madrid - Vicente Ameztoy (Donostia, 1946-2001) no aspiró nunca a estar dentro de los circuitos comerciales ni tampoco movió un dedo por convertirse en un pintor de éxito comercial porque le aterraban las prisas. En sus últimos veinte años de vida, tan solo expuso de manera individual en dos ocasiones: la antológica de Arteleku y la muestra celebrada en el centro Koldo Mitxelena, en octubre de 2000.

Quizás por esto y por su apuesta por la figuración realista, frente a la abstracción que predominó en la obra de los artistas vascos que le precedieron, su trabajo no sea tan conocida fuera de Euskadi y no está representado en ninguna de las grandes instituciones artísticas públicas del Estado. El Museo de Bellas Artes de Bilbao decidió dedicarle una antológica que desde ayer se muestra primero en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde permanecerá hasta el 26 de enero de 2020. Tras esa fecha, la exposición viajará a la pinacoteca bilbaina, donde se podrá ver, ampliada con cuarenta obras más, entre ellas grabados en papel, cajas y carteles, a partir del 12 de febrero.

La exposición fue comisariada por el exdirector de la pinacoteca Javier Viar y la conservadora Miriam Alzuri. Juntos han reunido cerca de sesenta pinturas y grabados de Vicente Ameztoy, muchos de ellos inéditos al pertenecer a colecciones particulares, como el Santoral de la ermita de las bodegas Remelluri en Labastida, en el que retrató a seis santos martirizados, encarnados por él mismo, su hija, amigos e hijos de los propietarios de la citada bodega. Es la primera vez que estos retratos salen de la ermita alavesa. En la sala Goya del Círculo de Bellas Artes madrileño no pierden nada de su fuerza pictórica.

En el otro lado de la balanza se sitúan obras muy conocidas en Euskadi, como un óleo que pertenece al Museo de Arte e Historia de Durango o algunos de los cuadros del artista que forman parte de la colección de Bilbao.

La exposición fue presentada ayer por el director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Barja; el director de la pinacoteca bilbaina, Miguel Zugaza, y los comisarios, que estuvieron acompañados de familiares y amigos del artista vasco. Hasta Madrid se desplazó también el viceconsejero de Cultura, Joxean Muñoz, como apoyo a este proyecto que empezó a ser gestado hace 16 años y que en los últimos años ha conseguido reunir obras que se encontraban desperdigadas en diferentes colecciones privadas.

Zugaza calificó a Vicente Ameztoy como “pintor de culto. En Euskadi gozó desde principios de los 70 de un gran prestigio crítico y aprecio popular, fue muy reconocido desde el ámbito artístico, pero en Madrid es desconocido y no está representado en las instituciones públicas, porque se mantuvo muy alejado de los circuitos artísticos”.

Ironía y paisaje Se puede decir que Vicente Ameztoy nació para ser pintor. Tal y como confesaba él mismo, nunca se planteó otra cosa que la de dedicarse a la pintura. Con 14 años realizó su primera exposición junto a otros jóvenes artistas entre los que se encontraban Antonio Saura, Lucio Muñoz o Eduardo Chillida.

Su obra no deja indiferente a nadie que tenga la oportunidad de admirarla. Fueron las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado las más prolíficas del artista, por lo que la mayoría de las obras que recopila esta exposición son de ese periodo.

La relación con el paisaje vasco, “unas veces mágico, otras maldito, pero siempre amado”, según palabras del propio autor, se puede observar también durante el recorrido de esta muestra. Ese paisaje está a veces habitado por figuras, pero no se tratan de seres humanos al uso. Ameztoy los convertía en seres grotescos, que acababan mutándose en vegetación o naturaleza, seres turbadores, que provocan en el espectador un sentimiento inquietante.

En su obra, según explica la comisaria Miriam Alzuri, “hay también espacio para la ironía y la sátira política”. Prueba de ello, son algunos cuadros como el retrato de su hermana, en el que incluye un símbolo de amnistía y un pendiente, convertido en bomba.

Desde que abandonó su Donostia natal y se trasladó a Villanueva, el paisaje está omnipresente en sus obras, de las que surgen alucinantes composiciones, exponentes de la mutación hombre-naturaleza, personajes con cabezas sin rostro, hombres-vegetación, como la obra realizada en 1975 y que pertenece a la colección de Artium.

Su última obra Hacia 1993 se embarcó en uno de sus proyectos más ambiciosos, pintar un santoral en la ermita de las bodegas Remelluri, en Labastida. Todo empezó con el encargo que le hizo la familia Rodríguez Salís-Hernandorena, propietaria de la Bodega Remelluri, para que pintara un San Vicente de Huesca, patrón de los vendimiadores, en la ermita ubicada en Labastida. A partir de ese encargo siguió pintando santos. Ameztoy pasó largas estancias en ese lugar, creando su gran obra maestra en los últimos años de su vida y luchando contra su delicado estado de salud. El proyecto se prolongó hasta 2000 y su trabajo fue finalmente presentado a principios de 2001, poco antes de su muerte.

Ahí recreó imágenes de san Vicente, san Ginés, san Cristóbal, santa Sabina, san Esteban y santa Eulalia, encarnados por él mismo, su hija, por amigos y por los hijos de los propietarios de la bodega, y una imagen apócrifa del paraíso, que decoran el frontis y las paredes de la ermita de Remelluri.

Esta es la primera vez que los óleos, en los que además de las figuras de los santos se incluyen paisajes riojanos y animales fantásticos, salen de su emplazamiento desde que fueron colocados en la ermita hace 18 años.

Hay una inscripción arábiga que aparece en el pecho del cuadro de san Vicente. El texto permite leer lo siguiente: La mano que ha realizado esto desaparecerá, pero la huella de lo que ha realizado quedará. Como la pintura de Ameztoy.

Con motivo de la exposición se realizó un catálogo que incluye escritos de Joseba Sarrionandia, que coincidió con el pintor e ilustrador en la revista Zeruko Argia, de Bernardo Atxaga, con quien mantuvo una gran amistad, además de textos de Javier Viar y Miriam Alzuri.