Para la actriz Anabell Sotelo ha sido el viaje más largo de su vida. Ha tardado más de 42 horas en abandonar el horror que se está viviendo en Ucrania y llegar a Bilbao donde ha interpretado hoy The Book of Sirens, obra de teatro creada y estrenada en refugios antiaéreos de Kiev por dicha compañía, y que ha tenido su estreno internacional en la Sala BBK Kuna. Un estreno que ha abierto la sexta edición del Fair Saturday Forum, una iniciativa que aúna cultura e iniciativa social y que tendrá lugar en la capital vizcaina hasta el próximo 31 de mayo.

¿Cómo ha sido su viaje a Bilbao, física y emocionalmente?

Físicamente, agotador, hemos viajado a una ciudad fronteriza de Polonia, ahí hemos cogido un avión a Cracovia, otro a Amsterdam, a Madrid, y de ahí a Bilbao. Pero además, emocionalmente ha sido muy intenso. He salido de un entorno de guerra a una realidad normal, de un lugar lleno de tensión en el que cada momento piensas que puede pasar cualquier cosa a un ambiente de seguridad. Cuando llegué a Cracovia seguía teniendo esa sensación de que nos podía caer una bomba encima y de repente me daba cuenta de que eso no podía ser, que eso no podía pasar ahí. Y ver a la gente reunida en Bilbao sin ningún tipo de problemas me parece irreal. Todavía no sé qué sentimientos tengo, hay una lista de cosas que siento al mismo tiempo, empezando por Dios mío que raro es todo, agradecimiento por poder estar aquí, a una sensación de que todo esto no es real, que no existe y que estoy en un sueño.

¿En qué situación se encuentan en estos momentos Kiev?

—Estamos mejor que en marzo, pero obviamente, todavía hay sensación constante de peligro. Sigue habiendo bombardeos, varios a la semana. El día antes de salir para Bilbao hubo uno y una persona que conozco falleció. Se puede decir que la situación se ha estabilizado un poco pero de repente pasa algo. Es muy difícil predecir cómo va a transcurrir el día.

Hace unos años crearon la compañía de teatro, pero en estos meses el teatro ha hecho labor de refugio, de bunker, de teatro improvisado...

—Es un espacio situado en un sótano, tiene cinco habitaciones, está muy bien protegido, así que cuando estalló la guerra los integrantes de la compañía decidimos trasladarnos a vivir al local. Es un lugar bastante seguro para quedarse allí, además teníamos compañeros que no querían salir de la ciudad y sus amigos, y los vecinos del barrio... Los primeros días nos llegamos a juntar hasta 40 personas. Algunos acabaron marchándose, pero nos quedamos como unas 20 personas, ahora somos menos.

¿Cómo ha sido ensayar oyendo las sirenas y en pleno bombardeos?

—Cuando empezó la guerra los primeros días perdimos la sensación de importancia de todo lo que hacíamos porque nos sentimos muy desolados, en un ambiente que nadie puede entender, que no había salida. Día tras día nos dimos cuenta de que el teatro nos daba fuerza, sensación de una realidad que perdimos. Primero nos dedicamos a reflexionar sobre qué función tiene. Luego decidimos seguir ensayando para buscar respuestas a estas cuestiones. Como os podéis imaginar, los ensayos fueron muy atípicos, oíamos las sirenas, siempre rodeados de gente, antes hubiera sido imposible porque el espacio siempre había sido muy privado... Al principio, era muy raro porque tienes que abrir toda tu alma, mientras te está observando tanta gente en ese proceso de creación, pero luego nos acotumbramos. También a los gatos, se llegaron a juntar hasta ocho porque había personas que nos llevaban sus mascotas para que las cuidáramos cuando se iban a otras ciudades u otras países.

¿Cómo era el día a día en el teatro-refugio?

—Teníamos un horario y pasase lo que pasase, lo manteníamos solo para tener clara la sensación de orden, de control. Nos dimos cuenta de que teníamos que volver a hacer lo que hacíamos bien, construir y enfrentarnos a la guerra convencidos de que no tiene poder ante nosotros, porque cuando creamos y damos vida a algo básicamente la combatimos. Tratamos de buscar caminos de cómo se puede contar nuestra experiencia al mundo, pero también es una forma de conseguir que la guerra no pueda con nosotros.

Ha confesado que ahora entiende conceptos como que la guerra deshumaniza y te mata por dentro...

—El problema de deshumanización está muy presente en nuestra sociedad pero en la guerra es mucho mas explícito. Considerar a todas las personas como un número es muy peligroso, solo al oír sus historias podemos empezar a empatizar, actuar, hacer algo para que la situación cambie. El proceso de deshumanización hace que se pierda el pensamiento crítico y esto es otra cosa que provoca la guerra, dejas de percibir a una persona como persona, todo es blanco o negro, los rusos son enemigos; solo así puedes sobrevivir, dar un sentido a la situación. Pero la cultura puede ayudar a tener pensamiento crítico, a ver a las personas como personas y no como números.

¿La obra que se representa en Bilbao es un mensaje de esperanza?

—Es más que todo un grito muy alto de decir que estamos aquí. El hecho de haberla podido crear puede dar un poco de alivio pero la obra misma está basada en la idea de que el arte, la educación, los libros pueden salvar vidas. No sé si queríamos lanzar un mensaje de esperanza o solo de motivación para seguir adelante.

¿Cómo está viviendo el mundo de la cultura la guerra en Ucrania? ¿Hay más teatros como el suyo que resisten a la invasión?

—Hemos tenido un poco más suerte que otros teatros porque los grandes, los nacionales tienen una gran ausencia de artistas; unos se fueron al ejército, otros salieron del país, entonces no han podido mantenerse. Tampoco había conexión en la ciudad, había personas que vivían en la otra orilla y era imposible reunirse. Nosotros lo hemos tenido más fácil, estábamos todos unidos, teníamos luz, alimentos, pianos... Ahora se ha recuperado un poco más el teatro, se combina más el trabajo voluntario con los ensayos. Cuando pasa algo así, cuando empieza la guerra, piensas que el arte o el teatro no tiene lugar porque lo que tienes que hacer es coger el arma e ir a defender a tu tierra o hacer trabajo voluntario. Nosotros también pensábamos esto, pero siempre hemos tenido muy claro que sin arte todo esto no tiene sentido.