Con la convicción de que el sistema sexo-género se derrumba como un edificio en ruinas, el filósofo Paul B. Preciado afirma que solo hay dos soluciones para apuntalarlo. La primera, la neoconservadora, consiste en aplicar más patriarcado. La segunda, la transfeminista, es la no asignación de género en el nacimiento. No hace falta resaltar que, como pensador de referencia de la teoría queer, aboga por un transición a un paradigma no binario. Su revolucionario razonamiento se deja entrever en la exposición que el colectivo Cabello/Carceller plantea en Azkuna Zentroa, en la que proponen una revisión del retrato -y relato- de Catalina de Erauso para relacionarlo con las políticas queer y trans contemporáneas.Dice que el retrato de Erauso es el primer retrato trans de la historia.
—La noción de transexualidad o de transgénero no existía en el siglo XVI. Ese retrato ha estado en Sevilla en una exposición de almirantes de la marina y ha pasado desapercibido. Tendríamos que mirar de nuevo la historia del arte y, a lo mejor, encontraríamos otros cuadros. Entonces de lo que se hablaría es de travestismo, una práctica considerada contranatura y penalizada por la Inquisición.
¿Cómo ha podido pasar prácticamente desapercibido hasta ahora?
—Hay algo que lo hace insólito y mágico al mismo tiempo: la representación no está en la línea de otras hicieron Velázquez u otros pintores con las galerías de los monstruos. A Erauso se le representa como almirante de la marina, con todos los honores. No hay ninguna caracterización que permita decir que es monstruoso.
¿Cómo surgió la idea hacer una lectura contemporánea del retrato?
—Cabello/Carceller ya habían trabajado antes con otras figuras de disidencia histórica, como Eleno de Céspedes. Nos pareció clara la importancia de este personaje: todo el mundo ha oído hablar de la monja alférez y hay varias calles con su nombre. Queríamos repensar esa figura, no tanto por recuperarla. Catalina de Erauso no era un hombre trans. Se le asignó género femenino y vivió como hombre hasta un punto que, por su clase social y por sus méritos militares, acaban concediéndole una bula papal y el derecho de vivir como hombre. Es bastante excepcional en la época. Durante mucho tiempo utilizó el nombre Antonio de Erauso.
¿Qué desarrollo ha tenido su figura a lo largo de la historia?
—Durante el Franquismo aparecía como figura bizarra y, al mismo tiempo, héroe nacional católico. El movimiento feminista lo recuperó como ídolo feminista y el movimiento lesbiano también dijo que fue lesbiana. Y ahora podríamos imaginar que el movimiento trans lo reivindicara. No me interesa tanto ninguna de esas atribuciones, no creo que ninguna de ellas sea verdad. Erauso es, sobre todo, una persona de su clase social, muy privilegiada, un militar colonial.
La exposición propone un nuevo retrato de Erauso interpelado por una galería de retratos trans contemporáneos.
—Tiene un aura espectacular por el conjunto de atribuciones históricas que se han hecho de ese retrato. Queríamos que ese retrato y su copia estuvieran en la exposición. A partir de esa intensidad hay una galería de retratos que Cabello/Carceller han ido realizando y que, en el fondo, resuenan de un modo distinto cuando los ves en contraste. En ese retrato aparecen muchas cosas, como la transfobia o la lesbofobia larvada históricamente al pensar en la lesbiana como una mujer diabólica y muy fea.
Asegura que hubo un tiempo en el que no había un marco institucional para desarrollar este tipo de iniciativas artísticas.
—A Cabello/Carceller les ha pasado como al propio retrato de Erauso, cuando empezaron a trabajar en los años 90, en España no había paradigma del que mirar su obra. Era una obra que caía en un vacío discursivo. Ni siquiera en ese momento había posibilidad de enunciar lo lesbiano como tal, parecía un insulto. Después de la emergencia planetaria del movimiento feminista, el gran activismo gay, lesbiano, queer o trans, esa obra hoy se mira de otro modo.
¿Cómo se estructura la exposición?
—Está pensada para hacernos entender cómo la historia es un laberinto opaco en el que uno no ve nada. Siempre decimos que del futuro nada se sabe, del pasado tampoco. Es muy difícil saber cómo hemos narrado la historia porque las figuras menores, disidentes, siempre han sido borradas del relato histórico.
Una de las piezas más curiosas es un vídeo en el que tres personas trans interpelan a Erauso.
—Hay tres figuras disidentes, Lewin, Tino y Bambi, y cada una de ellas interpela a ese retrato. Uno de los aspectos fascinantes de Erauso, y terriblemente problemático, es que llega como soldado al contexto de la colonización en América y ahí se convierte en una especie de carnicero. Es bonito el encuentro de Lewin, una persona migrante, con Erauso.
¿Cómo ha cambiado la mirada para abordar estos asuntos a lo largo de la historia?
—Hasta el siglo XIX había un paradigma teológico para mirar la sexualidad y el género. En el siglo XIX surgió el paradigma médico-jurídico en el que, en parte, todavía estamos: los homosexuales considerados enfermos, la transexualidad considerada como una disforia de género. Y, sin embargo, estamos luchando para que cualquier tipo de disidencia de género o sexual sea pensada como una forma de vida, como una estética. Lo que hace Erauso es peinarse de forma distinta, ponerse unos pantalones. No fue para tanto ni tan grave lo que hizo.
Han pasado 20 años desde que publicó ‘Manifiesto contrasexual’. ¿Ha percibido una evolución?
—Cuando lo publiqué era una especie de ovni rarísimo. Me afirmaba como feminista, cuando era casi un insulto. Ahora es fundamental que la gente entienda que estamos viviendo una revolución en el ámbito feminista, en las políticas sexuales y de género y en el antiracismo. Son revoluciones que se han operado a través de una transformación discursiva, no funcionan con la metodología de la guerra y de la violencia.
Sin embargo, ha quedado patente que hay muchas formas de entender el feminismo.
—En ese proceso hay pluralidad de opiniones, hay un movimiento feminista neoconservador que quiere parar esa revolución y, sin embargo, hay otro movimiento feminista mucho más amplio, que para mí es el movimiento transfeminista: une el feminismo con los procesos trans, lo que tiene que ver con la sexualidad y la migración. No es solo un movimiento de mujeres sino que es una alianza con el objetivo de una transformación radical, social y política.
¿Cómo valora que aquellos que han nacido más allá de los 2000 se planteen su orientación sexual o su identidad de género con una mayor apertura de miras?
—Historizar lo que nos sucede es importante para no estar cerrados. Hemos cambiado la historia y podemos seguir cambiándola. Ahora estamos luchando por la transición a un paradigma que sea socialmente democrático y no binario. El reto feminista más importante que va a plantearse en los próximos años es la no asignación de género en el nacimiento. Es fundamental.
¿Por qué considera que es el reto más importante?
—Esa asignación es discriminatoria. No estoy hablando de órganos sexuales, esa multiplicidad no puede estar reconducida a dos géneros que son históricamente jerárquicos. La masculinidad siempre será superior. Por lo tanto la asignación de género en el nacimiento es un acto discriminatorio y un feminismo a la altura del siglo XXI debe proponer salir del régimen de la asignación binaria. Que en nuestro carnet de identidad aparezca masculino y femenino es tan reaccionario como que aparezca nuestra raza. Uno debería ser simplemente un cuerpo humano que accede a la sociedad, sin ningún tipo de discriminación sexual, ni racial ni de género.
Al feminismo le pide radicalidad en su propuesta. ¿Se refiere a eso?
—Perdemos un montón de tiempo con pequeños arreglos. El movimiento homosexual invirtió 15 años en el Estado español luchando por la extensión del matrimonio. Si no hubiera diferencia de género en el carnet de identidad, no habría hecho falta. Con la cuestión de la igualdad salarial pasa exactamente lo mismo. Nuestros esfuerzos históricos consisten en generar jerarquías. Luego tenemos que corregirlas con la ley, pidiendo que haya igualdad, cuando son las instituciones las que producen desigualdad. Tenemos que despatriarcalizar nuestras instituciones para que produzcan igualdad desde el principio.
Eso suena a dinamitar el sistema.
—Soy filósofo y lo miro como un arquitecto mira un edificio que ve que se cae. El sistema sexo-género, tal y como lo hemos concebido, está fracturado y se cae. Entre otras cosas porque ha puesto todo el peso en la parte discriminada: las mujeres que se están emancipando. Las instituciones heterosexuales no funcionan, la familia heterosexual no funciona. Esto tiene el tiempo contado. Si el sistema sexo-género se fragmenta hay dos soluciones. La solución neoconservadora, la de Vox, Putin, es la de más patriarcado para sujetarlo, más violencia, más masculinidad. La segunda solución es hacer la transición a un paradigma no binario donde haya muchas expresiones de género distintas. No hay nada que indique que una persona que tiene vulva tenga que sufrir un proceso de educación y transformación política que lleve a la construcción de una maternidad normativa. Estamos en una construcción social absolutamente delirante.
En las últimas elecciones en el Estado español, en Castilla y León, Vox ha triplicado sus votos.
—Es un contexto que conozco porque nací en Burgos, siempre fue una ciudad tremendamente fascista. Ha vuelto a salir del armario.
¿Ejemplifica las resistencias?
—Obviamente. Pero es importante que la gente piense que aceptar una política como la de Vox es aceptar la política de la guerra. Oponerse a las transformaciones y a los procesos de emancipación solo se puede hacer a través de la violencia. Luego habrá que asumir las consecuencias. Hoy estamos en un ámbito de contestación, si no libre, en el que es más posible generar disidencia. Es interesante pensarlo a la luz de lo que ocurre en Ucrania; el voto a posiciones como Vox y PP son votos a favor de la guerra.
“A Erauso se le representa con todos los honores. No hay una caracterización que diga que es monstruoso”
“Un feminismo a la altura del siglo XXI debe proponer salir del régimen de la asignación binaria”
“Es interesante pensar a la luz de lo que ocurre en Ucrania; el voto a Vox y PP son votos a favor de la guerra”