Entre tinieblas, como la película de Almodóvar, pero sin una pizca de ironía y con una carga sonora de pesadilla. Así transcurrió el inolvidable concierto de Massive Attack en el Bilbao BBK Live, una cita escrita ya a fuego en la historia del festival que deslumbró por su impacto visual, su profunda carga política con eslóganes en euskera y sus atmósferas asfixiantes. Los de Bristol, con los pies asentados en su disco Mezzanine y sus colaboradores habituales, lanzaron dardos contra las guerras y los dirigentes que las permiten para subrayar un repertorio sin mácula de aquello llamado trip–hop, que sumió a Kobetamendi en una fantasmal mezcla de dub, jazz, soul, electrónica y rap.

Ni un segundo de descanso. Fue hora y media de exigencia absoluta por parte de Massive Attack, reducido a dúo tras la huida de Andrew Vowles ‘Mushroom’. Quien cerrara los ojos un segundo o se dirigiera al bar a repostar o al baño a aligerar la vejiga, se perdió parte importante –así sentimos cada segundo– de una cita ya histórica para los anales del festival. Una pesadilla sonora y emocional, también, pero inolvidable.

Robert Del Naja, alias 3D y según algunos la persona que se esconde tras el artista callejero Bansky, y Grant Marshall, alias Daddy G, lideraron a un cuarteto de músicos que demostró por qué siguen siendo una referencia 30 años después de que se acuñara en torno a ellos la etiqueta trip–hop y a pesar de su excesiva continencia discográfica en las dos últimas décadas.

Colaboradores

Abrieron con Risinsong, narcotizante, jugando con la sugerencia de las luces y el juego de las sombras, que, acompañado por el humo, entregó efectos visuales y sonoros tan drogotas como ese Girl I Love You que sacó a escena al primero de los colaboradores vocales del dúo, el veterano rasta Horace Andy, precedido por un bajo poderosísimo entre arreglos dub y un sonido nítido y poderoso que creó atmósferas intensas y asfixiantes, esas con las que experimentaron en Mezzanine, su disco clave, en el que relegaron la música más negra de sus inicios (soul, gospel y jazz), para cimentar sus canciones con una densidad desasosegante poblada de oscuridad y guitarras inquietantes cercanas al post–punk.

Massive Attack hicieron historia en Kobetamendi, pero no estuvieron solos. Además de Andy y su característico eco vocal en cada frase, billete directo a Jamaica, sobresalió la garganta de Liz Frazer, la voz onírica de Cocteau Twins, ya menos limpia pero celestial cada vez que se acercó al micrófono, desde Black Mill a la mágica y casi acústica –por comparación– versión de Song to the Siren (Tim Buckley) o su estremecedora interpretación de la esperada Teardrop, el único momento en el que el respetuoso público sacó a lucir sus I Phone.

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Así ha sido la primera jornada del Bilbao BBK Live 2024 Pankra Nieto

Propulsados por bajos humeantes que martilleaban nuestro estómago, teclados que parecían anunciar el infierno, el golpeo de dos baterías y una guitarra eléctrica intensa propulsada a terrenos inexplorados, el dúo escarbó en su faceta más punk con la colaboración de Young Fathers, que convirtieron Voodoo in My Blood en un vendaval sónico con una progresión agónica, solo a la altura del conseguido con una Innertia Creeps de base industrial.

Compromiso político

Siempre ligados al ala más izquierdista del Partido Laborista Británico, 3D y Daddy G nos lo recordaron con un aluvión de eslóganes y proyecciones de alto contenido político –la mayoría traducidas al euskera–, para subrayar la desolación de la banda sonora que arrasaba las laderas de Kobetamendi. Entre misiles visuales contra líderes como Putin, Netanyahu, Elon Musk o Bill Gates, acompañaron canciones como Angel, con Andy en el escenario, con imágenes y datos de la ocupación israelí, ciudades ucranianas devastadas o lemas que alertaban contra el consumismo, la manipulación de las redes sociales, el control de los gobiernos, la represión o la crisis climática.

De su debut, el seminal Blue Lines, rescataron Safe from Home y la mágica Unfinished Sympathy, con la poderosa voz soul de Deborah Miller, y no olvidaron Karmakoma, drogota y rapeada, donde volvieron a rimar el título con Jamaica y Roma. Y al final rebajaron el tono asfixiante y politizado con su versión de Levels, del fallecido Avici, que sonó casi inane ante la comparación con la anterior interpretación de Rockwrok, de los primerizos Ultravox, puñetazo en la jeta de punk furioso.

Al final, poco antes de la despedida con un largo e intenso Group Four, la lluvia aligeró la atmósfera pétrea e intensa creada en Kobetamendi. Los 90 minutos eran ya recuerdo, pero el disfrute culpable lo recordaremos siempre, como muchos de los lemas y peticiones –el principal, el alto el fuego inmediato en Gaza ordenado por la ONU– que nos llegaron a través del sofisticado sistema de video y visuales. Uno de ellos se refería a ese “bucle sin fin” que nos atenaza como seres humanos y que el dúo nos impelió a romer, para dejar el pasado atrás y pasar a la acción y “empezar a construir el futuro”. Que aprendan ellos mismos y publiquen un disco… YA.