El azar ha propiciado que la exposición Bilbao y la pintura, que ilustra la transformación de la ciudad durante el fin del siglo XIX y comienzos del XX, llegue al Museo Guggenheim en plena pandemia. La muestra, compuesta por 27 cuadros "grandes, en formato y calidad", exhibe cómo nuestros antepasados supieron convertir en oportunidad las dificultades de aquellas décadas en constante evolución. La apertura de miras de la que hacían gala se refleja a través de los cuadros de los artistas que viajaron a París para incorporar las ideas de la modernidad del impresionismo francés y de las vanguardias. Las escenas de la vida de la burguesía comercial y de los aldeanos en las zonas rurales, así como de las faenas cotidianas en los puertos o las romerías en una anteiglesia, permiten al visitante viajar al pasado precisamente desde la pinacoteca que simboliza la metamorfosis más importante llevada a cabo por la villa tras la revolución industrial.

Adolfo Guiard, Ignacio Zuloaga, Anselmo Guinea, José Arrúe, Ramón Zubiaurre, José María Ucelay o Aurelio Arteta son algunos de los pintores de cuyas obras se compone esta retrospectiva. "Es una mirada a nuestro pasado, pero sin ningún sentimiento de nostalgia, sino con una intención de mirar al pasado para que nos ayude a mirar hacia adelante", puntualizó Juan Ignacio Vidarte, director del Museo Guggenheim, sobre la exposición que cuenta con el patrocinio de Iberdrola y podrá verse hasta el 29 de agosto. A su lado, el comisario Kosme Barañano, -a quien describió como "una persona muy vinculada con el museo desde antes de su inauguración"-, explicó que el sentido de la muestra, en la que lleva varios años trabajando, "es hacer una historia que no sea a través de documentos notariales o fotografías, sino a través de cuadros de pintores que han crecido en Bilbao".

En palabras de Vidarte, la exposición es también "un homenaje a Bilbao en el sentido conceptual", ya que la ciudad no tenía nada que ver con lo que es hoy. Según detalló Barañano, en 1800, Bilbao era el Casco Viejo y tenía "escasamente" 11.000 habitantes. "Ese es el Bilbao que crece y del que somos herederos", añadió tras recordar que los moradores de entonces vivieron cuatro epidemias de cólera, dos guerras carlistas y la invasión de los franceses. Así es como la muestra refleja "una villa que se ensancha en todos los sentidos: el económico, el urbanístico, el social", repuso Vidarte, quien consideró que se plasma "muy bien el Bilbao heterogéneo del momento". De hecho, describió la ciudad como "un crisol, donde se aglutinaban partes de su ser más tradicional, incorporando nuevos elementos en los que se estaba transformando, reinventándose y generando una nueva imagen".

Y a esa labor se consagraron los comerciantes, ingenieros o empresarios de la época. "Hablar del Bilbao de entonces es hablar de la historia de nuestra empresa, que nació en la eclosión empresarial de ese Bilbao que se estaba reinventando y modernizando", relató Rafael Orbegozo, asesor de presidencia de Iberdrola, que tiene su origen en las empresas Hidroeléctrica Ibérica y Saltos del Duero, nacidas a principios del siglo XX. Pero la modernización también vino de la mano de "la impresionante nómina de artistas que surgieron en Bilbao en aquella época". De hecho, según Barañano, la exposición "es una visión de la historia personal de estos artistas, que van a París a estudiar con 18 años y cuando regresan, aún jóvenes, están haciendo esos grandes murales".

El recorrido

La muestra, llevada a cabo gracias a préstamos de entidades como la Sociedad Filarmónica, el Athletic o la Sociedad Bilbaina, está dividido en tres salas. En el espacio introductorio, una selección fotográfica refleja la villa del siglo XIX a través de reproducciones fotográficas a gran escala. A continuación, en la primera sala se exhibe una antología de obras de Adolfo Guiard, Ignacio Zuloaga, Anselmo Guinea, Manuel Losada y José Arrúe que despliegan diversas panorámicas que componen el paisaje económico, social o urbano. La ría en Axpe o En la terraza, de Guiard, son algunas de las más ilustrativas, pero también destacan Amanecer, de Ignacio Zuloaga, o Las walkirias, de Manuel Losada, que retrata la burguesía a través de miembros del Kurding Club.

En la segunda sala, dividida en dos espacios, se confrontan escenas de mar y de montaña, ya que los pueblos marineros y las aldeas rurales emplean unos códigos de color muy diferentes. Ejemplos del primer ámbito son El marinero vasco Shanti Andía, El Temerario, de Ramón Zubiaurre, o el tríptico Lírica y religión, de Gustavo de Maeztu, que capta la conmoción tras la muerte de un marinero. En cuanto al mundo rural, Francisco Iturrino expone en Los garrochistas o Escena campera dos ejemplos del posimpresionismo y de la pintura fauve aprendidos en París e introducidos en España.

Finalmente, la muestra compone una visión etnográfica del folclore, en la que los artistas documentan, entre otros aspectos, la simbología del baile. El visitante descubrirá Don Terencio y Chango, El txistulari, de Manuel Losada, así como el mundo de los bailes en las anteiglesias de En la romería, de Aurelio Arteta, pasando por la recolecta otoñal de manzanas y la sagardantza, en la obra de Jesús Olasagasti. Completa la sala las Danzas suletinas, de José María Ucelay, una pintura que aporta una visión enciclopédica de uno de los bailes más antiguos de Euskadi.