José María Pou pasó su juventud soñando con dedicarse al periodismo y estudió arte dramático solo por “matar” el tiempo libre mientras hacía la mili en Madrid. Pero pronto sintió la llamada del teatro y ya lleva cincuenta años subiéndose al escenario, en los que casi no se pueden contar la cantidad de grandes personajes que ha interpretado. Ha sido Falstaff de Shakespeare o el Rey Lear, el capitán Ahab de Moby Dick, Cicerón, Sócrates...

Ahora regresa al Teatro Arriaga de Bilbao con El padre, el estreno en castellano de la obra de Florian Zeller que triunfó el pasado año en su versión en catalán. La obra, en la que también actúan Cecilia Solaguren, Elvira Cuadrupani, Jorge Kent, Alberto Iglesias y Lara Grube, está dirigida por Josep María Mestres y será representada en Bilbao desde mañana hasta el próximo domingo.

En El padre, Pou se enfrenta a un personaje con carácter, que ve mermadas sus facultades porque va perdiendo la memoria, convirtiéndose así en alguien cada vez más frágil y vulnerable,  lo que da pie a que se sucedan escenas de indudable belleza y sensibilidad, que configuran una obra emocionante que también ofrece momentos divertidos.

“El público se sorprende mucho conmigo en esta obra, porque están acostumbrados a verme siempre con grandes personajes de tipo heroico, épicos como Sócrates o Cicerón. Son muy fuertes, muy potentes encima del escenario, con demostración de grandes facultades. En cambio, en El Padre soy un hombre que sufre, vulnerable, aunque Andrés no es realmente un pobre hombre, al contrario, es un intelectual y por eso se da más cuenta que nadie de que lo que le está pasando. Es como si estuviera perdiendo pequeños fragmentos de su cerebro. Es la primera vez en 50 años de carrera que paso casi toda la función en pijama”, celebra el intérprete de 78 años.

Un viaje al alzheimer

Tras representarse con éxito en más de cincuenta países, en 2020 El padre se estrenó su versión cinematográfica, dirigida por el propio Zeller y protagonizada por Anthony Hopkins. La película consiguió el Oscar a mejor guion adaptado y Hopkins ganó el Oscar al mejor actor. Sin embargo, quienes hayan visto la película encontrarán en esta obra de teatro una historia contada desde otro punto de vista. “Tras la pandemia, han cambiado muchas cosas, hay una mayor sensibilidad para las enfermedades mentales, para la soledad que sienten las personas mayores, para la labor de las cuidadoras y cuidadores... Esta obra es un homenaje a todas esas personas”, explica Pou.

Pou encarna a Andrés, un hombre de 76 años, culto, socarrón y terco, que está perdiendo la memoria, pero se resiste a aceptar ningún tipo de ayuda y rechaza a todos los cuidadores que su hija, Ana, intenta contratar. A medida que trata de dar sentido a sus circunstancias cambiantes, Andrés empieza a dudar de sus seres queridos, de su mente e incluso de su propia vida. La función teatral supone un viaje de hora y media en la que Pou se impone a todos los demás, hasta el final, ingresado en una residencia y llorando como un niño pequeño reclamando a su madre. Un viaje desde la seguridad a la inseguridad, de la certeza al desconcierto más absoluto, donde el público participa de forma activa en esa confusión y desorientación que sufre el protagonista. 

El padre conmueve, remueve, “pero también consuela –asegura Pou– Cuando acabamos, muchos espectadores nos esperan a la salida para hablarnos de su experiencia. El otro día una señora se me acercó y me dijo que la obra le había ayudado a quitarse la mochila de culpabilidad por ingresar a su madre en una residencia. Me confesó que se levantaba todas las mañanas llorando con ese sentimiento porque había tomado esa decisión al no poder cuidarla en casa”, explica Pou.