BILBSO. ENRIQUE Laborde Suárez-Zuloaga no conoció a su bisabuelo, pero siempre ha vivido rodeado de recuerdos y cuadros del pintor vasco. La familia le recuerda como un hombre entrañable, amante de los suyos, que recibía a la gente, incluso a las grandes personalidades, con la chaqueta manchada de pintura.

Con un total de 95 obras, de las que el 60% son inéditas, la retrospectiva que presenta el Bellas Artes de Bilbao con el patrocinio de BBK es fruto de una iniciativa que nació hace 5 años y que, gracias al trabajo de los dos comisarios -Javier Novo, jefe del Departamento de Colecciones, y Mikel Lertxundi, historiador del arte- se ha convertido en un retrato inmenso de la evolución pictórica del artista. Zuloaga (Eibar, 1870 - Madrid, 1945) está considerado uno de los más cosmopolitas e internacionales de su generación y una figura indiscutible de la pintura figurativa. Sin duda, la exposición es uno de los acontecimientos culturales más importantes para este verano.

El pintor se casó con Valentina Dethomas, con la que tuvo dos hijos, Antonio y Lucía. Ésta, casada con Enrique Suárez Rezola, dio tres nietos al artista: Ramón, María Rosa y Rafael. Hace siete años, el legado del pintor se dividió, después de muchas conversaciones entre los tres nietos, Rafael se quedó con el Museo Zuloaga en Zumaia; Ramón, que falleció recientemente, con la Fundación, que ahora lleva su hijo, y María Rosa con el Museo Ignacio Zuloaga del Castillo de Pedraza (Segovia). Los Zuloaga están vinculados a este bellísimo conjunto histórico y monumental desde que, hace casi un siglo, el célebre pintor vasco adquiriera las ruinas del castillo y más tarde lo restauraría y lo convertiría en uno de sus estudios, donde realizó algunos de sus cuadros más importantes de Castilla. En la actualidad, se ha constituido también como fundación y lo llevan María Rosa y los hermanos Eduardo, Enrique y Rocío Laborde Suárez-Zuloaga. Muchos de los cuadros que se pueden ver en la exposición del Bellas Artes han viajado desde Pedraza a la villa.

álbum familiar Para Enrique Laborde realizar un recorrido por la exposición de su bisabuelo es como abrir un álbum familiar. Nada más entrar en la exposición, se detiene ante el cuadro en el que Ignacio Zuloaga retrató a su padre y a su hermana en 1891. “Mi bisabuelo acababa de llegar a París, con apenas 20 años, con poquísimos recursos, y al cabo de cierto tiempo le visitó su familia. Para mí este es un cuadro muy interesante, mi bisabuelo estaba mamando de ese final del impresionismo, de finales del siglo XIX y principios del XX. En esta etapa de juventud pictórica, interpreta esa luz de París y retrata a su padre, Plácido, que era un gran damasquinador, en cuyo taller aprendió sus primeras nociones de dibujo, y a su hermana. Era el comienzo de su aventura parisina, de sus primeros años en la capital francesa, del contexto del París que le recibe...”

retratos Junto a las obras maestras que forman parte de la colección del museo como El cardenal (1912) o el Retrato de la condesa Mathieu de Noailles (1913) se suman a la exposición obras prestadas por colecciones públicas y privadas de todo el mundo, entre las que se incluyen también varias del Museo de Pedraza. Entre ellas, Retrato de mi familia (1934), en las que aparece el propio Ignacio Zuloaga, sentado frente al caballete, con el pincel en la mano, con su esposa, Valentine; su hermano, Antonio Zuloaga; los hijos del pintor, Antonio y Lucía, así como el marido de ésta, Enrique Suárez y Rezola. “Lucía y Enrique, que era bilbaino, fueron mis abuelos. Conocí a mi bisabuela Valentine, aunque era muy pequeño, no tengo recuerdos de ella”, dice Enrique Laborde. El cuadro ha sido prestado para la exposición por el Museo Pedraza “y además de por motivos sentimentales, es uno de mis preferidos; está considerado como uno de los retratos de grupo más importantes de principios del siglo XX”.

Al lado, se encuentra colgado el retrato de Falla, con quien el pintor mantenía una gran amistad. El último encuentro entre los dos artistas tuvo lugar en 1932. El compositor acudió a la inauguración del Museo de San Telmo, en Donostia, y se alojó en la casa que Zuloaga tenía en Zumaia. Éste realizó allí el conocido retrato de Falla que se popularizó al convertirse en la imagen de los billetes de 100 pesetas. “Mi bisabuelo lo acabó y Falla se fue a Argentina, allí murió, no se lo pudo entregar. En Pedraza se guardan las partituras que aparecen en el cuadro, incluso el cenicero...” La afición taurina del pintor fue patente a lo largo de su obra. A Zuloaga le unía una fraternal amistad con Juan Belmonte quien, a petición del pintor, toreó en Segovia y más de una vez en Zumaia. Prueba de esta amistad es el retrato que cuelga en las paredes del Bellas Artes.

Zuloaga fue un gran retratista y encontró en este género una importante rentabilidad económica. Además, realizó una soberbia galería de vagabundos, mendigos, aldeanos, enanos, manolas, gitanas, toreros, picadores, prostitutas, proxenetas, echadoras de cartas, bailarinas, cantantes, cupletistas y traperos de la España negra. “Su éxito en los principales escenarios artísticos internacionales provocó que sus composiciones más emblemáticas terminaran diseminadas por todo el mundo. Esta exposición, con el patrocinio de la Fundación BBK, ha recuperado muchas de esas obras que jamás se habían expuesto, lo que hace esta muestra aun más atractiva todavía. Además, ha ayudado a reposicionar la figura de mi bisabuelo. En el Bellas Artes se refleja esa dimensión universal más allá de sus visiones de la España negra”, explica su bisnieto.