Un hombre organiza una fiesta con todos sus seres queridos para celebrar el final de una larga enfermedad, pero solo él sabe la verdad que esconde. Una niña acompaña a su madre a ver pisos con los que fantasea pero que nunca podrán permitirse. Un padre lleva a su hija adoptada a conocer a su madre biológica. Una mujer se enamora de su vecino al ver cómo cuida de sus plantas en la terraza... Son algunos de los personajes que viven en las páginas del libro La gente no existe, una compilación de relatos con la que Laura Ferrero vuelve a las librerías.

'La gente no existe' es un título sugerente e inquietante. ¿Qué hay detrás de esa afirmación?

—Es también el título del último relato del libro, pero es más bien una pregunta al lector. Para mí, estos relatos responden a esa pregunta por la existencia. ¿Cuánto del tiempo de nuestra existencia estamos realmente vivos y aquí? Siempre vamos en una carrera hacia adelante, sin pararnos mucho en el ahora. Tenemos muchas coartadas y nos hacemos muchas trampas para no estar del todo aquí. Desde el personaje de ese relato que da título al libro, y su proyección de vida irreal que se ha montado, hasta el que está muriendo y ya no le tratan como si estuviera vivo... Creo que son maneras de no estar del todo aquí. Y por eso la gente no existe. Lo hice así porque creo que los relatos están hilados por esas artimañas con las que nos alejamos de la vida real.

Esa cuestión es el pilar sobre el que se sostienen sus relatos, pero ¿qué es estar realmente vivo?

—Es una pregunta interesante. Para mí, es no eludir las grandes preguntas. Aunque suene muy grandilocuente, se trata de enfrentarnos a las cosas. Cada uno tenemos nuestras propias estrategias de marcharnos y en este sentido unos personajes de estos relatos se van, pero otros utilizan estas mismas estrategias para quedarse, atascados en el pasado y fantaseando con un futuro que desean pero que saben que no van a cumplir nunca. Ambas respuestas son mecanismos que utilizamos para huir de la realidad, y eso es lo contrario de estar realmente vivo, de vivir en el ahora.

Desamor, abuso psicológico, heridas del pasado, miedo a las palabras, a no decirlas. Le gusta indagar en sentimientos profundos, en el trauma.

—Todo esto surge de cuando te sientes, te detienes. La esperanza, la desesperanza, es lo que a mí me interesa de la vida, lo que está más allá de la superficie. Estoy como en contra de esta vida tan rápida que muchas veces nos obligamos a vivir, y todos estos relatos surgen cuando pones la lupa cerca de esas relaciones que tienes más cerca. Por ejemplo, ¿quiénes son tus padres?, ¿qué fueron esas personas antes de llegar tú? O esa mujer que es tu madre... ¿Qué quería ella? O tu padre... Este tipo de preguntas solo surgen cuando te puedes detener a reflexionar sobre ello y dejar que las preguntas se abran paso.

Se desliza con suavidad sobre terrenos complejos de la psicología en un mundo realista. ¿Imagina a sus personajes en escenarios distópicos o de ciencia ficción?

—Pues creo que no serían personajes muy diferentes. Me interesa la hondura de los personajes en cualquier tipo de sociedad que te puedas imaginar. Hace bien poco nos hubiera parecido distópico lo que estamos viviendo ahora con la pandemia. Sin embargo, hay uno de los relatos que está escrito cuando muere mi abuela por coronavirus. La manera de construir los personajes es muy connatural a mí, a mi manera de escribir. Me gusta mucho el detalle, desde dónde te has construido a ti misma, cuál es el evento que pudieras escoger que te ha hecho a ti la persona que eres. Pues ese tipo de preguntas son las que planteo cuando construyo los personajes.

¿Qué le parece la forma en que la pandemia ha trastocado las relaciones humanas?

—Hay muchos escritores que dicen que la introspección durante esta pandemia les ha venido muy bien, pero lo cierto es que en mi caso me ha inspirado cero. Yo me inspiro mejor en la vida, en lo que ocurre fuera. Es que a mí misma ya me tengo muy pensada. Me gusta buscar en las relaciones, en un viaje, en una cena, en un bar y ahora nos hemos quedado en una vida de mínimos. Hemos ido cediendo todo el terreno que podíamos y el túnel se hace largo. A mí, que me encanta viajar y lo suelo hacer por trabajo cada dos semanas, se me ha trastocado la vida totalmente. Tengo muchas ganas de que esto termine.

En sus relatos las palabras tienen gran protagonismo. Palabras que redimen o que se atascan, abrasan en la garganta y crean angustia, o que no se dicen por miedo, por no crear dolor. ¿Cual es su relación con las palabras?

—Para mí, las palabras llegan dónde no llegan otras cosas. La escritura es mi manera de estar en el mundo desde muy niña. Ya con 10 años escribía mis propias novelas, que eran calcos de las que leía entonces pero haciendo mis variaciones cutres e infantiles, supongo (ríe). Es una distancia de la propia vida, porque vives tu vida y al escribir vuelves a vivirla de otra forma reflexionada. Por eso digo que, para mí, escribir es vivir las cosas de manera diferente, vivirlas dos veces.

Está ya embarcada en algún proyecto nuevo?

—Sí, tengo empezada una novela hace tiempo y cuando acabe con la promoción de La gente no existe quiero ponerme con ella.

¿Alguna pista nos puede dar?

—Es una novela autobiográfica sobre mi familia. Es algo muy diferente de lo que he hecho hasta ahora, porque yo siempre he partido de la ficción. Por eso estoy intentado hacerlo bien desde el punto de vista de la documentación, haciendo entrevistas, pero me resulta bastante complejo.

¿Qué autores le inspiran?

—Escritoras como Lorrie Moore, Grace Paley, y autores como Julio Ramón Ribeyro o Raymond Carver los leo mucho. Podría decir un montón. También leo mucha poesía, aunque soy incapaz de escribirla.

"Tengo entre manos una novela autobiográfica sobre mi familia, pero me resulta complejo porque siempre he partido de la ficción"

"La pandemia me ha inspirado cero; me inspiro mejor en la vida, en lo que ocurre fuera, pero me tocó perder a mi abuela por covid"