En 2003, Ibon Aranberri realizó un proyecto artístico consistente en tapiar con una estructura metálica negra el acceso a la cueva de Iritegi, que se encuentra cercana al santuario de Arantzazu. El artista dejó un pequeño paso para los murciélagos, pero cerró para las personas la entrada a un espacio sobrecargado de simbolismo filosófico e identitario, aunque no para protegerlo, “sino para significarlo y recodificarlo”.

Un tiempo después, Aranberri (Itziar, 1969) propuso desmontar la construcción y devolver la entrada de la cueva a su estado natural, en una especie de “liberación”. Lo hizo de manera imprevista, dando el ciclo por acabado, tras constatar, por una parte, que en la actual sociedad de la información es prácticamente imposible “preservar la inaccesibilidad de un espacio físico determinado”.

Casi dos décadas después, ha decidido recuperar en una obra aquella intervención realizada en la cueva prehistórica vasca, que ahora ha pasado a formar parte de la colección propia del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

La pinacoteca ha adquirido por 65.000 euros esta creación de Aranberri, actualmente uno de los artistas vascos con mayor proyección internacional. La obra lleva por título Zulo beltzen geometria (Geometry of the black holes), y desde ayer se muestra por primera vez al público en el hall de la pinacoteca.

Se trata de los módulos que entonces conformaron el cerramiento de la cueva y que ahora se muestran al público en el museo, muy diferente del entorno natural para el que fueron concebidos. “El final de aquella intervención forma parte de una obra autónoma, una instalación posminimalista de aproximadamente unos mil kilos de peso que, como los restos de un naufragio, conserva las impurezas del paso del tiempo y se integra en la colección de arte contemporáneo del museo”, según describió durante la presentación el director del museo, Miguel Zugaza.

“Es una manera de conectar el espacio museístico con el paisajístico de la cueva”, insistió Aranberri. ”Normalmente, en la producción artística hay un momento en el que te desprendes de tu trabajo, que es después de una exposición, cuando deja de mostrarse o se integra en una colección. Por un lado, la obra se libera del control del artista, pero gran parte de las ocasiones acaba siendo algo inerte. En este caso, mi trabajo se potencia en la relacionalidad museística”, explica Aranberri.

El artista guipuzcoano ha donado además un trabajo visual que realizó en torno a esta intervención, para el que invitó a alrededor de cincuenta personas a que se acercaran al lugar y pudieran vivir la experiencia de la cerradura de la cueva.

Su universo

La relación entre naturaleza y cultura, el paisaje, la configuración de lo social, e incluso las dimensiones económicas y territoriales, son temas que Aranberri aborda habitualmente en sus trabajos. A partir de lo que surge de su entorno más cercano, doméstico y afectivo, construye sus proyectos escultóricos, multimedia e instalaciones, algunos de los cuales han sido expuestos en la Kunsthalle Basel de Basilea o en el Frankfurter Kunstverein de Fráncfort, a la vez que ha participado en la Manifiesta de Fráncfort, en la Documenta de Kassel o en la XVI Bienal de Sidney.

Ibon Aranberri estudió en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco y en la Nuova Accademia di Belle Arti de Milán. En los años noventa formó parte de los talleres de Arteleku y completó su formación en distintos programas de estudio y en residencias de Japón, Nueva York o Estocolmo. En 2004 obtuvo uno de los premios Gure Artea. Sus obras se encuentran en las colecciones del Guggenheim, el Museo Reina Sofía de Madrid, el Artium de Gasteiz y el Macba, entre otros.