sondika - La gerontocracia de la música popular, del rock al blues pasando por el folk y el pop, llegó ayer de nuevo a las instalaciones de La Ola, en Sondika, que acogieron la primera jornada de la IV edición del BBK Music Legends, que fue seguida por unas 2.600 personas, según la organización. A la espera de The Beach Boys, cabezas de cartel de la velada, triunfó el estadounidense Paul Collins con su vibrante y energético power pop, repleto de melodías y guitarras infecciosas, que saltó a escena después de los recitales de Suzanne Vega y Anje Duhalde.

Paul Collins, que estaba calvo siendo veinteañero, como Cyril Jordan (Flamin’ Groovies), tiene ya 65 tacos pero su música sigue tan joven, enérgica y vigorosa como cuando tocaba la batería en los seminales The Nerves, antes de grabar uno de los mejores debuts de la historia al frente de The Paul Collins Beat. Así lo comprobamos ayer en La Ola desde el arranque de su concierto, cuando el día dejaba paso a la oscuridad y se plantó con su guitarra frente al micrófono para soltarnos a la cara Let me into your live.

A caballo entre la leyenda del power pop y el currito del rock’n’roll que nunca ha despuntado en listas, Collins se cascó algo más de una hora de música intensa, honesta y burbujeante de melodías y estribillos contagiosos impulsados por la magia de las guitarras eléctricas. Desde la simplicidad y sin afectaciones, pero con la inteligencia de los maestros e imponiéndose a un sonido farragoso y a una voz algo ronca. Con su trío hispano de colegas como apoyo, con el bajista tapando al guitarrista solista Octavio Vinck, apabulló con himnos como Rock?’roll girl o All over the world, junto a canciones igualmente mágicas y rutilantes como Working too hard, Different Kind of girl o rescates de The Nerves como When you find out o Hangin’ on the telephone, popularizada después por Blondie. Demostró que es uno de nuestros rock’n’roll Boys.

Abrió la velada Amann & The Wayward Sons, grupo de rock de raíces estadounidense y ecos psicodélicos liderado el bilbaino Pablo Amann. Y lo hizo, como es habitual a media tarde, ante un público escaso y veterano, curtido en mil batallas, la mayoría desvirgados musicalmente hace décadas con cintas de casete y vinilos con lo más granado del rock de los 60 y 70, que fue creciendo a medida que se sucedieron los conciertos.

vendaval rock Tras coger posiciones con Let it row, Interstellar trip o Flying, incluidas en el debut de Amann, Free soul, saltó al escenario Anje Duhalde, músico euskaldun que desbrozó el camino a varias generaciones de rockeros vascos desde su papel pionero en Errobi y que encajaba como un guante en el cartel “de leyendas” de este festival. Duhalde, veterano que no se prodiga en grabaciones desde hace más de una década pero sigue mostrándose en los escenarios, se rodeó de un trío (con su hijo Mikel a la batería) en una actuación en la que demostró más su pasión por el rock eléctrico que por los sonidos de raíz, tanto de Estados Unidos como de esa Euskal Herria que impregna los versos de sus canciones.

Deudor tanto de Dylan como de Brassens y Xalbador, Duhalde, apoyado en su voz profunda y su guitarra eléctrica, se decantó por su vertiente más rockista con una tormenta de watios desde su arranque con la mítica Gure lekukotasuna, de los tiempos de Errobi, como la aplaudida Nora goaz. En Maitasun nortasuna sacó a pasear su armónica e hizo algún guiño reggae, pero su sensibidad folk y baladística quedó arrinconada con descargas y cabalgadas sónicas a lo Crazy Horse en Gitarra zaharra honekin y Bakezaleak antes de un final aplaudido con Etxeko andre.

Pasadas las 20.00 horas, le llegó el turno a Suzanne Vega, a quien vimos recientemente en el Arriaga como actriz en la ópera Einstein on the beach, de Philip Glass. La estadounidense emergió como una de las figuras del renacimiento del folk a principios de los 80 y abrió veredas a grupos indies con discos de ventas millonarios como Solititude standing. En él se encontraba Luka, un himno que sobrevive tres décadas después por su efectividad pop y su necesidad en la denuncia del maltrato infantil.

Vega logró la unanimidad con su canción bandera, bien secundada por un magnífico guitarrista y a pesar de lo minimalista del formato de dúo y de las molestas conversaciones del público, se impuso con viejas tonadas como Marlene on the wall, la “larga y triste” The queen and the soldier y Tom’s dinner, esta última con gitarra y loops, lejos de la capella del original.