A sus 81 años, a punto de cumplir 82 en noviembre, Concha Velasco sigue siendo incombustible. “Hace solo tres días que me han dado el alta, me han operado de una peritonitis que me invadió la pleura; eso me dejó unas secuelas, pero yo le decía al médico: ¡pero a Bilbao voy como sea!”, explicó ayer la actriz vallisoletana que interpreta a partir de hoy y hasta el domingo en el teatro Arriaga La habitación de María. La mítica chica ye yé repite a las órdenes de su hijo después del éxito de El funeral.

Se la ve estupenda. Si usted no lo cuenta, nadie diría que ha estado enferma...

Me acaban de realizar infiltraciones vértebra a vértebra, sin anestesia porque no me la pueden poner. Pero no podía, ni quería dejar de venir a Bilbao. Para mí es una ciudad muy especial, siempre he tenido grandes amigos, como Azkuna y Aburto o Pedro Olea, con quien tengo amistad desde que era pequeña; además, adoro al público de esta ciudad.

Llega al Arriaga con ‘La habitación de María’.

La ha escrito Manuel (su hijo) y la ha dirigido José Carlos Plaza; me suelen preguntar por qué no dirijo yo algunas producciones, pero a mí lo que me gusta es vivir otras vidas y que me dirijan los mejores. La habitación de María es una obra que no tiene nada que ver conmigo, ni tengo agorafobia ni tengo los problemas que tiene Isabel Chacón, que es como se llama mi personaje. Ella es una escritora que lleva 43 años sin salir de su casa, en la planta 47 de un rascacielos madrileño, que ha convertido en su fortaleza y donde todo lo que necesita (comida, ropa, medicamentos...) se lo llevan a casa. Esa noche, cuando cumple 80 años, se produce un incendio. Se tendrá que enfrentar a la decisión más importante de su vida.

¿Drama o comedia?

La gente no espera pasárselo tan bien con esta obra. Al público no hay que contarle tristezas, hay que conquistarle para que venga al teatro.

Ha contado que se trata de un montaje complicado.

Mucha gente puede pensar que como salgo yo sola, con un foco era suficiente. Pero este montaje necesita nueve personas cada día para hacerse y no se pueden hacer dos funciones, porque la casa se quema al final. La cultura salva a Isabel Chacón, como nos salva a todos; es lo que nos hace salir adelante. A la gente que no lee, les ponen cualquier cosa en la televisión y viven a través de ella. Y yo prefiero vivir como Isabel Chacón, como mis hijos y como mucha gente, de la lectura.

¿El personaje es ficticio?

Sí, la idea surgió un día que estaba comiendo con mi hijo. Estaba al lado de un señor que comentaba que su mujer tenía agorafobia y le dije a Manuel ‘qué cosa más terrible’. Nos pareció un tema increíble. Y el apellido Chacón es por mi madre, porque cuando vivíamos en Marruecos, escribía novelas de amor y las firmaba como María Emilia Chacón.

¿No le recordaba la historia un poco a su confinamiento durante la pandemia?

Yo soy de las que han vivido muy mal la pandemia. No me quiero poner triste, quería venir a la entrevista radiante, como la mujer más feliz del mundo. Pues sí, pero tampoco puedo obviar que la pandemia nos ha destrozado y a las personas mayores, más. Yo he dado un bajón enorme, tengo dos hijos maravillosos, pero se lo tomaron tan a pecho que no solo no dejaban entrar a nadie en mi casa, sino que tampoco me dejaban salir. Además, me caí y me rompí una pierna y un brazo. Soy una persona que está acostumbrada a besar y abrazar a la gente y a dormir con mi nieto Samuel, porque yo con la única persona con la que no he dormido mucho fue con mi marido Paco Marsó, pero eso ya lo he contado muchas veces. Siempre he dicho que parece que con la pandemia querían cargarse a las señoras mayores (bromea). Yo no puedo soportar la soledad.

Han dicho en alguna ocasión sus hijos que preferirían que dejara de trabajar...

Mis hijos no quieren que trabaje, ni siquiera Manuel que es el autor de esta obra, incluso le he pedido que me escriba otra y me ha dicho que no. La verdad es que yo no quiero hacer más giras; de momento, tengo firmado un contrato hasta febrero con La habitación de María. Después me han propuesto volver a hacer Reina Juana, que ya representé en el teatro Abadía, un texto maravilloso de Ernesto Caballero, en el que colaboramos todos, dirigido por Gerardo Vera.

En muchas entrevistas ha dicho que ve la muerte muy cerca y tiene previsto morirse a los 82 años, porque es el promedio de edad de cuando murieron sus padres.

Pues sí, porque estoy enferma porque yo no puedo soportar la soledad... Veo mucho los programas culturales de televisión, no puedo soportar esos en los que todos se pelean... Me ha afectado mucho la pandemia, repito, sobre todo, que no pueda estar con mi nieto Samuel por miedo a contagiarle. Yo tengo el certificado de cómo he pasado el covid, además creo en la vacuna.

Ha contado que ha tenido que vender muchas cosas de su casa durante esta pandemia...

No me importa decirlo, he tenido que vender todo lo que tenía en mi casa porque cuando no se cobra, hay que hacerlo. Y dichosa yo que tenía cosas para vender. Hace unos días le dije a mi hijo: Hay una cubertería allí, véndela. Y le dieron 50 euros para ir a la farmacia.

Pero usted hacía siete películas al año, numerosas obras de teatro... ¿Cómo ha llegado a esta situación?

He invertido en espectáculos todo lo que tenía en época de Paco y no todos han sido rentables. Por ejemplo, Hello Dolly costó tanto dinero que todavía me llegan facturas de los focos, del decorado... En el teatro he sido un poco despilfarradora, pero en la vida privada nunca. Han sido montajes muy caros. Las ruinas económicas siempre me han venido por los espectáculos, porque nunca me habrás visto en un casino. Nadie me habrá visto en fiestas en Marbella porque siempre estoy trabajando.

¿Sigue arrastrando deudas de la época de su marido?

Paco está muerto y de los muertos no se habla más, es intocable. Ahora que sé que me queda poco tiempo de estar en este mundo, me dedico a pedir perdón a todas las personas a las que he hecho daño, concretamente a tres he podido pedirles perdón en vida. Y Paco y mi familia son intocables.

Ha confesado que perseguía a los directores para conseguir los papeles...

Ja, ja, ja, así es. Yo no soy chica Almodóvar, soy chica Olea, con el que ha trabajado muchísimo. Y a Berlanga le perseguía desde Novio a la vista pero me decía: ‘No eres demasiado monstruo todavía, me gustan las personas más feas, que te falte un ojo’. Al final, trabajé con él en París-Tombuctú.

¿Qué queda de la chica ye yé?

La ilusión. Sigo teniendo la misma ilusión sobre el escenario de entonces, cuando era una jovencita.