Manu Chao músico con sangre vasca y cruce de Bob Marley y el Che Guevara, que renegó de la fama y utilizó el mucho dinero recaudado, además de para realizar múltiples donaciones, para “comprar mi libertad”Clandestino. En busca de Manu Chao

Amado y odiado a partes iguales, Chao, con genes repartidos entre Galicia y los de su abuelo materno vasco, Tomás Ortega, no deja indiferente a nadie. “Trasunto pacifista del Che con el alma de Marley”, dice de él Culshaw, que apostilla que “es uno de los buenos” y que “practica lo que predica”. Al lado contrario, algunos músicos le tildan de “mochilero que ha ganado millones”, “rico petulante” y “adicto al plagio”, y muchos líderes políticos y económicos le consideran un “anarquista peligroso” por su defensa de los desahuciados del mundo, a quienes ha prestado ayuda -y pasta- a través de su fundación y conciertos gratuitos.

Culshaw, tras viajar por medio mundo con Chao, es capaz de advertir ese “halo místico” que envuelve al personaje, pero se niega a mitificarlo y lo baja a tierra. A pesar de las muchas virtudes de este hombre y músico “sin móvil ni reloj” que canta “correr es mi destino”, el británico también destaca lo “deliberadamente poco trabajadas” de sus producciones, su tozudez en la defensa de su visión artística, su timidez, inseguridad y neurosis. Y su visión dictatorial con sus músicos tras la experiencia fallida y autogestionada de Mano Negra. Ermitaño y “loco mosquito” adicto a los viajes, su padre, Ramón Chao, escritor y periodista ya fallecido, reconoció que “mi hijo no es feliz; ser artista es estar constantemente insatisfecho”.

El libro, editado en castellano tras publicarse originalmente en 2013, narra con precisión la trayectoria vital y musical del parisino, nacido José Manuel Tomás Arturo, hace 60 años, en París, en una familia de emigrantes. Creció en la calle, en el suburbio de Sévres, y aunque llegó a traficar en su adolescencia, le salvó de la cárcel la música y el ambiente intelectual de su casa, donde se escuchaba a Bola de Nieve, la trova cubana y ópera, y su padre departía con Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier y Gabriel García Marquez. “Era ya un grano en el culo con cuatro años”, decía el autor de Cien años de soledad sobre Manu.

Del rock a un estilo propio Chuck Berry, Little Richard y los primeros rockeros le influyeron en su primer grupo, Jon de Culasse, con quienes grabó un disco hoy inencontrable, y fue abriendo sus gustos de Dr. Feelgood a The Clash mientras pasaba por bandas como Hot Pants y Los Carayos, casi siempre con su hermano Antoine a la trompeta. Su mezcla de punk, ska, reggae y sonidos latinos se apuntaló con Mano Negra, con quien vendió millones de discos y protagonizó aventuras increíbles -giras en un barco de carga o por tren en Colombia- antes de dar la espantada.

Curiosamente, con 35 años, sin grupo, envuelto en una profunda depresión y con pensamientos suicidas, sus periplos por favelas, playas y bares perdidos de medio mundo, de Río de Janeiro a México D.F. o Tijuana, pasando por Dakar, Malasaña, Barcelona y París, le convirtieron en una estrella mundial gracias a sus dos primeros discos en solitario: Clandestino y Próxima estación... esperanza. Ya convertido en una estrella antiglobalización tras su apoyo a los zapatistas y su lucha contra el G-8, renegó de la fama -“te puede volver loco”- y del dinero, que considera “el diablo”, pero que reconoce que “compra tu libertad e independencia”.

El libro narra pormenorizadamente la obra posterior de Chao, cómo creó su disco La radiolina a su álbum con los pacientes psiquiátricos argentinos de La Colifata; sus colaboraciones con Amadou & Mariam o Tinariwen; su disco-libro en francés Sibérie m’était contéee; su defensa de los derechos de las prostitutas o sus visitas a campos de refugiados saharauis con Javier Bardem. Él, que reconoce “siempre haber votado en contra, nunca a favor” y que sueña con ser apicultor y “un hombre medicina”, sigue desaparecido, sin editar discos desde hace años, colgando canciones gratis periódicamente... y radicalmente libre. Con su mochila al hombro y sus viejas sandalias en los pies, empapándose de canciones e historias en sus viajes. Porque odia la rutina y correr es su destino.

Culshaw, tras viajar por medio mundo con Chao, es capaz de advertir ese “halo místico” que lo envuelve, pero se niega a mitificarlo

Chao sigue desaparecido, sin editar discos desde hace años, colgando canciones gratis periódicamente... y radicalmente libre