EL Museo Balenciaga ha prestado 27 prendas diseñadas por el modisto getariarra para la nueva exposición del Museo Thyssen-Bornemisza, la primera dedicada al diseñador en medio siglo. Las cesiones del centro de Getaria suponen un tercio del total de las “magistrales” creaciones para una muestra en la que Balenciaga dialogará con pinturas de la tradición española, “una de sus fuentes de inspiración”, según explicó el comisario de la exposición y también patrono del museo, Eloy Martínez de la Pera, que estos días ultima los preparativos -“colgando cuadros”- para la inauguración que tendrá lugar el próximo día 18.

La idea de Balenciaga y la pintura española surgió en 2013, cuando el propio Martínez de la Pera y Sonsoles Díez de Rivera, también patrona del centro de Getaria, tomaron conciencia de que no había habido “una gran exposición muy retrospectiva” en Madrid desde 1973, cuando la Biblioteca Nacional albergó una muestra, un año después de la muerte del modisto.

Además de las vestimentas cedidas por el Museo Balenciaga, la exposición cuenta con préstamos del Museo del Traje de Madrid, el Museu del Disseny de Barcelona, así como de diferentes colecciones particulares.

Balenciaga y la pintura española repasa la relación del modisto con elementos “inspiradores” a través de obras de autores como El Greco, Velázquez, Murillo, Carreño de Miranda, Zurbarán, Goya o Zuloaga, que permiten reforzar, además, la idea de que la “moda siempre ha estado en la historia del arte”.

Las noventa piezas conversan con hasta 55 cuadros, fechados entre los siglos XVI y XX, y ocupan todo el área de exposiciones temporales del Thyssen, unos 800 metros cuadrados. “La idea es explicar cómo influyó la belleza del arte español en sus creaciones”, explica Martínez de la Pera, que trabajó durante ocho años con Hubert de Givenchy, un alumno de Balenciaga que falleció el año pasado. El diálogo entre prendas y pinturas se establece de varias maneras, mediante “elementos conceptuales o a formas, volúmenes, colores, espiritualidad o a simples querencias artísticas”.

El modisto guipuzcoano tuvo desde bien joven relación con el arte, de mano de su madre, Martina Izagirre, costurera que trabajaba para familias adineradas de la zona de Getaria. Entre estas se encontraban los marqueses de Casa Torre -se asentaron en el municipio en 1895, año del nacimiento de Balenciaga-, que frecuentaban el palacio Aldamar, también llamado Vista Ona -anexo al actual museo de Getaria-, y donde, además de descubrir los tejidos y modelos que vestía la elite de la época, Balenciaga pudo acceder a la colección de arte de los aristócratas. Precisamente, la primera parte de la exposición reúne ocho piezas, ahora separadas, de aquella colección que estuvo en Getaria, como los retratos de Carlos IV y María Luisa, “que vuelven a estar juntos 120 años después”.

La muestra sigue con sus referentes, empezando con El Greco y sus colores “fucsias, verdes ceniza, azules cobalto” que le fascinaban y con los que atrapó a la clientela parisina a su llegada a la capital gala.

Después continúa con la pintura de la época en la que Felipe II “tiñó la corte europea de negro”, mientras que para Balenciaga “fue fundamental, arquetípico y estuvo siempre en su imaginario visual”, ya que hizo colecciones en este color siempre tras el fallecimiento de alguien importante en su vida “El negro es fundamental en la exposición. Por eso, las paredes, el suelo y las tarimas son negras”, expone el comisario.

Zurbarán, que representa “la religiosidad”, algo “indispensable a la hora de forjar la personalidad” del modisto, dialoga con obras que emulan las formas de los hábitos de frailes, como el vestido de novia de Fabiola de Bélgica. La siguiente influencia sobre el modisto fue la de Goya y su manera de retratar a las damas de la aristocracia.

balenciaga y zuloaga La exposición comienza con Velázquez y concluye con un retrato “maravilloso” que Ignacio Zuloaga le hizo a la duquesa de Alba en 1921. Martínez de la Pera recuerda que no hay testimonios en primera persona del modisto, ya que apenas otorgó dos entrevistas en su vida, pero a través de terceros se sabe que el getariarra y el donostiarra eran amigos, gracias a la mediación de uno de los párrocos de Igeldo, con quien ambos solían comer.