sondika - El recuerdo de Jimi Hendrix, Stevie Wonder, Bob Dylan y Bob Marley se paseó por el sobrio recital de Ben Harper y su banda, que clausuró la IV edición del BBK Music Legends. El estadounidense reveló sus influencias pero demostró una fuerte personalidad a lo largo de un recital espartano deudor de los años 60 y 70, y en el que se entregó al blues sin renunciar al folk y el funk.

Cayó la noche en La Ola y llegó el frío, coincidiendo con la finalización del contagioso y arrebatador concierto de Little Steven & The Disciples of Soul. De hecho, algunos cientos de los casi 3.500 asistentes al festival optaron por la retirada sin esperar a la salida de Ben Harper y su banda, cabezas de cartel de su segunda jornada y la propuesta que buscaba atraer a un público más joven, según la organización.

Tras los bailes con Little Steven el sábado pintaba mal para Harper, un músico clasicista y honesto, al que le guía su pasión por la música de raíz, principalmente estadounidense. Pero el músico, que no supera los 50 años, un chaval en este festival de leyendas, se sobrepuso con cuajo, yendo a lo suyo, sin concesión alguna y ofreciendo un recital sentido y clasicista aunque algo frío.

Saltó al escenario con Steal my kisses, quizás la tonada más coreable y accesible de todo su concierto, en formato de cuarteto. Se acompañó de sus excelsos The Innocent Criminals, banda a la que ha vuelto a reagrupar aunque en La Ola apareció en formato reducido de trío. En el festival se centraron en proporcionar el ritmo adecuado (batería, percusionista y bajista) para que Harper y sus guitarras (acústica, eléctrica y lap steel) ofrecieran un recital pulcro, aseado y algo sobrio, de espíritu sesentero.

espartano Harper, tocado con su sempiterno sombrero, alternó electricidad y sonidos acústicos, tocó de pie y sentado con su lap steel, y ofreció un magisterio (algo frío, eso sí) con un repertorio que pasó del blues al soul, el funk y el folk. Mayoritariamente al blues, con sus guitarras de efectos wah wah. Ese blues que ha copado dos de sus últimos discos, sendas colaboraciones con el legendario armonicista Charlie Musselwhite, un mito colaborador de John Lee Hooker o Tom Waits, entre otros.

El blues, trasladado a buena parte de sus dolientes letras, se doctoró con Whipping boy, que tocó sentado y ofreció en su recta final melismas de ecos psicodélicos, y de Call it what is, su canción denuncia del racismo, en la que cantó, aludiendo a la muerte de un hombre de color a manos de la policía: “Llámalo como lo que es: asesinato”. Ambos, como el resto del repertorio, propulsados por el bajo omnipresente y taladrador de esa bestia de cintura interminable que responde al nombre de Juan Nelson.

de marley a wonder Harper nos trajo a Bob Marley a la memoria con la belleza rítmica y acústica de Burn one down, azotó los bailes en las primeras filas con el funk de Fight for your mind y se marcó un bello Alone (“no quiero estar solo”, pidió) que combinó folk en su inicio con una distorsión final fuzz. Siempre en su mundo, tocando (primero) para él, con un planteamiento añejo, como en los 60 y años 70, con largos desarrollos y puentes instrumentales, y solos de todos sus músicos.

El cantante y guitarrista cerró el círculo pop del inicio con otra de sus melodías más amables, la de la vieja pero siempre efectiva Diamonds on the inside, con un aire folk que nos recordó a Dylan. Sabio y sin complejos, demostrando personalidad, nos dijo agur reconociendo más influencias de la música negra con dos versiones: Machine gun, con el fantasma de Jimi Hendrix dirigiendo sus dedos en el mástil, y la rítmica Superstition, de Stevie Wonder.