El cierre a finales del año pasado de la galería donostiarra Altxerri, tras una trayectoria de más de cuatro décadas, ya dejaba entrever que las condiciones en las que afloraron las galerías vascas de más renombre han cambiado radicalmente. La globalización y la digitalización han alterado las reglas del consumo del arte en un mundo cambiante que no permite divisar un horizonte claro. Galerías bilbainas como Lumbreras y Carreras Múgica aquejan esta realidad subsistiendo gracias a la internacionalización. Sin embargo, coinciden en detectar con facilidad una medida que podría aliviar su situación: una ley de mecenazgo con normas fiscales que favorecieran que las empresas adquirieran arte.

Juan Manuel Lumbreras, en la Galería Lumbreras Oskar Martínez

“En los años 60 en Bilbao había 25 galerías que vivían del comercio del arte. Pero fueron desapareciendo”, rememora Juan Manuel Lumbreras, propietario de la Galería Lumbreras, quien apunta que en aquel entonces no existía lo digital, pero se sucedieron dos crisis del petróleo en el 73 y en el 80. “Cuando se inauguró el Guggenheim, se percibió el efecto, pero poco. Y cuando llegó la crisis de 2008 fue un bombazo que hizo que las galerías comenzaran a cerrar en cadena”, relata el galerista, quien afirma que Lumbreras subsiste, en gran parte, porque se trata de una empresa familiar con el local en propiedad, lo que les permite “ahorrar” cerca de 70.000 euros al año. Aún así, afirma que su motor es el amor al arte. “La temporada del próximo año está cerrada y estamos trabajando en la siguiente”, avanza.

“La situación es difícil, pero los últimos 25 años también han sido difíciles”, corrobora, por su parte, Ignacio Múgica, uno de los fundadores de Carreras Múgica, quien añade que en su caso sobreviven gracias a la internacionalización. “Lo que no nos soporta es el mercado local, que es tremendamente escaso”, considera el experto en arte, quien sospecha que los pocos coleccionistas que aún residen en Euskadi prefieren comprar en galerías de capitales como Madrid, París o Londres. En esa tesitura, su única salida son las ferias. “Pero se está complicando porque cada vez es más costoso, tanto en términos de transporte, logística o espacios, como para que te admitan”, asevera antes de citar Art Basel, Frieze, FIAC o ARCO como las más importantes.

“Todas las galerías pretendemos acudir a las ferias de arte, pero son carísimas. Y si no estás presente en las ferias, no hay ventas”, sostiene Juan Manuel Lumbreras, quien menciona varios factores que han alterado el escenario. “Todo el mundo está intentando salvar al pequeño comercio frente a las compras de Amazon. Con el arte está ocurriendo algo parecido”, expone el galerista, antes de indicar que con las redes sociales y los contactos on line se trabaja de otra forma. Otro factor son los sueldos: “Hace 30 años los médicos, abogados o ingenieros ganaban mucho dinero. Hoy con lo que cobra un arquitecto no te puedes comprar un cuadro”, observa. Y por si no fuera suficiente, el que las viviendas sean cada vez más pequeñas, tampoco favorece el coleccionismo. “Hay pocas paredes para adornar. Y la globalización ha hecho que todo sea de Ikea”, revela Lumbreras.

Galerías nuevas

En este contexto, Ignacio Múgica considera que las galerías tienen que cambiar en consonancia. “Tenemos la desventaja de que no hay muchos coleccionistas locales, pero la ventaja es que tenemos muchos visitantes”, expone el galerista, quien apunta a la dificultad de saber interesar a los coleccionistas extranjeros. “La cuestión es, como galería, encontrar tu nicho”, expone el experto. En ese sentido, Lumbreras considera que el hecho de que Bilbao se haya convertido en una ciudad cultural apenas les influye. “Una mínima parte de los que van al Bellas Artes o al Guggenheim pasan por la galería”, manifiesta el responsable de la galería donde actualmente se pueden visitar las muestras de De puentes y viaductos, de Cano Erhardt, y Entrar per la finestra, de Berni Puig.

De lo que no cabe duda es del tirón de los artistas locales en los últimos años. “Estamos viviendo un momento dorado”, afirma Múgica antes de citar a una “generación que ha absorbido el poso de Chillida y Oteiza”, liderada por “Txomin Badiola, Ángel Bados o Pello Irazu”. Aunque también destaca a Ibon Aranberri, Sergio Prego o Asier Mendizabal. Y, como no, June Crespo, artista navarra afincada en Bilbao, que a partir de marzo protagonizará una muestra en el Museo Guggenheim. “En CA2M las tres muestras que hubo en 2023 fueron de artistas vascos. El director es gallego. No hay favoritismos”, razona.

En esa línea, defiende que “cada vez hay más interés en el arte y se colecciona más”, tal y como se ve cuando se celebran subastas. De hecho, Ignacio Múgica afirma que aunque la situación es “dura”, las galerías de arte se siguen abriendo en las capitales de todo el mundo. “Quizás hace 20 años a un coleccionista local comprar en Londres le generaba más lío, pero ahora es igual de complicado comprar en el extranjero que aquí”, apunta para argumentar cómo funciona el comportamiento de los coleccionistas con miras más allá.

Muchas de estas galerías nuevas tienen un carácter “más alternativo” y nacen por iniciativa de gente joven. “Animan el mercado y ayudan a artistas que están comenzando”, revela por su parte Lumbreras, aunque matiza que, lamentablemente, la mayoría de estas nuevas iniciativas resultan bastante fugaces. “En frente nuestro hay un local donde ha habido dos o tres galerías muy efímeras. Una joven que acababa de terminar Bellas Artes abrió pensando que con cuatro obras que vendiera pagaría los gastos. A los seis meses ha cerrado con unas pérdidas de 3.000 euros, una fortuna para alguien que empieza”, expone.

Reducción del IVA

En este contexto los galeristas acuerden que la única forma de tratar de reiniciar el mercado del arte es a través de las empresas. “Lo que hace que seamos irrelevantes a nivel internacional es que no haya una ley de mecenazgo que favorezca que las empresas adquieran arte. Las aseguradoras, los bancos... hacen colecciones. La ley de mecenazgo permite a las empresas deducirse el IVA”, explica Ignacio Múgica, quien expone que hoy ninguna compañía estatal invierte en arte salvo que hayan hecho una fundación, como LaCaixa o el Banco Sabadell. En palabras de Lumbreras, este nuevo escenario se abrió en 2012, cuando cambiaron las normas fiscales con respecto a la adquisición de arte. “Aquello que podías meter en tu empresa como si fuera una mesa de oficina y compensar el IVA, diluyendo ese bien en diez años, como una amortización de un diezmo, todo eso desapareció”, afirma evidenciando una situación que los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas, siguen sin subsanar.

Otra circunstancia “dramática” en el Estado, según Múgica, es que haya una tasa a la exportación de obras de más de 50 años que puede llegar al 30% de su valor, “y además te tienen que conceder un permiso”. Se trata de una medida que se implantó para evitar los expolios. Sin embargo, el galerista revela que es un arma de doble filo, ya que obstaculiza que los coleccionistas españoles compren obras importantes de más de 50 años. “Si un coleccionista hace un desembolso para adquirir una obra de arte, debería tener la tranquilidad de que si el día de mañana quiere venderla pueda ir a una casa de subastas de Nueva York y recuperar su dinero”, afirma Múgica en cuya galería está expuesta la muestra Meteora, de Susana Talayero.