Solo se convierte en leyenda, quien resiste y permanece. A pesar de que Ritchie Blackmore y Jon Lord son ya lejano pasado, Deep Purple sigue en los escenarios –el del Bilbao Arena, en la última jornada del BBK Bilbao Legends Fest– más de medio siglo después y con sus componentes cerca de los 80 tacos. Ya no incendian escenarios, pero defendieron muy dignamente su leyenda con profesionalidad y solvencia, recuperando clásicos como Black Night o Smoke in the Water, y demostrando, especialmente su teclista y guitarrista, gran destreza instrumental.

In Rock se publicó hace 54 años y Made in Japan, en 1972. Anoche, en Miribilla, con sus tres integrantes de los inicios –el fundador y batería Ian Paice, con coleta y gafas de sol, Roger Glover al bajo, con cinta al pelo, y el voceras Ian Gillan– casi arañando ya los 80 tacos, el grupo pionero del hard rock supo hacerle un corte de mangas al calendario a pesar del inevitable declive en los agudos de Gillan al micrófono, que supo aprovechar para descansar su garganta los largos y virtuosos pasajes instrumentales de los miembros restantes: el teclista Don Airey, que se tomó un vaso de vino durante uno, y el joven guitarrista Simon McBride, que portaba una camiseta de Hendrix.

Apoyados en ambos, en su técnica depurada y en el duelo de sus instrumentos, siete años después de pasar por el BEC en lo que parecía ya su despedida de Bizkaia, los Purple alternaron sus clásicos, desde el inicial Highway Star, con su deseo de poner pie en tierra con su pasado reciente, al interpretar canciones del siglo XXI como Uncommon Man y No Need to Shout, e incluso del futuro, ya que adelantar temas como A Beat on the Side, Bleeding Obvious y Portable Door, de su próximo álbum: =1, el23º de su discografía.

Sus clásicos

Al final, rendidos a la evidencia y al deseo mayoritario de un audiencia entregada, fueron hincando el diente a sus clásicos, conscientes de que ya no tienen nada que demostrar. Así, fueron cayendo Hard Lovin’ Man, Into the Fire, Lazy, con Gillan soplando la armonica, SpaceTruckin’ y el inevitable Smoke on the Water, con el estribillo cantado por el público y cuyo riff es partitura obligada para todo novel que desee adentrarse en el mundo del rock. Sonaron entre solos virgueros que, sobre todoen el caso de Airey, tuvieron regusto clásico, litúrgico y sinfónico, con guiños a Bach, al Txoria Txori y al himno del Athletic, y que permitieron descansar la vetusta y castigada garganta de Gillan, a quien le costó llegar a los agudos en ocasiones.

Sin las pantallas laterales del BEC, pero sí con una enorme al fondo del escenario y con cámaras para seguir las evoluciones del grupo, especialmente las diabluras del teclista, al fan le bastó con centrarse en la música y casi tocar el cielo con un bis, ya con Airey con camiseta del Athletic, para los más fieles y exigentes con la recuperación del disco In Rock, del que sonó Black Night, y Hush. Canciones imperecederas para un grupo de leyenda queparece incombustible y respondió a su historia con un concierto instrumentalmente irreprochable y un Gillan comunicativo, amable y digno para su edad.

Canned Heat

Si Chrissie Hynde es la única superviviente de los Pretenders originales, hoy en día, Canned Heat, que el año pasado suspendió su cita en Bilbao a última hora, es el grupo de su batería, el mexicano Fito de la Parra, de 78 años, un máquina que parece haber hecho un pacto con el diablo y resiste aporreando los parches de su batería como cuando entró en la formación, a finales de los 60.

Y en aquel sonido, aquella filosofía libertaria y aquel humo de los pitis sigue anclado este grupo legendario que llevó el blues a las listas de éxito de todo el mundo hace 50 años. Tal cual, nos sentimos como si hubiéramos regresado medio siglo hacia atrás al escuchar On the Road Again, ese lamento blues sin fecha de caducidad que abrió ayer tarde en Miribilla su única fecha estatal de 2024, cita que combinó clásicos de su discografía –los más coreados: Goin’Up the Country , interpretada entre palmas, y su versión de Let’s Work Together– con canciones de su último álbum, Finyl Vinyl., editado tras “15 años de silencio”, como recordó de la Parra.

Ese repertorio reciente –el blues pesado y lento When you’re 69, Goin’ to Heaven (In a Pontiac), One Last Boogie, el instrumental orientaloide y “diferente” East West Boogie...– rezuman el mismo sonido negroide y boogie de siempre, hermanado con el rock y el r&b.

Temas de carretera y libertad, de una generación –la de Woodstock y la Beat de Kerouac– en movimiento continuo a la búsqueda de los néctares de la vida. Hace ya tiempo sin Bob El Oso Hite ni Alan Blind Owl Wilson, pero con instrumentistas efectivos, sobre todo el vocalista y armonicista actual, Dale Spalding, y el guitarrista Jimmy Vivino, que lideraron un concierto sólido, lúdico y sentido hasta el final, con un largo Woodstock Boogie con solos de todos sus integrantes.