Laura Vicario toma con delicadeza entre sus manos la pequeña guitarra que descansa, bajo llave, en una vitrina de la Casa de Juntas de Gernika. Llama la atención lo reducido de su tamaño; apenas 94 centímetros de longitud, 44,5 de caja y 30,5 de ancho. “Es un instrumento que ha evolucionado muchísimo a lo largo de los siglos”, afirma la luthier mientras toma medidas. Ella será la encargada de restaurar y devolver a la vida el icónico instrumento con el que José María Iparragirre (1820-1881) interpretaba su composición más internacional, el Gernikako Arbola, con la mirada puesta en que el próximo año, cuando se cumple el bicentenario de su nacimiento, esa guitarra pueda volver a sonar en concierto.

Vicario ofreció ayer en la Casa de Juntas de Gernika un taller sobre la restauración de la guitarra, dentro del otoño cultural que ha programado la institución foral. Ya por la tarde, la investigadora Mercedes Albaina impartió la conferencia José María Iparragirre: un poeta y músico a la medida de la Europa romántica. Al taller acudieron tanto la presidenta de la Cámara vizcaina, Ana Otadui; como el alcalde de Urretxu, Jon Luqui. Y es que, ironías de la vida, el bardo que compuso la poesía vizcaina por excelencia era guipuzcoano.

No se sabe a ciencia cierta cuándo adquirió Iparragirre la histórica guitarra que conservan hoy en día las Juntas Generales de Bizkaia. “Probablemente lo hizo mientras vivió en Buenos Aires, en la segunda mitad del siglo XIX”, relata Vicario. Habiendo compuesto ya el célebre himno -lo interpretó por primera vez en el café de San Luis, en Madrid, y rápidamente se hizo popular-, fue expulsado de Euskadi y tuvo que emigrar a Sudamérica -no volvió hasta 17 años después-, donde contrajo matrimonio con otra guipuzcoana, María Angela Averejeta, “cuya vida también daría para mucho”, admite el primer edil de Urretxu. La del bardo no le va a la zaga. Con apenas 14 años, al estallar la primera carlistada, se escapó de su casa en Madrid y llegó a Euskadi a pie para alistarse en el ejército. Fue allí cuando empezó a tocar la guitarra, a componer la letra y la música de las canciones que le harían célebre.

Abeto y palosanto Sí se conoce, sin embargo, a quién se la compró. El instrumento, de estilo romántico, lleva la firma de Salvador Ramírez, un luthier malagueño que también emigró a Buenos Aires, donde alcanzó un gran éxito como guitarrero. A diferencia de sus predecesoras, que lo tenían abovedado, estas guitarras tenían ya el fondo plano, un diapasón más largo y una forma de ocho más marcada. Tras años en desuso, por la fama del piano y otros instrumentos sinfónicos más del gusto de la burguesía, fue recuperando su espacio por su tirón popular. Está construida en abeto y palosanto, con el clavijero de ébano, “aunque también teñían otras maderas de negro”. Las tres cuerdas más agudas son de tripa -con un sonido más redondo pero que se mantienen menos tiempo afinadas que las de nailon- y las restantes tienen un entorchado metálico sobre seda.

“La guitarra ha estado bien custodiada, pero se nota que ha pasado muchos años sin ser tocada”, advirtió la luthier. Por eso le toca someterse a una buena puesta a punto. “No es cuestión de que quede como nueva, como una obra de arte. Se va a seguir notando el paso del tiempo, pero se trata de que quede en buenas condiciones y bien conservada”. Hay zonas que están desencoladas y hay grietas visibles a simple vista; uno de los mayores peligros es ver si el instrumento es capaz de soportar la futura tensión de las cuerdas, destensadas desde hace tiempo. Las colas que se utilizaban entonces, además, eran orgánicas, más perecederas. “La guitarra irá marcando el trabajo. Ya veremos si hay que abrirla completamente para que toda la parte interna quede reforzada. Intentaremos ponerle unas cuerdas similares a las que utilizaban en el siglo XIX”, avanza.

Vicario comenzará ya mismo la labor en su taller de la bilbaina calle Bailén, de manera artesanal. Aunque nunca se ha enfrentado a un instrumento de tanta fama como esta guitarra, Vicario está acostumbrada a trabajar con instrumentos centenarios, como violines Lupot, considerados los Stradivarius franceses. “Lo asumo con un gran honor y responsabilidad, por a quién perteneció y su significado”, admite. El trabajo le llevará meses, pero su intención es tenerla lista antes del próximo verano, cuando se cumpla el bicentenario del nacimiento de Iparragirre. La idea es que pueda celebrarse un concierto con el icónico instrumento, coincidiendo con la efeméride. “Un acto con el o la Iparragirre del siglo XX, aquí en Gernika sería algo muy bonito”, sueña Ana Otadui.

Será un año muy especial en Urretxu, localidad natal del bardo más universal. “Siempre ha habido un vínculo muy especial entre Bizkaia y Urretxu en torno a su figura”, admite su alcalde, Jon Luqui. “El próximo año tenemos planeado un intenso programa de actividades, tanto con otras instituciones como a nivel local”.