sandinista junto a Daniel Ortega, actual presidente del país centroamericano y dirigente político del que ahora huye. Desde enero pasado tiene la nacionalidad española.
¿Alguna vez imaginó que tendría que volver a vivir en el exilio?
—Nunca. Cuando salí de mi país para visitar a mis hijos y vacunarme en Estados Unidos, me quedé sin nada, sin nacionalidad, sin mis perros, sin mi ropa... Me lo quitaron todo. Ahora he conseguido traerme mis libros, lo que ha sido importantísimo para mí. Mi casa está abandonada, hay un policía custodiándola.
Y de Estados Unidos se marchó a Madrid.
—Yo sabía que no me podía quedar, no me podía conciliar con la idea de quedarme en Estados Unidos y la idea de venir a España fue surgiendo poco a poco, es mi idioma, mi cultura. Tenía muchos amigos, me recibieron con mucho cariño, tuve un trabajo en la RAE durante unos meses que me dio, al menos, para sobrevivir. Fue una tormenta terrible la que me cayó, pero he sobrevivido. Ha supuesto volver a reinventarme en la vida.
Tengo la sensación de que ha tenido que reinventarse muchas veces en su vida.
—Soy experta en ello. Yo viví una tragedia parecida a la de Valencia con el terremoto de 1972 y me tuve que reinventar, al igual que durante el exilio en 1975 a México. Después me fui en el 90 a los Estados Unidos con mi esposo, que también fue otra reinvención; cuando regresé a Nicaragua pensé que me iba a quedar ahí el resto de mi vida y ahora verme en España... Bueno, así me mantengo joven (ja, ja, ja).
Me imagino que tendrá deseos de volver a Nicaragua. ¿Tiene confianza de poder volver a hacerlo algún día?
—Tengo deseos, pero al mismo tiempo siento que Nicaragua está siempre conmigo y me preocupa muchísimo lo que está pasando, siempre estoy pendiente, pero ya es a otro nivel, de nostalgia. Es más maduro, aunque no volveré hasta que no se acabe la dictadura.
En ‘Un silencio lleno de murmullos’ analiza el coste del compromiso y la desilusión política desde el punto de vista de una relación madre e hija. ¿Cuánto tiene de autobiográfica esta novela?
—Hay una elemento importante autobiográfico porque está basada en una experiencia real, pero la historia es totalmente de ficción. Lo que no es ficción es el contexto, lo que pasó en Nicaragua en 2018, la revolución. La historia de Penélope y Valeria tiene elementos de mi propia historia pero es ficción, aunque toda la ficción tiene elementos de la propia historia. Dicen que toda novela es autobiográfica.
¿Al igual que su protagonista, Valeria, ha tenido que pagar un alto precio por su activismo político?
—Me entregué muy enteramente a la revolución en Nicaragua porque había una tiranía de 45 años que iba para más, era una dinastía que se pasaba el poder de padres a hijos. Fue una decisión que tomé con mucho miedo al principio, ya tenía una hija, pero después pensé que era para el futuro de ella, para que ella no tuviera que hacer lo que yo estaba haciendo. Entonces cuando en los 90 se pierden las elecciones en Nicaragua, la revolución transita un proceso bastante duro donde Daniel Ortega usurpa el poder, lo centraliza. Y en 2018 se da una rebelión popular que él y su mujer han aplastado con la mayor crueldad y perversidad. Y siguen ahondando en la represión hasta el punto de que me quitaron la nacionalidad, junto a 300 personas, acabaron con todos los medios en Nicaragua, no hay un solo medio independiente. Hay más de 200 periodistas en el exilio, un 10% de la gente se ha ido de Nicaragua, hay muchos presos... Es una situación terrible y ahora la modalidad de represión es el destierro o el no dejarte volver.
¿Y por qué sintió la necesidad de escribir esta novela precisamente en estos momentos?
—Empecé con la idea de la desilusión y después eso me llevó al coste del compromiso y me di cuenta de que el más grande fue sentir ese problema para mis hijas. Pero también me doy cuenta de que mis hijas sufrieron, pero se beneficiaron porque, al final, las hizo ser fuertes, autónomas, tengo unos hijos extraordinarios. Tengo un poema que se llama La madre de mis hijas, en el que viendo todo pienso que algo habré hecho bien. Con Un silencio lleno de murmullos quería reconocerme a mí misma que el fracaso no me había destruido y reconocerles a ellas su participación en mi vida.
Aparte de su activismo político, ha reflejado en sus libros su militancia feminista. Sus inicios en la literatura causaron un gran escándalo.
—Porque bendije mi sexo en público (ja, ja, ja...). El primer poema que escribí fue Las mil y unas cosas que me hacen mujer por las que me levanto tan orgullosa y bendigo mi sexo. Eso fue un escándalo, pero también hice poemas sobre la menstruación, que también era un tabú, sobre la maternidad, sobre el placer... Nosotras éramos un objeto, pasé de ser objeto sexual a ser sujeto de mi propia sexualidad. Entonces eso fue imperdonable, pero, al final, me perdonaron todos. Ahora vamos a ver si se escandalizan con esta novela porque en ella hablo también un poco de la autocomplacencia, que es otro de los tabúes. Ahora tenemos muchos instrumentos de placer pero tampoco se habla de eso o se hace con vulgaridad. En mi literatura lo que he tratado de hacer es darle un lugar, un estatus de belleza, que es la que pienso que debe tener.
¿Todavía quedan muchas cosas por conseguir en la reivindicación de la mujer?
—Muchísimas, los hombres se sienten sitiados, están bien preocupados, aunque no lo reconozcan y aunque digan que el feminismo es magnífico. Yo creo que hay una gran resistencia, eso es la derechización. La revolución más importante que hubo en el mundo es la del siglo XX con la reivindicación femenina, que nos cambió la manera en que vivíamos, aunque todavía quedan muchas cosas por conseguir.
¿Y qué opina de que todavía se sigan produciendo escándalos como el de Iñigo Errejón?
—El patriarcado ahí está, nosotros decimos mucho ese hombre es candil de la calle, oscuridad de su casa, porque aparecen como grandes personajes, pero cuando te vas al fondo son otra cosa. Yo lo viví en carne propia porque los revolucionarios eran igualitos. En mi libro La mujer habitada, por ejemplo, hablo mucho de cómo una cosa era ser revolucionario y otra serlo en tu vida privada, no importa la ideología.