“Hasta ahora los vascones aparecían como los indios del oeste”. Peio J. Monteano (Villava-Atarrabia, 1963) publica con Mintzoa una síntesis de 150 páginas sobre la Vasconia desde la caída de Roma al reino de Pamplona, del 409 al 905. Obra que se puede adquirir desde hoy 3 de marzo con DEIA por 14,95 euros, que resume la “rompedora” tesis doctoral de Mikel Pozo (Bergara, 1986), inspirada y dirigida por el profesor Juan José Larrea. El libro cuestiona el tópico de la Vasconia irreductible a cuatro siglos de una romanización, que se produjo, eso sí, “con la particularidad de que conservó su lengua, caso único en Europa occidental. Por eso, Monteano repasa las teorías existentes sobre el euskera. “No encaja que viniese de fuera”.

La tesis que resume su libro cambia el estereotipo del vascón indómito.

Efectivamente. Hasta hace poco teníamos una historia de medio milenio hecha de 24 pequeñas frases de crónicas en teoría de los adversarios de los vascones. De pronto, a partir de hallazgos arqueológicos, las tumbas nos empiezan a contar la historia desde dentro. Cuando Mikel (Pozo) me pasó su tesis doctoral, editada por el CSIC, me di cuenta que esos siglos oscuros que ocupan unos pocos párrafos en los libros de historia de Navarra y ninguno de la francesa o española, tenía que llegar al público.

Usted no es un mero sintetizador, ha publicado una veintena de libros.

Yo trabajo sobre todo la Baja Edad Media y el Primer Renacimiento. He resumido con un tono divulgativo la tesis, pero he alargado el periodo de estudio hasta el nacimiento del reino de Pamplona, otros dos siglos, donde me baso en el director de la tesis, Juanjo Larrea, mejor especialista del periodo, e incorporo la cuestión lingüística, que Mikel Pozo y el propio Larrea evitan, porque en principio no se puede abordar desde el plano histórico, por la sencilla razón de que no hay documentos, pero los lingüistas y los genetistas han hecho alguna aportación, y yo fundo todo en el libro.

Señala que desde 1987 ha habido una revolución arqueológica, que cuestiona lo que parecía consabido.

Relatos antiguos y viejunos, que están totalmente superados. Es hora de que se conozca un nuevo relato sobre estos siglos, menos romántico, no en blanco y negro, y mejor incardinado en lo que ocurre en el occidente europeo, en historia comparada.

“Cuatro siglos de romanización no pasaron en balde”, concluye.

Y lo vemos en nuestra lengua. El euskera, de la época imperial y del bajomedieval, tiene un montón de palabras que proceden del latín.

Tenemos un pasado por escrutar, con debates abiertos.

Sí, pero hay cosas más incuestionables que otras. Hay que encajar los hallazgos, y es lo que hace Mikel Pozo. Por ejemplo, ya no podemos hablar del paganismo de los vascones, porque han aparecido cinco iglesias del siglo V. Es decir, se cristianizaron. Aquello de que vivimos en una isla no es cierto. Este es uno de los pasos del Pirineo, por aquí ha pasado todo quisqui. Otra aportación es que las fuentes textuales no son carentes de ideología. Las crónicas visigodas no están hechas con la exactitud de un historiador. Hay una ideología detrás y un contexto de época.

Se pensaba que de Pamplona para arriba la orografía aislaba, y que los romanos la eludieron.

El otro día visitando Zaldua, en Auritz-Burguete, vi una foto del estudio magnético de lo que hay debajo, e Iturissa fue una gran ciudad, y estaba en el Pirineo. Los últimos hallazgos añaden la incógnita de cómo puedo el euskera sobrevivir. Cómo pudo haber romanización sin latinización. Lo decía ya Mitxelena, el gran enigma del euskera no es su origen, sino su supervivencia. Yo creo que tuvo que ver algo más que la practicidad, un apego a la lengua, porque si no, ¿por qué sobrevive cuando está rodeada como todo el sur de Europa de lenguas que derivan del latín?

Dígamelo...

Por la superioridad lingüística no. Creo que porque la población tenía algún tipo de apego o de consciencia sobre su lengua, que hasta ahora pensábamos que no había sido escrita hasta el siglo XV. Con la Mano de Irulegi, si se confirma, nos hemos llevado una sorpresa.

Y descartaría la teoría de la vasconización tardía, desde Aquitania.

La teoría en que se sustenta, que es un gran movimiento demográfico que vino con su lengua y la impuso a personas que se entiende, hablaban lenguas románicas, latinizados, eso se ha caído, y el último toque para derribarla es la genética de las poblaciones. El genetismo ha probado que los vascos en general a partir de la Edad de Hierro se distinguen porque no tienen los flujos genéticos que sí tienen otros pueblos. No se ve la romanización ni el influjo de la época islámica.

Usted observa el fenómeno paralelo a un proceso político.

Mitxelena vio que los dialécticos históricos del euskera, los que podemos conocer a través de textos, eran relativamente modernos. Y tenía su lógica, porque una lengua que se hubiese empezado a diferenciar en la época romana hubiera dado lugar a lenguas distintas, no a dialectos, con lo cual se dice que la diferenciación empezó más o menos en el siglo VIII. Lo que dice este libro es que históricamente se dio ese proceso de centralización o de articulación política.

¿Qué pasó tras la caída del imperio?

Las tropas nativas en las que el imperio en su última fase había basado la defensa del territorio, se quedan sin jefe. Son esas élites militares las que se adueñan del país, en una evolución político militar que va a desembocar en lo que será el reino de Pamplona, que no sale del aire. Esos líderes muy comarcales fueron haciendo unas estructuras de grupos nobiliarios, que desembocarán en un monarca. Los Iñigo nunca se llamaron reyes, pero eran la familia aristocrática por excelencia. Las aristocracias vasconas se relacionaron con Córdoba, lo vemos en cementerios cristianos, pero con signos de estatus de tipo musulmán, que se convirtió en el poder de referencia, cuando lo había sido el franco durante la época visigoda. Hubo una convivencia religiosa.