aún sigo de pie”, cantaba Loquillo en su disco de 2020, El último clásico. Cuatro décadas después, el barcelonés que dejó el baloncesto por el rock’n’roll publica Diario de una tregua, “un disco de rock en español que resume toda una vida”, y que tiene visos de convertirse en un clásico por sonido, intención y porque agrupa canciones de sus mejores colaboradores: Sabino Méndez, Igor Paskual y Gabriel Sopeña. “Yo siempre estoy y se me espera, nunca vi la vida desde la barrera”, se jacta mientras se autoproclama El rey. Su gira recalará el 13 de mayo en el Kursaal donostiarra. “Este disco que resume toda una vida, resume el personaje y toda mi trayectoria vital. Las letras son todo lo que soy y por primera vez se reúnen los tres grandes autores con los que he trabajado”, explica El Loco sobre Diario de una tregua, que se publica tras un largo retraso debido a los problemas surgidos para la fabricación de vinilos tras la pandemia y que coincide con la salida a la venta de su biografía oficial, escrita por Felipe Cabrerizo.

Su gira, que se inicia este fin de semana, llegará a Donostia el 13 de mayo y ofrecerá un concierto especial con colaboradores el 15 de octubre en Madrid. Como Balmoral, su primera cumbre tras la disolución de Trogloditas, Diario de una tregua respira el aroma de disco clásico, el de esos cancioneros que el tiempo no logra silenciar. Su aura y sonido afilado y eléctrico aunque lleno de matices y rica instrumentación, es una llamada a la acción -“la vida no es ensayo, es actuación”, canta- y una oda al poder del rock’n’roll en un tiempo “a medio camino del invierno de nuestro descontento y la primavera de la esperanza”, según él explica.

Por si alguien no lo tenía claro después de más de tres décadas de música, “no se vende esta pasión, no se vende esta canción, ni siquiera al gran postor”, escupe orgulloso El Loco, que grabó el álbum en el Alto Ampurdán, en el estudio Music Lan, tras concluir una gira conjunta con Sopeña que supuso “un prueba real de vida, poesía de resistencia” frente a la pandemia y aquellos que “siguen estigmatizando la cultura”, explica. “Estaba en situación, había que registrar ese momento”, recuerda. Y, como el escritor y actor Sam Shepard, él, que se siente “un solitario al que le gusta estar con la gente”, se reunió con sus músicos para tratar de volver a hacer historia.

Volver a ser los mejores

Si Trogloditas fueron los mejores, sus músicos actuales -“ningún mercenario, tropas que pelean a diario”- no les van a la zaga. Al frente, los guitarristas Igor Paskual y Josu García. El primero aportó canciones, al igual que Sopeña y Méndez, y el segundo fue “el malo de la película” al ocuparse de la producción y tener que “imponer disciplina, seriedad y rigor”. El resultado final no admite dudas, logró el objetivo de “hacer un disco de rock español de sonido orgánico, fuerte, honesto, vivo, coherente y homogéneo”.

Aprovechándose de la tecnología digital del Protools sin renunciar a la pureza de lo analógico, las numerosas “canciones poderosas y altivas” salieron y se grabaron solas. Ahí brillan especialmente el rock atronador, orgulloso y eléctrico, donde las guitarras arañan y causan bajas, de El rey con su saxo springsteeniano, las baterías atronadoras y riffs crudos de Velas a San Antón o el muro de guitarras de Somos la furia, con sus coros épicos. Su pasión por Mink de Ville resulta obvia en Sonríe, con sus trompetas tex-mex y guiños doo woop, y a The Stranglers en La libertad.

El Loco convierte en un hit La mafia del baile, la ley del compás, una defensa del baile y de la faz tanto lúdica como luchadora del rock, muestra su lado tierno en el himno épico con aire circense de Voluntad de bien y se atreve con la adaptación del arranque del libro Historia de dos ciudades, de un Dickens con “una modernidad que impresiona”, según Sopeña. Y hasta se acerca al pop, con gran protagonismo de los teclados, en La lluvia dice, otro guiño a la naturaleza de Méndez, también autor de la inolvidable Sol.

Y en las letras de sus colegas, El Loco se proyecta como un kamikaze, orgulloso en El rey de “mis estribillos perfectos” y “conciertos imperiales”; y luchador y reivindicativo en La libertad, donde propone “ilusión, esperanza y pasar a la acción” sin fronteras ni banderas. “No se llega a las alturas caminando por el llano” canta, a la vez que aboga por la sonrisa como arma y se exhibe chulesco al atacar los versos: “me río de las tendencias, de los profetas, de las estrellas, me río de las cadenas”.

Y dice agur con un recuerdo y brindis por quienes se fueron -“la dulce amistad, voluntad de bien, querer compartir”- y la asunción de nuestra propia muerte. Antes, le queda y nos queda mucho por bailar.

Su gira llegará a Donostia el 13 de mayo y ofrecerá un concierto especial con colaboradores el 15 de octubre en Madrid

El resultado final no admite dudas: “Un disco de rock español de sonido orgánico, fuerte, honesto, vivo, coherente y homogéneo”