Fue tal y como se esperaba: una noche llena de vida, de música, de aplausos y emociones inabarcables. Un BEC a rebosar acogió el III Ura Bere Bidean y 11.000 personas vibraron, cantaron y bailaron en torno al cancionero euskaldun, interpretado con maestría por la BOS y con la orquesta, dirigida por Fernando Velázquez, arropada por las voces de la Coral de Bilbao y una veintena de músicos de diversos estilos y generaciones, de la juventud de Idoia, Bulego, ETS y Süne a Doctor Deseo, Mikel Urdangarin, Gatibu o Zea Mays, además de Rozalén, estrella de la velada.
La novedad vino con las pulseras de colores del público, cómodamente sentado en la pista y las gradas, y que vivió el concierto de pie para responder a la entrega de más de un centenar de músicos y coralistas. Las pulseras, las que Coldplay usa en sus conciertos para colorear canciones como Viva la Vida, añadieron espectáculo a la cita –más punto de encuentro sinfónico con la cultura euskaldun que recital al uso– y cierta sorpresa, ya que se fueron activando en determinadas canciones.
Arrancó, entre imágenes de agua corriendo libre en las pantallas, Neomak con Ilargi berriak, con aires de raíz ancestral, entre palmas y con la BOS sustituyendo el sonido electrónico original. La primera versión –y pellizco– llegó con Anne Etchegoyen y su Hegoak, épica, propulsada por los coros y tributo a Txoria txori, de Laboa. El inminente disco de Anne se titula Festa y Gorka Sarriegi y Urbil Artola, de Sorotan Bele, convirtieron en una jaia pop y folk su inolvidable Arratsalde honetan.
Cita de contrastes
La efusividad dejó paso a la caricia nostálgica de Iñigo Etxezarreta, de ETS, con Abuela maitia, tributo rumbero a su amama fallecida, que embelleció una BOS que ocupaba el enorme escenario atenta a la batuta de Velázquez entre decenas de amamas proyectadas en una gran pantalla que fue complemento visual de un sonido potente y prístino, y de una tormenta luminotécnica a la altura de citas internacionales.
Rozalén, primera cantante no euskaldun que participa en Ura Bere Bidean, empezó a convertirse en la estrella de la noche al compartir, emocionada, Ahots hari con Olatz Salvador. La albaceteña demostró su dominio de la fonética vasca antes del relevo de Zea Mays con Kea, al que la BOS visitó con un colchón sinfónico en sustitución de su entramado electrónico. A pesar del radical cambio sonoro, Aiora se mostró solvente junto a la guitarra y sonrisa –al aire, como humo– de Piti.
La rueda siguió con el lirismo y el compromiso de Rafa Rueda y su Egia bat esateagatik, en tributo a Aresti y vivida con los ojos cerrados, que barrieron la alegría y el arrojo feminista y trikitilari de AMAK, que convirtieron el BEC en una romería euskaldun, al igual que posteriormente Gozategi. Tal contraste se repitió con el poético Hitzetan, de Idoia, y el festivo Gogoak, de los mestizos Esne Beltza. Todavía retumbaba el sonido de la voz de Xabi Solano, primer artista en fundirse con el público, cuando llegó otro momento cumbre con Francis Díez y su Corazón de tango, primera concesión al castellano y cantado hasta la ronquera por el público y Aiora en su parte final.
Badira hiru aste es una joya, y su autor, Mikel Urdangarin, un maestro sensible del folk. La BOS la elevó y contribuyó a su clase magistral de dulzura, que cobró nuevos bríos con el heavy pop de Urtz y la segunda romería de la cita –de atril y partitura– de Gozategi, cuyos Nor nori nork, Nirekin y Kalanbreak calentaron las manos y pies del público.
El punk sinfónico es posible. Así lo demostraron dos formaciones eléctricas y veteranas y, quizás, las más alejadas de los gustos y filosofía de los fans, caso de Delirium Tremens y los barakaldarras Parabellum. El vocalista de los de Mutriku, Andoni Basterretxea, clavó con su chulería su éxito Ikusi, y los segundos, a escasos metros de casa, La locura, segunda y última andanada en erderaz de la cita, con Josu Koskostegi, embutido en una camisa de fuerza, al micrófono y alejado de su batería. La BOS meció a Süne en Sunday, y alentó el ritmo de un atropellado Mundu berri baten mapa, de Skakeitan, antes de una recta final que el público vivió extasiado y cantarín.
Arrancó con Xalbadorren heriotzean, en la voz de Rozalén, que también compartió después, al borde de las lágrimas y con Aiora, ese clásico intergeneracional que es Negua joan data. Antes sonó Bueltan da, con Tom de Bulego sacudio por la épica de las cuerdas. Con el público y la orquesta enardecidos, la apoteosis recayó, sin sorpresas, en los de siempre. ETS pellizcó con la emoción de Zurekin batera, y ya, todos a una, Gatibu ofreció dos andanadas de fiesta y rock con Gabak zerueri begire y Txiki txiki Bang Bang, para festejar la vida y la música compartida.