Premio Nacional de las Bellas Artes y Premio Nacional de las Músicas Modernas, Kiko Veneno es ya "un histórico" de la música popular del último medio siglo, aunque se niega a vivir del pasado y de las rentas, esas que le ligan a Veneno, en los 70, partiendo del flamenco, colaborando en el rupturista La leyenda del tiempo, de CamarónLa leyenda del tiempo, y luego en Échate un cantecito, otro de los mejores discos del siglo XX. Así lo prueba su último álbum, el innovador Sombrero roto (Ele Música), que presentará en formato de dúo este sábado en Getxo, en Muxikebarri, a las 19.00 horas.

No le gustan las entrevistas pero siempre da mucho jugo.

—Siempre he sido reacio a ellas, pero me he acostumbrado con los años, al igual que a sus daños colaterales o consecuencias. A mí lo que me gusta es la música, no tanto opinar; pero tengo también más aplomo y hasta ya veo su parte positiva.

Y evidencian que está más visible en los últimos tiempos ¿no?

—Sí, mi música ha tenido más repercusión y, además, me preguntan también por temas políticos y sociales porque no tengo nada que perder opinando. Tengo 68 años y ya soy un clásico (duda). Es una palabra que da cierto miedo (risas). Yo ya no tengo miedo a meter la pata, me siento con libertad, aplomo y respaldado por mi carrera.

Algunos le critican sin piedad por ello.

—Ahí sí, quizás peque un poco de soberbia al pensar que digo cosas que otros no se atreven. Y es verdad. Mucha gente, periodistas incluidos, no pueden decir lo que piensan porque les echarían del trabajo. No olvidemos que vivimos en una sociedad dominada por los monopolios y el dinero.

¿Hay artistas jóvenes que no se atreven a decir lo que piensan?

—Y no solo artistas. Todos, especialmente los jóvenes, tienen trabajos precarios. De hecho, la importancia del artista en el mundo es cada vez menor, había antes un mayor respeto transversal hacia él ligado a la cultura y la libertad. Los empresarios pagan lo menos que pueden y deben, lo que se traduce en precariedad y en falta de libertad por parte del asalariado.

Además, parece que hay que estar en la indigencia para defender posturas de izquierdas.

—Es así, cierto. A lo que tenemos yo lo llamo comunismo capitalista, un monopolio como el de Stalin. Antes, burgueses, empresarios y artistas como Paco de Lucía podían decir que eran de izquierdas. Eso ha cambiado ahora, ya no existe aquel libre-pensamiento. La monetarización de la vida permite cada vez menos esa libertad y, por tanto, beneficiar a la gente menos favorecida. Ahí está la situación de la prensa y los partidos de izquierda en España, que casi ni existen. ¿Y los sindicatos? Están bajo mínimos.

Si trasladamos esta situación política a la industria de la música, la pandemia acrecentó una crisis previa muy evidente ¿no cree?

—Así es. En mi caso, yo llevaba trabajando con un gran grupo en los últimos años y habíamos empezado a presentar Sombrero roto con él. Éramos nueve, el grupo más solvente de mi carrera, y su desarrollo se ha visto paralizado. Apenas hicimos tres actuaciones, el resto, las que me permiten sobrevivir en los últimos meses, son en acústico y en dúo, junto al guitarrista Diego Pozo Ratón. Así no podemos defender la sonoridad del último disco. Es una pena porque el mercado no ofrece cachés para mover a la banda. En Galdakao, hace una semanas sí estuve con ella.

Y no se venden discos ya, ahí manda Internet y el 'streaming'.

—Es una gran estafa. Igual para la gente joven que tiene millones de seguidores sí puede ser un negocio, no para nosotros. Hay una tiranización de la pirámide con muy poca gente arriba que vive de la música. El resto apenas ganamos un sueldo para vivir dignamente. De las plataformas apenas llega dinero, por lo que todo se basa en nuestro amor incondicional a la música, que es nuestra vida y nuestra profesión. Es la precariedad de la que hablábamos.

¿Cómo está viviendo estos conciertos en pandemia?

—Son maravillosos, a pesar de las sillas y mascarillas, porque cumplen más y mejor que nunca su función de entretener, divertir y comunicar. Hay un ansia y necesidad en la poca gente que puede venir a vernos. La disposición y el ánimo es mayor, mejor que antes. Lo ven como algo único y disfrutamos todos mucho.

Hablemos de 'Sombrero roto'.

—Es un disco que aúna mi mundo clásico y particular con sonidos más contemporáneos. Y me ha dado tantas alegrías como trabajo me costó. Salió tras cinco años sin publicar y lo preparé con mucha dedicación. Tenía la necesidad de conectar con el público más actual y lo pensé muy bien. Las cosas cayeron por su peso tras tres años de trabajo y, si ha llegado, no ha sido por casualidad.

¿Cómo llegó a esas nuevas texturas electrónicas?

—Hay también nuevas formas de componer porque yo escucho mucha música, la antigua, la nueva, la de vanguardia€ Y el pop, aunque no me guste mucho el actual, que se divide entre los jóvenes llorones y millonarios que cantan con un sentimiento y una angustia que me horrorizan, y la música de melodías y temáticas súper infantiles. Una de las cosas bonitas de la música es la renovación de sus sonidos por parte de cada generación; ahí yo me siento, me abro y trato de aportar algo novedoso. Yo empecé con guitarras flamencas y ahora casi no incluyo guitarras. Mi próximo disco, Hambre, tampoco tendrá demasiadas.

Ese deseo de renovación ya se advertía en los 80, en discos como 'Yo seré mecánico por ti'.

—Es que lo que no deseo es abrazarme al pasado, aunque haya sido glorioso. Eso sí, comprendo a quien se mantiene en su ámbito de creación. A mí me gusta renovarme y mirar hacia adelante, igual es por mi forma de ser y porque no he tenido nunca un éxito clamoroso.

Está involucrado en algunos de los mejores discos de la historia estatal, de 'Veneno' a 'La leyenda del tiempo' y al famoso 'Échate un cantecito'. ¿Cree que 'Sombrero roto' puede codearse con ellos?

—Creo que sí. Hay muchas cosas ahí, y mucha gente. Es necesario que colabore mucha gente para que algo tenga éxito y peso. Rodearse de un buen equipo es muy necesario.

¿Cómo van los nuevos 'cantecitos'?

—Hemos sacado ya dos: Hambre y Días raros. Espero anunciar pronto la fecha de salida del disco, que seguirá el camino del último. Los discos se venden muy poco y es una ruina sacarlos, así que no sé qué haremos. Eso sí, hay que seguir, estamos atrapados ahí. Tampoco prevemos que haya mucho trabajo en directo este año, lo que es una pena porque el espectáculo con el grupo era muy apetitoso. Haremos lo que podamos.

¿De qué tiene hambre este año, con qué sueña?

—Dije en un periódico que éramos idiotas y que teníamos poco porvenir como seres humanos. Lo pienso así, pero me ha dejado mal sabor de boca. Querría decir que lo más importante que he aprendido con el confinamiento es la revelación de la naturaleza, de las plantas, los árboles, los animales€ Se manifestaron con urgencia ante la tregua del sistema de consumo en que vivimos. La naturaleza nos ha dado una lección al decirnos que vamos por un camino equivocado, que nos vayamos a Marte y la dejemos tranquila.

"Los empresarios pagan lo menos que pueden y deben, lo que se traduce en precariedad y en falta de libertad del asalariado"

"Antes, empresarios, burgueses y artistas podían decir que eran de izquierdas. Eso ha cambiado, no existe aquel libre-pensamiento"