Barajó varios títulos hasta darle el definitivo y entre otros se le pasó por la mente Maqueto o Once upon a time in Euskadi, a medio camino entre el homenaje a sus padres, andaluces en el Mondragón de los 80, y la película de Sergio Leone. Para Manu Gómez, su infancia fue un lugar de color y de felicidad y así lo refleja en su ópera prima que estrena esta semana, una visión que no se empaña con los díficiles momentos que vivia Euskadi entonces. La película muestra un verano en la vida de cuatro niños, ajenos al dramatismo pero insertados en él.

¿Es 'Erase una vez en Euskadi' en realidad una historia autobiográfica?

-Si, es un Frankestein de muchas vivencias de mucha gente, mías, de mis amigos más cercanos... Es como la propia película. Partiendo de la base que era Mondragón construimos un pueblo con muchos pequeños trozos de muchos pueblos. De hecho, el 70% de la película está rodada en Mondragón. Hay algo que nunca he dicho, y es quizás uno de los datos para mí más emotivos, la escena en que la madre de uno de los niños está fregando el portal, ése es el portal donde yo crecí y donde yo nací. Ahora ya no existe, lo tiraron como a los dos meses de rodar allí. Producto de muchas casualidades conseguimos rodar en ese portal.

¿Le vinieron entonces recuerdos y emociones a la cabeza?

-En ese momento no, me vinieron después. El estrés del rodaje quita tiempo a esa parada en que puedes analizar y pensar: 'estoy rodando mi primera película en el portal de mi casa, donde contaba los escalones y me cronometraba al bajar a tirar la basura para batir mis récords cuando bajaba en pijama'. De eso me di cuenta cuando cogí distancia.

Si en su primera película viaja a aquellos años es porque tenía necesidad de ese viaje, de revisar tu infancia...

-He sido una persona que ha usado de una manera errónea la frase cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no me gustaría estar de acuerdo con ella; pero lo estoy. Me gustaría que el mejor tiempo fuera el que está por venir, pero cuando vuelvo a mi niñez es como mi patria. Para mi, la patria de un ser humano es su niñez. Volver a esos rincones que estuvieron siempre en mi imaginario, aunque nunca pensé que fuera la primera película. Creía que sería una tercera o una cuarta... ¡Qué iluso! Es dificil hacer una película, por lo que pensé 'ya que tengo la oportunidad lo cuento porque quién sabe si tendré más oportunidades'.

Es una película llena de luz y color cuando la década de los 80 fueron años oscuros y más en Euskadi.

-Si, pero si vuelves a revisar tu niñez es difícil que la veas oscura. La niñez es luminosa. Javier Salmones y Antxón Gómez hicieron un trabajo maravilloso cuando en ambientación. Lo que ellos querían transmitir era aquello que les decía, que mi infancia estuvo llena de color. Aunque el entorno fuera gris, o siempre estuviera lloviendo, el color estaba muy presente.

Hay un gran trabajo de ambientación, en el vestuario, las casas, los carteles incluso en el lenguaje que emplean los niños.

-Defendí mucho cosas como que los niños se insultaran llamándose 'subnormal'. Es un insulto que decíamos que ahora es impensable decirlo, pero quería que apareciese porque era así. Hubo mucho trabajo desde la elaboración del guión, fue fácil para mí. También de acentos, el de Granada para los padres, los niños con un rollo foráneo y macarra, por eso fui a hacer el casting a Madrid.

Se puede apreciar que existe una especie de separación entre lo que era el mundo de los emigrantes y el de los nacidos en Euskadi, ¿era así?

-Había una divisón clara que era la educación Estaban las ikastolas, los de pago y las escuelas públicas, donde nos concentrabábamos los maquetos. La educación ya nos separaba y el idioma fue una pieza clave. En Cataluña también existió con los charnegos, pero tenían la ventaja de que el idioma era infinitamente más sencillo. El euskera era una barrera difícil de superar. La educación era tan pobre como que teníamos una hora a la semana, igual que para el francés, y nadie terminó sabiendo euskera, ni sabiendo francés. Había una brecha, es cierto, pero acabas teniendo amigos del mundo abertzale y de todos los ámbitos. El deporte ayudaba mucho.

¿Fue clave la emigración para crear la Euskadi actual?

-No hay que olvidar que la mano de obra y la gente de fuera ayudaron a que Euskadi fuera lo que hoy es. Me apetecía hacer un homenaje a mi infancia pero también a la vida de mis padres y de tanta gente que, por circunstancias, por la guerra o la pobreza, tuvieron que emigrar de sus ciudades para buscar una vida mejor.

Habla de una etapa de luz y color, pero fue una de las décadas más difíciles, sobre todo para los padres con el terrorismo, el paro, la droga... ¿cómo se conjuga crear una comedia con esa situación social?

-No es producto de ningún análisis. Escribí el guión de una forma un tanto anómala a lo que es lo correcto o académico. Puse un punto de partida y comencé a avanzar a través de un verano sin saber dónde me iba a llevar. Es un reflejo de la vida misma y en ella la comedia y la tragedia van de la mano. En cuántos tanatorios la gente se ríe recordando al difunto. Drama y comedia conviven y la película salta de una a otra como pasa en la vida. Los niños tienen la necesidad de ser felices y eso se ve al final de la película.

¿Cómo llega a descubrir a esos cuatro pequeños grandes actores en ciernes?

-Fue un casting multitudinario de meses, alrededor de 12 niños al día. Trataba de conocerles y luego que interpretaran el guión. Con los 4 ya me llamaron la atención solo en la entrevista, especialmente Paquito y Toni, que vinieron juntos, me vacilaron durante dos horas. Yo quería cuatro macarras y valientes. Trabajar con ellos es tan sencillo como entender y tener siempre presente que es un juego en el que tienes que conocer las reglas. Ellos juegan, no interpretan.

Entre los padres y las madres tiene también a grandes actores y actrices como Marian Álvarez y Luis Callejo

-Si. Les cautivó el guión. En el caso de Marian Ávarez, sacarla de la zona de confort y convertirla en una mujer luminosa con acento granadino fue una maravillosa la experiencia y ella se divirtió mucho. Con Luis Callejo, igual, con la cara de bueno que tiene hace siempre de malo y quería sacrale de esa imagen.

El ciclismo aparece mucho en esta historia de la mano de uno de los niños, ¿era su afición?

-Era mi pasión, aunque a veces llegaba a meta cuando ya la estaban desmontando. Yo cambiaría un Óscar por un Tour de Francia. Sigue siendo mi afición y mi pasión. Me veo absolutamente todas las carreras que hay, todas. Es una religión.

¿Qué acogida tuvo la película en en el Zinemaldia de Donosti?

-Muy buena y a nivel periodístico también muy bien. Vamos a ver que tal el estreno en los cines. Estamos muy contentos. Hubo un poco de vértigo al llevarla al festival pero no estuve muy nervioso, sí emocionado y sorprendido.

Saliste de Mondragón para ir a estudiar fuera, ¿cómo ha visto evolucionar Euskadi en este tiempo?

-Estudié en Bilbao Imagen y Sonido y luego en Donosti. Comencé a trabajar de Video asist, conocí a en 1998 a Antoni Hernández, nos hicimos amigos trabajé con él diez años y comencé a dirigir series como Seis hermanas, Derecho a soñar, algún capitulo de La que se avecina (fui ayudante de dirección) y Neboa con Emma Suarez, rodada en Galicia. En Mondragón tengo a mi madre, mi hermana, mi sobrina, mi cuñado y mis amigos, voy regularmente. Yo quiero volver siempre y mi vida no la quiero terminar en Madrid, entre otras cosas porque se respira otra cosa desde hace mucho tiempo. Cosas como las que cuenta la película han quedado atrás y no hay vuelta atrás.

¿Tiene otros proyectos en mente?

-Tengo bastantes ideas protagonistas en mi cabeza, lo que pasa es que la decisión cuando tienes una edad como la mía es de una extrema gravedad porque sabes que vas a estar tres años, mínimo, con una película y me pondría ya en los 51 años. Érase una vez en Euskadi comencé a escribirla hace 5 años, desde la idea original hasta hoy.