Cuando Karen Darlene Arretureta visionó Simón por primera vez –el último filme que firma Diego Vicentini–, abandonó la sala abrazada a un sentimiento de paz que hacía tiempo que no recorría su cuerpo. Esta joven venezolana, afincada en Bilbao, revivió el trauma de tener que abandonar su país a través de la trama que propone Vicentini. Pero el filme le ayudó a hacer las paces “con lo que sucedió” y empatizar “con las personas que vivieron esa situación de otra manera”.

Cuando la joven experimenta sentimientos negativos, se refugia en el cine, un espacio que le permite poner nombre a lo que le está pasando en un momento determinado. Un lugar en el que también puede desarrollarse una sesión de terapia que, a tenor de los resultados, puede ser eficaz en algunos casos.

El término cineterapia, según un artículo recogido en el proyecto Biblioteca Las Casas de la Fundación Index, fue descrito por Berg-Cross, Jennings y Baruch en 1990 como la técnica que consiste “en el uso de películas en el ámbito terapéutico, con la meta de aliviar, estimular, cambiar y motivar”. La intervención se sitúa en el ámbito de las terapias expresivas, porque su objetivo es que el paciente se sitúe frente a un espejo (la película) que le permita poner nombre a sus sentimientos para poder expresarlos. Eso sí, visionar un filme no produce un cambio terapéutico en sí mismo. Para que este se produzca es necesario promover una transformación conductual, de acuerdo con Universidad de Bahçeşehir de Turquía.