Empezó a bailar tarde, a los 14 años de edad. “Había hecho muchísimas cosas, fútbol, atletismo..., pero no me llegaban a convencer, hasta que un día probé el ballet. Desde el principio, supe que me iba a dedicar a esto”, confiesa este bailarín vizcaino, que se ha subido a numerosos escenarios del mundo. Hoy bailará, a partir de las 19.00 horas, en el Palacio Euskalduna en la segunda edición de la gala Bilbao es ballet, que impulsa Teresa González Ardanaz, bailarina, coreógrafa y formadora, que abrió hace años en la capital vizcaina su escuela, que se ha convertido ya en referente en la enseñanza de ballet clásico en Bilbao.

La gala, que cuenta con la colaboración de DEIA, nació como un proyecto paralelo a esta escuela para sacar el ballet a la calle y dar a conocer el gran nivel de los bailarines vascos, muchos de los cuales son verdaderas estrellas en compañías internacionales. Marlon Dino, el primer bailarín de la Ópera de Múnich, ha realizado la coreografía, que incluirá además una pieza creada especialmente para ella en la que se fusiona el ballet y la tradición vasca. Bajo el título de Mari, la Diosa vasca, y la dirección de la propia Teresa González de Ardanaz, la obra relata la leyenda de la diosa principal de la mitología vasca. Para interpretarla se ha elegido mediante un casting a los bailarines y bailarinas entre el alumnado avanzado de escuelas de Bilbao.

También participarán alumnos y alumnas becados por la Diputación de Bizkaia, que están cursando sus enseñanzas profesionales y preparándose para sus futuros puestos de trabajo en compañías estatales e internacionales.

Su trayectoria profesional le ha llevado a recorrer numerosos países...

—Así es, he bailado en el Teatro San Carlo, de Italia Scottish Ballet, Deutsche Tanzkompanie... Y, por supuesto, también en España. Llevo 25 años de trayectoria y he tenido la oportunidad de estudiar y de bailar en muchos países.

Y, sin embargo, en Euskadi apenas le hemos visto sobre un escenario.

—Ésta va a ser la segunda vez que voy a bailar en mi tierra. Estuve hace años en el Arriaga cuando era el primer bailarín de la compañía de María Giménez. Interpreté el rol principal de Giselle, el enamorado Albrech, que no logra salvar a la protagonista de su triste destino. Pero no ha habido más ocasiones, por lo que me emociona poder hacerlo hoy en Euskalduna. Estaré en el escenario con Eva Sánchez, que también ha bailado en el Martz Contemporary Dance Company, el Cirque du Soleil...

¿Cómo empezó en el mundo de la danza clásica?

—En una escuela pequeñita de Berango, antes probé muchas cosas, jugué al fútbol, hice atletismo, pintura, estudié violín... pero no me llenaba nada, además era muy malo en todo (ja, ja, ja). Mi hermano hacía ballet y a mí me gustaba mucho ir al Arriaga a verlo, así que pensé: por qué no probar. Y, desde el primer momento, me di cuenta de que era lo mío, me encantó. Empecé a los 14 años, un poco tarde para lo que suele ser habitual, pero me dediqué a ello con gran pasión. A los 19 años decidí que quería mejorar y que me tenía que ir Madrid a estudiar para evolucionar. Y allí me fui, estuve en el ballet de Víctor Ullate, pasé por Barcelona, volví a Madrid, a una compañía nueva que había abierto María Giménez. De allí me fui a Londres al European Ballet, a Escocia... Cuando veía que me empezaba a estancar, decidía cambiar. He sido un poco culo inquieto. Siempre he necesitado moverme de un lado a otro; hay bailarines que se quedan toda la vida en una o dos compañías, algo que veo muy lógico y muy seguro. Pero en mi caso no aguantaba, no es para mí.

Ahora pasa más tiempo en Bilbao...

—Estoy en una época de transición, de ir dejando el escenario poco a poco. Tengo 45 años y me estoy dedicando más a la enseñanza, me apetece transmitir mi experiencia a las nuevas generaciones. Estoy de freelance dando clases en academias como la de Teresa González Ardanaz. Llega un momento en el que no puedes bailar papeles como el rol principal de Giselle, tienes bastantes lesiones ya en el cuerpo que has ido acumulando con los años, que se resienten, pero puedes transmitir la madurez que tienes para enseñar lo que es necesario para bailar por ejemplo, ese rol, el del príncipe Albrech. Lo mejor que puedes hacer es transmitir tu experiencia a otras personas y eso es un proceso muy bonito que te aporta la danza.

¿Cómo describiría la situación del ballet en el País Vasco?

—El País Vasco es una cuna de la danza increíble, el problema es que luego no hay compañías suficientes para la cantidad de bailarines que hay, y como yo muchos nos tenemos que ir fuera, que está muy bien la experiencia, pero es prácticamente obligatorio irse. No puedes quedarte aquí, por eso están tan bien espectáculos como esta Gala de Bilbao Ballet, porque nos da la oportunidad de bailar en casa y que los alumnos y alumnas tengan también esas primeras experiencias para coger tablas, para bailar en un escenario como Euskalduna.

¿Qué consejos les da a sus alumnos?

—Que tengan constancia y que disfruten. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de cuánto tiempo perdí por esa obsesión de complacer al maestro, en pensar que si hago algo bien, el profesor va a estar contento conmigo. Hay que hacerlo bien para disfrutar, el maestro está ahí para corregirte y guiarte en el camino, pero cuando doy las clases intento transmitirles la importancia que tiene que se relajen y sobre todo, que disfruten.

Hay menos hombres en el mundo del ballet. ¿Se ha sentido discriminado por ello en alguna ocasión?

—Hubo una época en la que se miraba mal a los hombres que se dedicaban al ballet, pero nunca ha sido mi caso. Todo lo contrario, como hay menos hombres, estamos más mimados que las mujeres.