- Iván Allue es auxiliar de clínica y trabaja como técnico de mantenimiento. Y eso, a pesar de que es incapaz de llevar la cuenta de los instrumentos que sabe tocar. "De la flauta irlandesa tradicional hay diez versiones. ¿Cuento las diez?", pregunta risueño, antes de desistir de dar una cifra exacta ante la imposibilidad de recordarlos todos. Este amor por la música tradicional, por el folk, le llevó a salir al balcón cada tarde durante el confinamiento a versionar con instrumentos de viento una canción. Cada día una distinta. 54 tardes, 54 temas. Desde la banda sonora de Pocahontas hasta The final countdown, de Europe. Todas sonaron desde su balcón en el barrio bilbaino de San Inazio en riguroso directo, minutos después de los aplausos de las 20.00 horas. Una epopeya que le llevó a desfilar por todos los medios de comunicación estatales.

Txistuman, el héroe que ameniza San Inazio

Txistuman, el héroe que ameniza San Inazio

Tras este éxito abrumador, ¿qué viene?

—He empezado a subir una serie de montajes a mi canal de YouTube, Txistube. De momento, he lanzado el primero, con una recopilación de los medios que dieron cuenta de los conciertos de Txistuman y con un previo y un post.

Recuerda a 'Vaya Semanita'.

—Eso me dicen, que ha quedado gracioso el juego con el personaje de Superman y el coronavirus. Voy a ir subiendo más, pero de forma tranquila, no uno al día como en la cuarentena con los conciertos porque lleva un trabajo bastante laborioso.

Tiene más de 2.500 suscriptores en el canal.

—Antes del aislamiento solo tenía veinte (risas). Pero tengo que decir que el canal no está monetizado, es decir, no cobro por las visitas. Aun así, quiero seguir alimentándolo.

Pero algún trabajo le habrá salido de toda esta aventura.

—Desde 2018 estoy de excedencia de mi puesto de técnico de mantenimiento pero en otoño volveré al oficio. Quise hacer un paréntesis para dar a conocer el proyecto en el que me embarqué entonces: el concierto didáctico teatralizado Txomin eta Txistumanen kontzertua, orientado a ikastolas y a teatros. Todavía lo mantengo, se puede consultar en la web www.txistuman.com. Y justo antes del confinamiento, acababa de preparar un repertorio de baladas conocidas, internacionales, para ofrecerlas en un formato acorde a eventos como cócteles, bodas, actos empresariales. Música ambiente con un único músico.

O sea, que seguirá con la música a pesar de volver al tajo 'mundano'.

—Tengo claro que voy a seguir con las artes escénicas y la música tanto como si es mi única fuente de ingresos, como si no. Me tendrían que cortar las manos para dejarlo. Pero sí que es cierto que se hace bastante difícil mantener una familia únicamente con esto.

La cultura nos ha salvado en el confinamiento. ¿Ahora vuelve a quedar relegada?

—Esta experiencia debería servir a las instituciones que controlan la educación para darse cuenta del valor que tiene la cultura. Ojalá se apostara más en los colegios por la música, la interpretación, la escritura, sin desmerecer las materias llamadas troncales, claro.

¿Cómo se puede hacer?

—Se podría empezar por la gente que se anima a dar extraescolares de música a los alumnos. De txistu, por ejemplo. Las AMPA necesitan que estén dadas de alta en autónomos, pero para diez alumnos que puedes tener, pagar 280 euros todos los meses del recibo de autónomos. No es viable. ¿Qué pasa? Que no hay clases de txistu y, por tanto, no habrá cantera de txistularis. ¿No podrían inventar un txikirrecibo de autónomos para esta gente?

Aunque se hiciera famoso en la cuarentena, usted no es nuevo en la música.

—Desde muy joven me di cuenta de mi amor por la música tradicional. Con 15 o 16 años, cuando todo el mundo vivía para salir de noche, yo me apunté a Goi-Herri Dantza Taldea, de San Inazio. Fue una de las mejores épocas de mi vida. A mí beber y fumar no me gustaba. Nunca me he emborrachado. A mí me gustaban el txistu y la alboka.

¿De casta le viene al galgo?

—Sí, mis padres eran dantzaris, mi hermano es flautista y mi hermana toca el violín. Yo solo tengo hasta segundo de solfeo porque lo de hincar codos tampoco me iba. Aquellos tiempos con Goi-Herri fueron la leche. Teníamos la kultur etxea okupada. Pero okupada y ordenada. Hasta que la demolieron. Nos habían prometido ubicarnos en otro lugar, pero ahí se quedó la cosa.

¿Qué hizo después?

—En la kultur conocí al guitarrista de Doctor Deseo, Niko Brochado. Ahí empecé a mezclar la guitarra con la alboka. Con Shanti Basauri creé Dronadar. Luego pasé a tocar con Pantxoa eta Peio. He hecho teatro, y ahora, aunque todavía no puedo dar detalles porque se ha retrasado por el coronavirus, voy a salir en una película.

Ya lo contará. Y todo este periplo musical compaginándolo con otros trabajos.

—Claro. Soy auxiliar de clínica. He trabajado en residencias, he conducido autobuses, ambulancias, he hecho fontanería y ahora trabajo en mantenimiento.

Y es entrevistado por Carles Francino o Jaime Cantizano.

—Ahora lo veo y flipo. Estoy muy orgulloso de haber conseguido que el txistu se haya escuchado en todos los lados, a través de radios y teles.

¿Cómo se le ocurrieron los conciertos de la cuarentena?

—Cuando empezó, salí a aplaudir dos días. Al tercero saqué la alboka. Al cuarto toqué una canción. Recibí aplausos. Y empecé a prepararme todos los días un tema, buscar una base, adaptarlo. Creo que fueron 54 tardes, 54 canciones. Siempre que estaba montando el micrófono un vecino me gritaba: "Aupa Iván". Y ni siquiera le conocía por aquel entonces. Se me ha quedado grabado. Luego subía el vídeo de mi jaimitada.

¿Jaimitada?

Tocar disfrazado, ponerle guasa, humor. Me dicen que tendría que hacer valer mi música, pero a mí me gusta lo que hago. Y por lo que he visto, a la gente también. Cuando acabó el confinamiento, la gente me decía que les había dado bajón que llegaran las 8.00 de la tarde y no ver un vídeo nuevo. Fue mucho trabajo, pero muy divertido.