Imagen sobre imagen. Mis historias de cine I es el primero de los tres volúmenes que atesoran la historia particular del acercamiento al cine de Santos Zunzunegui (Bilbao, 1947), catedrático Emérito de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la UPV/EHU, semiólogo, analista, historiador cinematográfico y autor prolífico sobre el séptimo arte. En 2018 propusieron a Zunzunegui que hiciese una selección de películas que le hubiesen “marcado como espectador cinematográfico” para darlas a conocer al público y también como una actividad docente. Después de aquella primera vez, vinieron otras dos y, ahora, gracias a Shangrila, con el impulso de la Elias Querejeta Zine Eskola y del Centro Internacional de Cultura Contemporánea, se recogerán esas tres temporadas.

¿La historia del cine puede ser subjetiva?

—Es necesariamente subjetiva. Es siempre un relato sobre unas películas, unos directores, sobre el cine que se hace en unos u otros países... La mejor prueba de que es subjetiva es que, periódicamente, se reescribe y cambian algunos nombres de las películas, de los directores. Lo que en un momento fue relevante, luego no lo es. Basta repasar esas listas que se suelen hacer de las 100 mejores películas de la historia. Coges la que se hizo en los 50, en los 60 o en los 70 o posteriores, y te darás cuenta que son bastante distintas. El pasado se reescribe permanentemente desde el hoy.

En su historia particular del cine no ha querido establecer cánones.

—No, porque lo que me pedían eran las películas de mi vida; ese mi es la clave. He seleccionado las que me han convertido en cinéfilo, aunque es una palabra que no me gusta. Son las películas que me han marcado como espectador cinematográfico.

No obstante, pese a no querer establecer un canon, en el momento en el que estas ponencias se recogen en unos libros sí que adquieren cierta referencialidad.

—Son las películas que Zunzunegui dice que a él le han impactado como espectador, en cierta medida. Eso sí, no están presentadas tal y como eso sucedió. Obviamente, las he ordenado cronológicamente porque me parece que es una manera de facilitar al espectador su ubicación. En casi toda las conferencias he contado el momento en el que las vi. De hecho, muchas de ellas cuando las vi por primera vez no las vi en salas de cine, sino en la televisión.

¿Cómo accedió al cine?

—De la mano de mi madre, que solía venir a buscarme a la escuela los sábados por la tarde, porque por aquel entonces solía haber clases los sábados por la tarde, y luego íbamos a un cine de programas dobles y nos pasábamos la tarde allí, viendo películas; eso te deja colgado para toda la vida. He visto muchos programas dobles y he asistido a muchas sesiones continuas. Recuerdo entrar cuando la película estaba empezada y quedarme a ver después lo que no había visto al principio. Estoy curado de eso que llaman spoilers (ríe).

Pero usted desmitifica la sala de cine.

—Siempre ha habido mucha mitificación y la entiendo perfectamente, pero yo me críe en un momento en el que la expresión cinematográfica en sala era muy defectuosa. En los cines de barrio las copias solían ser muy malas, les faltaban trozos, la imagen no era muy buena, el sonido tampoco, el desenfoque era casi permanente porque el proyeccionista se iba a fumar un cigarro... Soy poco fetichista con esto de la sala oscura.

Pero, como ha dicho, muchas de las primeras veces que vio una película fue en televisión.

—Sí, y aunque nunca lo puedes saber, no creo que el impacto fuera menor. Eran películas que, tras verlas, te entraban ganas de verlas otra vez en cine, pero eso no hubiese ocurrido si no las hubiese visto primero en televisión, porque, quizá, en muchísimos años no hubiese tenido oportunidad de verlas. No soy un gran admirador de la sala oscura y menos ahora en los tiempos en los que en vez de ir al cine, llevamos el cine en el bolsillo.

¿Ve películas en el móvil?

—Yo no veo películas en el teléfono móvil, pero no me rasgo las vestiduras con esto.

Ahora se está dando un debate sobre la pervivencia de las salas con el auge de las plataformas.

—Es un debate inútil. Los tiempos cambian, las formas de consumo se modifican. En la pandemia, por ejemplo, durante la que no se ha podido ir al cine o ir al cine ha estado muy limitado, si no hubiéramos tenido la oportunidad de las plataformas, ¿qué hubiese ocurrido? No hablo de la televisión, porque esta ya no sirve para ver cine: las cadenas de televisión no pasan películas interesantes hace ya muchos años. No todas las plataformas son igualmente interesantes. Ahí está Filmin que tira más hacia el cine clásico, mucho más que Netflix. Toda la historia del cine está colgada en Internet y en mis tiempos no era así.

¿A qué se refiere?

—Durante muchos años solo había accedido a algunas películas, que son clásicas y que todo el mundo cita como grandes obras maestras; pero la película era inaccesible. En Madrid había una filmoteca, que tampoco era como es ahora, pero en Bilbao había algún cineclub y se proyectaba alguna película suelta por ahí. Que no cuenten conmigo para llorar por las esquinas por la desaparición de la sala oscura. No mitifiquemos lo que nunca fue como lo recordamos, la memoria embellece el pasado, muchas veces, en muchos casos.

¿No le preocupa el control que las plataformas ejercen sobre las películas? Las películas comienzan a no tener un respaldo físico.

—El DVD y el Bluray están desapareciendo, dentro de poco no va a haber.

A eso me refería. Piense en la polémica de HBO con ‘Lo que el viento se llevó’ o la de Disney+ cuando retiró de su catálogo ‘Canción del sur’. ¿Qué ocurriría si no existiesen en formato físico? Desaparecerían en manos de las plataformas.

—No creo que eso sea un problema de plataformas, es un problema de censura y de modificar el pasado. Si no existieran las plataformas y Lo que el viento se llevó o Canción del sur se fuese a reestrenar en salas, las distribuidoras harían lo mismo. El aire de los tiempos ahora exige que cambiemos el pasado, lo que me parece uno de los grandes disparates. Las películas son como son, responden a los tiempos en las que se hicieron y dan testimonio de aquellos tiempos. Por eso, estoy en contra de esas prácticas; es censura pura y dura, exigida por algunos grupos identitarios que ponen por delante algunos conceptos sobre los que habría que discutir.

Existe copia física de los ejemplos citados, pero las plataformas se han convertido en contenedoras de películas que ya no tienen respaldo físico.

—Antes lo eran las distribuidoras y las productoras y hacían lo mismo. El Hollywood de la época dorada tiraba películas. ¿Qué son las listas negras de Hollywood? Hubo películas de la década de los 40 y los 50 que durmieron el sueño de los justos hasta muchos años después.

¿Qué pensó cuando Carlos Muguiro y Víctor Iriarte le propusieron que hiciese esta selección para Tabakalera?

—Pensé que me encontraba ante la oportunidad de mi vida para hablar en los términos en los que ellos me lo ofrecieron para explicarme en público. He escrito mucho de cine, pero nunca había hecho la reflexión que me he visto obligado a hacer. Es decir, cómo se había constituido mi manera de relacionarme con el cine a través de cosas que vas viendo progresivamente, a edades distintas, en momentos vitales diferentes.

¿Le costó hacer la selección?

—No, relativamente poco. Eran doce películas por año. Es verdad que he hecho pequeñas trampas. Por ejemplo, a la hora de elegir una película de John Ford, que para mí es un cineasta fundamental, seleccioné la película que más me gusta. Me parecía que tenía que tener la perspectiva de que esto no era algo para darme el gusto, sino que tenía que atender a un público al que podía ayudar a entrar en el universo de algunos directores.

Por lo tanto, no tendría demasiado sentido que le preguntase sobre sus tres películas favoritas.

—No, porque si me lo preguntas hoy te diría unas y mañana te diría otras. Tengo un bloque de favoritas, unas 30, 40 o 50, no lo sé; y con respecto a algunos cineastas podría elegir al azar cualquiera dentro de su filmografía. Siempre hay películas que se te quedan fuera, por eso está bien que haya tenido una segunda y una tercera oportunidad de programar en Tabakalera. Que haya películas que hayan comparecido en el segundo o tercer ciclo no significa que sean menos importantes.

En el prólogo de ‘Imagen sobre imagen. Mis historias de cine I’ dice que uno no elige las películas que le gustan, sino que las películas le eligen a uno.

—(Ríe). Creo que es así. Es como cuando lees un libro, hay libros que te eligen, con los que vas a vivir toda la vida. El arte tiene esa capacidad. Quiero que una película me ayude a ver lo que yo no soy capaz de ver, al igual que quiero que una novela me abra los ojos. Si una película va a replicar mi experiencia de una manera banal, lo tengo claro: para ese viaje, no necesito alforjas. Al arte le pido que me haga ver y creo que la ficción nos hace ver más que los documentales o los libros sociológicos. Si queremos saber cómo fue la década de los 50, es difícil encontrar un mejor documento que el cine o la literatura de ese momento.

En el proceso de selección de las películas, ¿ha descubierto algo nuevo sobre sus gustos?

—Diría que no. A lo largo de mi vida, en los más de 60 años como espectador cinematográfico, no creo haber variado mucho de gustos. Diría que la línea general viene trazada desde mis primeras elecciones conscientes como espectador. Desde el momento que alguna película me hizo clic, creo que no he cambiado de gusto; lo cual, no sé si es bueno o malo (ríe).

¿Sigue habiendo películas que le hacen clic?

—Todavía hay alguna que me sigue haciendo clic, aunque reconozco que, cada vez, menos.

¿Algún ejemplo de alguna película reciente que le haya hecho clic?

—Consumo mucho cine por Internet, me envían streamings, además de ir a las salas. Citaré a un cineasta sueco que se llama Roy Andersson. Globalmente, por ejemplo, me interesa mucho lo que he visto de cine rumano. Hacen un cine soberbio y tiene una cosa que no tiene el cine español actual: es un cine que mira a lo que pasa a su país. Para citar una última cosa que he visto hace muy poco: Malmkrog, de Cristi Puiu, que ganó el último Festival de Sevilla; una película realmente notable.

“Me críe en un momento en el que la expresión cinematográfica en sala era muy defectuosa: las copias solían ser muy malas”

“No mitifiquemos lo que nunca fue como lo recordamos, la memoria embellece el pasado, muchas veces, en muchos casos”

“El aire de los tiempos exige ahora que cambiemos el pasado, lo que me parece uno de los grandes disparates”

“Si una película va a replicar mi experiencia de una manera banal, lo tengo claro: para ese viaje, no necesito alforjas”