Jesús Carrasco alienta a sus lectores a vivir la vida con plenitud. A enamorarse, pese a la posibilidad de un fracaso inminente y salir de la contienda con un corazón magullado; a hablar con el vecino, aunque lo desconocido genere inquietud; a mancharse las manos y a enfangarse hasta las canillas. Ese es el mensaje que quiere transmitir con Elogio a las manos (Seix Barral, 2024), la novela en la que ficciona la vida propia y recuerda cómo se empeñó en reconstruir una casita, situada en un pueblo remoto del sur del Estado, aún sabiendo que esta iba ser pasto de las excavadoras llegado el momento. Y le dolió, pero así entiende él la vida, como un rato prestado en el mundo que es imperativo vivir como si el paso del tiempo no fuera inexorable.

Quiso que Elogio de las manos fuera un ensayo, pero acabó escribiendo una novela. ¿Por qué? Al tener que abordar su propia vida, ¿se vio sepultado por un alud de recuerdos y sentimientos?

Era un ensayo puro sobre las manos. Pero yo no soy ensayista, me faltaban herramientas y, al mismo tiempo, me sentía constreñido por la realidad, por tener que reproducir las cosas tal y como son. Y yo soy un escritor de ficción, esa es mi pulsión. No estoy acostumbrado a trabajar con la realidad tal y como es sino a deformarla. Así, le abrí ligeramente la puerta a la ficción y entró en tromba. Por eso, lo que comenzó como un ensayo se convirtió en una novela pura y dura que tiene su origen en una experiencia personal, pero está completamente ficcionada.

¿Y cómo describe el camino creativo que ha terminado en la publicación de esta novela?

Es un camino que parte mucho antes de la escritura. Toda novela empieza mucho antes de ese momento. Esta, probablemente vivía en mí desde que mi padre me puso un martillo en las manos cuando tenía seis o siete años. Procedo de una familia de trabajadores manuales donde la presencia de este era cotidiana y formaba parte de la educación general, del ambiente familiar. Y, además, se consideraba que era un trabajo muy digno y muy importante, porque era nuestro sustento y tenía su propia calidad. A partir de ese momento, el trabajo con las manos siempre ha sido muy importante para mí. De modo que la novela era inexorable. Ahora la percibo así porque para mí esto es verdaderamente importante, esencial. La última fase ha sido la de escritura y concreción. Ensayo, no. Novela, ¿cómo? En este punto aparece la casa y me parece que es una metáfora perfecta para poder abordar lo que yo quería: la visión sobre las manos.

¿Cómo llegó hasta esta casa y por qué decidió restaurarla? ¿Impulso o una decisión meditada? Hay quienes podrían decir que realizó un ejercicio de neorruralismo.

No me interpela mucho la etiqueta, yo soy de pueblo. Aunque ahora no viva allí, nací, me crié y crecí, hasta los 20 años, en un pueblo.

Puede que se haya fabricado en la ciudad para nombrar cosas que se han hecho toda la vida.

Entiendo su sentido. Tiene que ver con una nueva mirada desde la ciudad al medio rural que se produce coincidiendo más o menos en la época que sale Intemperie, cuando se publican varias novelas de autores jóvenes que, de nuevo, dirigen su mirada a este medio. A todo eso se le pone una etiqueta por parte de la prensa, porque era un territorio que estaba prácticamente baldío desde Delibes. En lo que respecta a la casa, llegué a ella por una casualidad del destino. Decidimos restaurarla porque no quedaba más remedio. Se caía a pedazos y si queríamos al menos dormir sin que nos cayera una gotera, este proceso de restauración era obligatorio. La casa, particularmente a los personajes de la novela, les interpela, les llama. No les permite hacer otra cosa que no sea intervenir en ella, necesita arreglo. Saben, además, que esa reforma será efímera, porque el paso por la casa también lo es.

Las excavadoras van a llegar.

Van a llegar, claro. Y ahí esta el misterio de la novela y también de la vida: a pesar de que la excavadora va a llegar, los miembros de esa familia trabajan como si no hubiera un final, como si la casa no se fuera a morir. Es exactamente lo que pasa en la vida. Sabemos que va a haber un final, pero no dejamos de disfrutar los momentos, de vivirlos con intensidad. Es el misterio que esconde la vida. ¿Por qué creamos?, ¿por qué hemos hecho el arte, la ciencia y todo lo que ha hecho el ser humano sabiendo que termina la vida? Es un punto de llegada muy desalentador. Uno aspira a la eternidad. Pero, aún así, seguimos.

En el mismo orden de ideas, ¿es tan honda la huella que dejó la casa en usted que se vio impulsado a escribir sobre ella? Pero esta no es sólo la historia de una, ¿verdad? Los personajes que la reconstruyen para poder habitarla experimentan una transformación en el proceso, ¿cierto?

Es la vida. Hemos llegado hasta este lugar porque nos hemos transformado, adaptado, crecido y hemos afrontado en cada momento lo que nos ha pasado. Pero me da igual que sea la evolución del ser humano desde los primeros homínidos o el camino hasta esta entrevista. La vida es una constante adaptación, una constante gestión de lo imprevisto. Y, en ese sentido, la casa y la peripecia de estos personajes es la misma. La casa les obliga a tomar partido, a trabajar.

La casa como metáfora de la vida.

Exactamente. En ese tener que hacer la transformación. La única manera de no transformarse es no hacer nada, quedarse parado. Si decides intervenir en la vida la transformación está asegurada. Y ahí está también el aprendizaje, el sufrimiento, el goce, el deleite… si no nos atrevemos a enamorarnos de esa persona que nos está empezando a hacer tilín, a riesgo de que sea un fracaso, no vivimos. Estos personajes hacen eso, aunque sepan que van a sufrir por la casa.

Elogio de las manos. ¿Por qué ese título? Quizá pretende, a través de esta historia, poner en valor el trabajo manual, quizá quiere reivindicar la importancia de mancharse las manos y llenarse los vaqueros de tierra en un tiempo marcado por el auge de lo digital. ¿Me equivoco?

No, no te equivocas en absoluto. No hay una reivindicación intencionada, pero en la lectura de esta novela se percibe claramente que hay una postura que va contra el signo de los tiempos. Yo propongo que los personajes se manchen, se equivoquen, y fracasen, se dispongan a lo que les depare lo inesperado e incluso se hieran. Y esto es algo que va contra un tiempo en el que tendemos a asegurarlo todo y a no mancharnos. Es una novela de mancharse.