Bobby Gillespie (60 años) ScreamadelicaUn chaval del barrio “El rock es un arte absolutamente democrático”

La autobiografía -Tenement kid en el original, título que alude a los pisos proletarios de una única habitación y que cuenta con la traducción del músico vasco Ibon Errazkin- indaga en la singladura de Gillespie, desde su niñez hasta la publicación de Screamadelica (1991), cuando su banda, Primal Scream, referente indiscutible del rock británico independiente, redefinió las claves del rock del fin del siglo XX partiendo del acid house, para grabar uno de los mejores álbumes de la historia.

Gillespie creció en la calle, haciendo diabluras en Spingburn, un suburbio trabajador “sin hierba” y repleto de fábricas abandonadas, en el seno de una familia de clase trabajadora. Su padre era uno de los sindicalistas que lograron la jornada laboral de 40 horas en Reino Unido y en su casa, al contrario que en las de sus amigos, en lugar de retratos de la Reina y Jesucristo, dominaban las paredes los del Ché y Mohammed Ali.

Desclasado incluso en su entorno, Gillespie vivió en su niñez su pasión por el fútbol -seguidor del Celtic y del Brasil de los años 70, la Holanda de Cruyff y el Barça de Guardiola- como “una forma de socialismo en acción”, un paso previo a los grupos de rock, donde “el todo es mayor que las partes”. Tras dejar los estudios y ya trabajando a los 16 en una fábrica de litografía, canalizó su rabia, soledad y atisbos de depresión a través de la música, primero de Dr. Feelgood y Thin Lizzy, y después de Sex Pistols y The Clash. “Llegó el punk y me pilló muy preparado. Estaba dispuesto a saltar como una cobra y morder”, describe en su autobiografía.

La música de los desposeídos

Mordió, primero como oyente y luego como músico, aprendiendo de Johnny Rotten y Malcolm McLaren, de “lo feo, que pasó a ser bello” y de un punk que “puso la cultura patas arriba y fue la voz del desencanto y la rebelión”. Fan de PIL, Siouxie, Echo & The Bunnymen y New Order, de quienes se deshace en elogios, buscó “el desafío a las normas y un espacio de libertad” en la música, primero cargando los instrumentos de Altered Images -llegó a tocar el sintetizador con ellos- y luego en el bajo de The Wake antes de ollar su primera cumbre como batería de The Jesus & Mary Chain.

Ya con Alan McGee, el impulsor del sello Creation, como amigo, con el grupo de los hermanos Reid hizo historia aunque solo grabara su debut, Psychocandy, “canciones para desposeídos escritas por desposeídos”, escribe Gillespie, que reconoce su “estilo primitivo” a las baquetas, pero se jacta de haber pasado por “el grupo más potente del planeta” a principios de los 80. Sus anécdotas químicas con los Reid -mezcla de “psicosis, provocación, azúcar y dulce violencia”- y el relato de sus conciertos fugaces, que duraban apenas 15 minutos por la violencia que provocaban, hacen devorar las páginas del libro autobiográfico.

Los Reid obligaron a Bobby Gillespie a elegir entre ellos y los embrionarios Primal Scream. Optó por su propia banda y tras dos discos de aprendizaje, primero tras la senda del folk-rock de The Byrds y luego enchufados “al rock’n’roll de alto octanaje” de MC5, llegó a la cúspide con Screamadelica, fusión perfecta de psicodelia, rock, pop, punk, dub, gospel y soul lograda a medias con el fallecido Dj Andrew Weatherall. “El indie estaba acabado”, narra en su libro, y recuerda cómo se lanzó a la escena acid house en 1990, a las raves, la música de baile “primitiva y pagana” impulsada por “el ácido, la ética del rap y la técnica del cut up”.

Drogas y política

“Ansiamos el elixir mágico de la criatura capaz de aplacar a los lobos y aliviar el dolor de nuestra mente”, explica sobre las drogas, ligadas siempre a la banda Primal Scream y leitmotiv de canciones como Movin’on up o Higher than the sun. Limpio desde hace década y media, las probó casi todas este romántico empedernido -“abierto al shock y el asombro del amor”- y fino estilista siempre, desde cuando en su adolescencia rebuscaba en las tiendas de su barrio para vestir y calzar a su propio gusto.

“La forma de vestir era tan importante como la música”, defiende Gillespie, para quien “el estilo es un arma”. Y la otra arma es la política. De hecho, al igual que en la música, reniega de “la sociedad del espectador” y aboga por la participación. Hijo de McLaren y Marx -de Karl y Groucho-, Gillespie, que se ha declarado a favor de la independencia de Escocia, asegura que “estamos peor que nunca” desde la llegada de Thatcher al poder. Dice ser socialista, “no marxista como mi padre”, y ataca a un poder “fruto del fatídico matrimonio entre los males gemelos de la Realeza y la Iglesia apoyados por los cabrones de la aristocracia y la clase mercantil de los nuevos ricos”. Esperamos ansiosos unas segundas memorias y lo nuevo de los Scream tras el gran Utopian ashes, que Gillespie comparte con Jehnny Beth, excantante de Savages.

Bobby Gillespie vivió en su niñez su pasión por el fútbol como “una forma de socialismo en acción”, un paso previo a los grupos de rock

A favor de la independencia de Escocia, el músico asegura que “estamos peor que nunca” desde la llegada de Margaret Thatcher al poder