IRUÑEA. Si alguien vive lejos de los lugares comunes, entendidos estos como generalizadores, es Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951). Él, observador y buscador de historias vivas, es hombre de matices, de conversaciones largas y sosegadas; generador y recogedor del movimiento y el cambio como lo único permanente de la vida.

¿Cómo se siente presentando su ficción larga final?

--Me siento bien, porque al contrario de lo que parece, la decisión es la de un optimista. Cuando hablas de que va a ser la última novela, que es lo que he dicho, podría pensarse que es una afirmación dramática; y no lo es en absoluto, porque lo que yo quiero es escribir otras cosas y siento desde hace tiempo una gran atracción por textos que están en mis cuadernos, textos que serán más breves, mucho más breves... Digo que soy optimista porque tengo 68 años y sin embargo pienso que voy a tener tiempo para escribir otros libros diferentes.

¿Qué le ha aportado en todo este tiempo el terreno de la novela?

--La novela, como tal género, es un resultado de la presión social. Presión social que es legítima, entendámonos. Es decir, los lectores en general prefieren novelas, de modo que los editores en general prefieren novelas, de modo que lo que se le traslada al escritor es: escribe novelas. Es más, cuando yo publiqué Obabakoak, mi sorpresa fue que se anunciaba Obabakoak como “a novel”, una novela. Que no lo era, ni lo es. El desafío que plantea la novela es el de una gran construcción, y me refiero a algo tan sencillo como el tamaño. El equivalente sería poner de pie un edificio de diez pisos. Y eso, técnicamente tiene muchas dificultades, de forma que es también un atractivo, te obliga a pensar en las soluciones... y lo más importante, te permite de una sola vez traer un universo muy complejo. Un cuento, un poema, pueden tener su maravilla; pero si quieres recoger en un recipiente la mayor complejidad posible de este mundo, el género es la novela. Yo he entrado en esos terrenos y tengo la impresión de que mi libro final al menos recoge prácticamente lo que ha sido mi escritura, mi forma de ver el mundo, mis temas, mis manías, mis obsesiones.

¿Cuál es su mayor manía u obsesión como escritor?

--Bueno, mi prima manía, mi gran objetivo, es recoger el movimiento de la vida y del mundo. Yo creo que todo es movimiento. Al fin y al cabo, ¿qué somos? Movimiento y un poco de materia. El pensamiento, por ejemplo, ¿a qué velocidad va?, no se puede ni calcular. Y en una novela la cabeza del personaje está siempre en movimiento, como nuestra cabeza. El personaje va hablando, pero su mente no está apagada, no es una máquina, sino que dependiendo de si es mañana o tarde, de si está ante una persona u otra, de lo que le haya pasado..., se moverá de una manera u otra. Cuando digo movimientos quiero decir cambios. Todos esos movimientos tienen que aparecer en la novela para que el lector tenga la impresión de que está leyendo vidas, no algo ajeno. Tiene que tener la sensación de que es la propia vida, de que está viendo lo que lee. Ese es mi objetivo, recoger todo ese movimiento en 400 páginas. Esa es la gran dificultad y esa es mi gran obsesión. En esta novela hay escenas que me han costado horrores escribir, en las que todo es movimiento. Me he esforzado fundamentalmente en ese intento de crear vida en el libro.

¿Cómo recibe el lenguaje manido de generalizaciones, lugares comunes, afirmaciones cerradas y categóricas al que se recurre a veces al hablar de su literatura? Por ejemplo desde la crítica, en prensa, cuando le otorgan premios como el reciente Nacional de las Letras...

--Generalizamos, y decimos incluso cosas tan disparatadas como que el tema del libro es tal o es cual, cuando los temas en cualquier libro son infinitos... En este mundo sublunar, en tanto no exista ese paraíso prometido que al que yo llamo la Nueva Bizancio, donde uno pueda mantener conversaciones largas y sosegadas y agradables durante días y meses, pues hasta ese momento no nos queda otro remedio que generalizar y aceptar lo que viene, por ejemplo cuando el premio, que dijeron que mi literatura ha proyectado internacionalmente las lenguas del castellano y el euskera... Bueno, pues yo lo acepto como un saludo, pero habría mucho que matizar.

Tendemos cada vez más a la superficialidad, al consumo rápido también en el lenguaje y en las lecturas.

--Sí, la mejor comparación sería un mundo en que todo es como una serie ingente de señales de tráfico. Como las generalizaciones son inevitables en las relaciones sociales de hoy, como los likes, los me gusta, que existen como existen los semáforos; pero lo que no puede nadie pensar es que con eso llegamos a ningún tipo de profundidad sobre lo que pasa en la vida, en absoluto. La profundidad requiere eso que nos han robado últimamente, que es el tiempo. Nadie tiene tiempo, lo cual significa que no va a conversar, y lo cual significa que no va a tener amigos de verdad, lo cual significa que su relación con la vida y con el mundo va a ser precaria.

Se dice que ‘Etxeak eta hilobiak’, su nueva novela, ha sido un ejercicio de “prestidigitación literaria”, ¿puede explicarlo o el proceso creativo es también mágico para el autor?

--Puedo explicarlo; eso consiste en que en vez de ser textos que van abocados a un final, el clásico suspense, y todo lo anterior está en función de ese final, lo que tienen estos textos son muchísimos finales dentro de ellos, hay como microsuspenses continuamente. Si se puede expresar un deseo, quiero que los lectores lean esta novela a una velocidad media. Porque si se lee este libro como si fuera una novela policiaca, a mil por hora, no ves nada.

¿Qué queda del Bernardo Atxaga que empezó a escribir hace casi medio siglo?

--Bueno, yo creo en la unidad de una persona desde el principio hasta el final. Al menos, yo no me distingo del anterior. Es más, tengo la sensación de que cuando escribo no soy exactamente esta persona de carne y hueso, ni una persona con un carácter, sino que siento como si dentro hubiese otra persona que no tiene una edad definida, que es más serena de lo que yo soy en la vida real, y que escribe y no cambia nunca. No creo yo que sea escribiendo hoy más viejo que cuando tenía veinte años. Lo digo como lo siento. Y cuando escribo a veces me encuentro con tonos que son como muy nuevos para mí, como de joven.

¿Escribir en euskera sigue siendo casi un acto político, por lo minoritario?

--Esto hay que plantearlo un poco de lado. Hay que empezar citando a Kafka, que en uno de sus diarios dice qué maravilla escribir como sus amigos en yiddish, porque en cuanto escriben en yiddish una obra de teatro, inmediatamente adquiere un valor político; tiene un refrendo, una caja de resonancia en la sociedad. Cuando leí eso pensé: es que es el mismo caso. La lengua vasca tiene la suerte de tener un valor político casi inmediato y por otra parte tiene la desgracia de ser una lengua minoritaria. Cuando yo publiqué el libro de poemas Etiopía, al cabo de seis meses Ruper Ordorika estaba componiendo las canciones con mis poemas, porque pertenecíamos a la misma atmósfera, valoración política..., y al cabo de un año había cantidad de gente que conocía las canciones de memoria y las cantaba... Eso no le pasa así de primeras y fácilmente a un poeta que escribe en Córdoba, por muy bueno que sea. Ese valor político directo, inmediato, hace que se difunda rápidamente. Y por la misma razón, la otra cara es que al ser una lengua minoritaria la traducción es un trabajo extra tremendo... Tiene sus fatigas el ser escritor en una lengua que no es mayoritaria.

Si imaginamos un mundo nuevo, esa Nueva Bizancio que decía conversacional, ¿quién le gustaría que gobernara el poder? ¿Filósofos?

--Es que es terrible, porque no hay donde agarrarse. Porque dices filósofos y mira Heidegger, menudo bicho. Ya sé que lo respetan mucho ciertos filósofos, pero Heidegger fue un peligro, quería hacer un estado nazi en el que él fuera el filósofo... A mí me parece que el mundo sería mucho mejor si eso que llamamos democracia se tomara literalmente al pie de la letra. Siempre he pensado que el mundo sería mejor si la gente fuera literal en el cumplimiento de sus supuestas ideologías: es decir, los cristianos fueran verdaderamente cristianos, los comunistas, comunistas, los socialistas, socialistas... Ahora es asombroso en este país llamado España cómo muchos de los cristianos votan a un partido de extrema derecha cuyo lema es odia al prójimo.

¿Delegamos demasiado de nuestras vidas en los demás?

--Ahí hay mucho que pensar, porqueyo he observado que a lo largo de la historia todo eso que se llama derecha tiene una mala opinión de la gente. Cree que la gente es tonta o es egoísta... Y la izquierda en general ha tenido buena opinión de la gente, y ha pensado que los sujetos son amantes de la justicia y la libertad. Yo ahora estoy un poco confuso, no sé muy bien qué pensar, no sé si la gente es buena o es mala. Lo que sí sé es que se ha cumplido la profecía de filósofos como Theodor Adorno que hicieron la previsión de que cuanto más débiles son las personas, más fuerza cogen el fascismo y otras ideologías totalitarias.