Berpiztu, el documental sobre Kepa Junkera dirigido por Fermín Aio sobre la carrera profesional del músico y la lucha actual que vive para recuperarse del ictus sufrido hace ya casi cuatro años, se estrenará en Zinemaldia este miércoles, en la EITB Gala que se celebrará en el Teatro Victoria Eugenia, a las 19.30 horas. Producido por Joserra Producciones y ETB, la película optará al Premio del Cine Vasco. “Recupera a Kepa y es un reencuentro con alguien a quien quieres mucho y llevaba desaparecido varios años. No estaba bien en un artista de su calibre”, indica Aio en esta entrevista, en la que confiesa que “sé que toca ya la triki, pero no me ha dejado grabarle”.

Kepa reaparece. Por fin se le puede ver tras cuatro años de lucha callada contra el ictus.

Sí, es como acabar con el tabú de la enfermedad, ese que hace a la gente tener cierto apuro a preguntar cómo está. Además de adecuado, el título es suyo. El documental tiene ese equilibrio al hablar de él antes y después del ictus. Ofrece dos Kepas diferentes que, al final, están unidos por su trabajo y la gente que lo quiere.

Nadie dudará de su necesidad, pero ¿de quién parte la idea del documental?

De su expareja, Miren Goikouria, que en el verano de 2021 me llamó para hablar del proyecto. Nos conocíamos de ETB, pero nunca habíamos trabajado juntos. Yo tenía la misma información que todo el mundo, que había sufrido un ictus, que desconocía su estado y que había desaparecido. Y pensamos que no podía ser, que no estaba bien eso en un artista de su calibre. Ni por Kepa ni por la gente que lo quiere, sus seguidores incluidos.

¿Tuvo claro cómo quería llevarlo a cabo?

Pues no, en los documentales siempre sabes cómo empiezas, pero no cómo acabas. El trabajo me ha llevado por caminos imprevistos aunque lo que sí recuerdo es que lo primero fue reunirme con él, y luego con sus hijos para explicarles el proyecto y el enfoque que quería darle: contar su trayectoria y cómo estaba ahora. Y les pareció bien. Su familia es maravillosa y se han volcado todos en el documental.

Ese abrazo emotivo es vital cuando se sufre una enfermedad.

Ya lo dicen en Aita Menni, el centro donde realiza su recuperación, que el entorno y la familia son muy importantes para quien sufre una enfermedad así. Y el papel gigantesco que vive su familia se refleja en el documental también.

Su objetivo parece ser doble: realizar un repaso a su carrera artística y también a su labor de recuperación tras el ictus.

Es que Kepa sigue estando ahí, tiene sus intereses y emociones, y sigue tan liante como siempre. De hecho, el film surge de su deseo de hacer un libro que contara su historia a través de sus más de 30 discos y que está escribiendo el periodista Joseba Martín. Se prevé que salga para la Azoka y en él participarán muchísimos artistas que reinterpretarán las portadas de sus álbumes. Ahí ya dijo que el libro tenía que llamarse Berpiztu y empezó a liar a sus contactos hasta que llegamos al documental.

¿Cómo ha estructurado el montaje de esas dos patas, la artística y la personal, que vertebran la película?

Yo quería descubrir también la historia humana que había detrás de cada colaboración de Kepa, no solo la musical, pero había trabajado con más de 600 artistas, así que no podía ser. Tras una amplia selección, me fui dando cuenta de que todo conectaba con el presente, como en el caso del fotógrafo Santi Yaniz, cuyo reencuentro con Kepa tras años sin verse se plasma en el documental. El visionado conjunto de sus fotos compartidas nos lleva del pasado al presente. Esos saltos son continuos, se entrelazan ambas facetas y le dan como forma de película. Se salta de emoción en emoción, y de recuerdo en recuerdo, y es muy entretenido.

Una secuencia del documental, en el que Kepa Junkera muestra también su día a día tras sufrir el ictus.

El repaso a su carrera lo ha jalonado con intervenciones de múltiples colaboradores (Ara Malikian, Estrella Morente, Santiago Auserón…). Nadie habrá dicho que no, imagino.

Nadie, nadie. Hemos sido nosotros los que hemos dejado fuera con mucha pena a gente que podía estar.

La película incorpora también muchas imágenes inéditas de su carrera, especialmente de las grabaciones de sus discos. Él es muy metódico, lo graba casi todo.

Todo eso está en el docu y es muy divertido verlo con todos los artistas con los que ha colaborado. Es gracioso ver a Auserón cómo usa un diccionario en euskera para saber qué iba a cantar o comprobar cómo Kepa fue a buscar músicas por todo el mundo. Por ejemplo, con indígenas de Estados Unidos, los aborígenes de Boise, cuna de la diáspora vasca, o en viajes a Argentina, Portugal o a Cuba. Una persona del equipo se tiró dos meses enteros solo para catalogar ese archivo gigantesco de imágenes y música. No para decidir qué usar, solo para hacernos una idea del material disponible.

Como no podía ser de otra forma, la música está omnipresente.

Claro, la banda sonora de la peli es un recorrido por todas las canciones de Kepa. Es algo excepcional porque ¡hay mas de 120 canciones suyas en el documental, un montón! Al principio no estaba seguro de cómo encajaría esa música en la historia, pero ha ayudado mucho. Contar con toda esa discografía para hacer el docu y poner música a todas las historias ha sido un lujo.

También aparece alguna entrevista antigua a Kepa en las que dice avergonzarse de tocar la triki, un instrumento que estaba mal visto. Él se ha encargado de revalorizarlo, de elevarlo al estatus que tiene ahora.

En esa larga entrevista para el programa de ETB Basta con Uve, Kepa parece que está viendo el futuro. Cuenta lo que busca lograr con la triki, su deseo de colaborar con músicos de otros continentes, de abrirse a otras músicas… Todo lo que soñaba, lo hizo.

Y ha creado escuela, como se advierte en las nuevas generaciones, desde el respeto a la tradición, pero también yendo más allá y trasladándola al presente y haciéndola casi universal con sus múltiples colaboraciones. Ese ha sido otro de sus mayores activos ¿no cree?

Sin duda, y lo ha hecho a contracorriente. Hay una secuencia en la que Joseba Tapia, que tocaba al principio con Mutriku y Kepa, asegura que nadie le entendía en los campeonatos de 1986 y 1988. Kepa rompió los esquemas de la gente, ya que algunos pensaron que estaba traicionando a la música tradicional. Su gran fuerza interior le hizo seguir adelante; y tenía razón. Y dejar claro que Tapia también tenía esa visión porque escuchaba y se inspiraba con músicas muy diversas. Ambos eran almas gemelas en esa apertura que buscaban hacer de manera natural.

Creo que la implicación del propio Junkera ha sido incondicional desde el primer momento ¿no?

Sí, ha sido una gozada trabajar con él. Hemos estado muy en contacto y le he ido enseñando secuencias; con miedo, por cierto, porque tiene fama de ser muy exigente (risas). Y debo decir que algunos detalles en el docu que son muy suyos, ya que aparecen, a instancias de él, Cari, la señora que le limpia su baserri, Oliene, quitando el polvo a sus trikis, los polvos de mantequilla de la pastelería Ares de Gernika, que le encantan, y la Escuela de Cesta del Jai Alai de Gernika. Grabamos todo, y tiene sentido, ya lo verán. Hacía falta incorporar esas secuencias.

¿No ha habido ese pudor del que hablábamos entre ambos ni al enfrentarse a la cámara?

Nada, ninguno. Al principio sí sentí temor por hacerle repetir algo que decía al no entenderle bien. Quizás con él la conversación se ralentice, pero sí hemos profundizado. Te pone en el momento y si estás con él no puedes pensar en otras cosas. Y eso es una gozada.

Resulta enternecedor ver a su familia, a sus hijas, su hermana… La anécdota de su ama con las canicas y sus “dedos especiales” es muy clarificadora. Se le llena la cara de orgullo.

Es que está feliz cuando ve a su hijo bien. Ella se acuerda de todo y cuenta las historias como las amatxus, las que solo ellas saben, como las primeras trikis que le compraron o la de las canicas. Y se emociona mucho, claro. Esa mujer tiene mucha energía.

La fotografía de Kerman, su hijo, detrás de Kepa y vestido con el equipo del Athletic no será casual. De pocas cosas se siente más orgulloso él, de que juegue en el equipo del Txopo, su ídolo.

La puso él, siempre la pone. Si no está, manda ponerla (risas). Nos abrasa con las fotos de los partidos de Kerman con el Athletic. Está muy orgulloso de él. Hasta ahora no ha ido a verlo a Lezama, pero creo que a partir del documental tengo la esperanza de que sí lo haga. Una vez hecha pública su imagen actual, espero que se anime y que a sus hijos no les vaya a importar. Estaría muy bien que se naturalizara esa situación que vive, y creo que está en ello porque se hizo muchas fotos en la calle, en Gernika, el día de la proyección exclusiva para la familia, y no le importó que le viera la gente.

Tenía usted dudas sobre cómo cerrar el documental. ¿Qué puede avanzar al respecto sin hacer spoilers?

Pues… (duda). Me pareció siempre importante hablar del futuro, del “ahora qué”. Y qué ha dejado para quienes vienen detrás.

En el documental aparecen dos trikitilaris jóvenes embelesadas con él en su casa.

Eso es, son Inés Osinaga (exEkon y exGose, ahora en solitario) y Josune (Huntza), que hacen la música que gusta a los jóvenes y son el futuro. Ambas tienen un papel muy importante en la película aunque no aparezcan mucho. Sus secuencias son muy potentes.

Tras el estreno del documental, ¿qué planes tiene Kepa, además de seguir con su recuperación? ¿Puede componer, lo ha hecho ya?

Tengo esa esperanza e intentamos que se reflejara en el documental, pero Kepa no está preparado todavía. Va por fases y sé que toca la triki a veces, pero no me ha dejado grabarle. Creo que le da mucha rabia no tocar tan bien como antes del ictus. Yo voy a insistir, a fuerza de ser pesado. ¡Quién sabe cómo irán las cosas!

Por cierto, su trabajo opta al Premio del Cine Vasco. ¿Ya lo ha ganado filmando a Kepa?

Sí, así es. Me sorprendí cuando me lo dijeron. Pensé que iba a ser como un biopic sin más que contara su carrera con algún detalle de su estado actual, pero al montar lo grabado me he encontrado con una historia tan potente… Al final, cuenta algo más que su historia, nos permite recuperar a Kepa, reencontrarnos con alguien a quien hemos querido tanto porque hemos crecido oyendo su música y que ha desaparecido durante unos años.