“No me he leído el libro, ni soy capaz de hacerlo”, comentaba Abel Azcona ayer, antes de la presentación del mismo en la librería Elkar Leire. Sin tapujos, reconoce que desarrollar Abel Azcona 1988-2018 le ha enfrentado a una documentación que sabe que existe, pero de la que no es consciente. O tal vez, prefiere no serlo. Porque la edición, como si de unas memorias visuales se tratase, recoge una selección de 90 obras de Azcona y expone, con fotografías, documentos y textos, el abandono y los abusos sexuales que sufrió cuando era niño. La de ayer era la undécima ciudad de su gira de presentación, pero era especial. “Pamplona es parte de mi proceso, está en el libro y, evidentemente, es parte de mí...”, lanza. Y acaba: “Aunque les joda a muchos”.

En casi 400 páginas Abel Azcona ha recogido su vida y su muerte, dice. Bajo la esquela 1988-2019, el artista parte de su nacimiento, una acción performática en su opinión. Y explica: “Mi madre era prostituta y heroinómana e intentó abortar, pero no se le permitió porque estaba en Navarra y Navarra es el Opus...”. Así que concluye que, de haber sido otro lugar, “no estaría aquí”.

A partir de ahí, el libro recoge e intercala el lado biográfico de Azcona junto a su faceta artística y a sus obras, con “datos y documentos que no están en ninguna otra parte”, agrupados en capítulos por conceptos temáticos: abuso infantil e infancia desprotegida, proyectos colectivos, los padres, la muerte como proceso artístico... Cuenta, además, con 10 tipos de papel diferente, en función de las fotografías o temas que recoja el apartado.

De sus 500 obras realizadas, ha seleccionado 90. Algunas son las más conocidas, pero otras, en cambio, no tanto. “Hay piezas pequeñas como The Shadow, un proyecto con el cual terminé llegando a Pederastia, que se hizo tan conocido por las hostias. En The Shadow había 242 casos de abuso pederasta y por eso luego fueron 242 hostias”, cuenta.

Muestra también sus primeras performances, a pie de calle en Pamplona -“todas son muy malas, ahora no haría nada de eso”-, otras tienen que ver con el empoderamiento colectivo como Enterrados, proyecto en el que, al frente al Monumento de Los Caídos, enterró simbólicamente a familiares de fusilados y exiliados en la Guerra Civil, como reivindicación de la memoria histórica.

“Es un compendio de mi vida, de mi obra, de proyectos políticos y críticos y de cómo utilizar el arte como herramienta catártica y de empoderamiento colectivo”, opina de un libro que es “mucho más íntimo que una performance”. Y no duda: “Lo comprará gente del Opus seguro, aunque no lo reconozcan y sea para ver con qué me pueden denunciar”.

la muerte, presente En el libro, Azcona ha plasmado su vida, pero también su muerte. El último capítulo recoge su última obra de 2018, titulada La muerte de un artista, realizada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con la que el navarro permaneció dos horas con una pistola cargada, apuntándole. Había invitado a colectivos religiosos y partidos políticos ofendidos por su trabajo a dispararle. Nadie apretó el gatillo, pero Azcona asegura que la muerte continuará rondando su trabajo.

“Dentro de años habrá una pieza de carga vital en mi vida en la que el cuerpo se quedará ahí”, plantea sobre un hecho que define como necesidad: “Tengo unas ideas muy claras que quiero que queden latentes y cuando el discurso quede así, el cuerpo de Abel Azcona no importará”.

Reconoce también que Abel Azcona 1988-2018 ha sido como cerrar una etapa y que actualmente se encuentra en otro momento. “Estoy en un proceso más personal, mi cuerpo no está tan presente. Me interesan proyectos políticos, ensayos...”, comenta y avanza que uno de sus siguientes trabajos es España os pide perdón: pintará estas palabras en las fachadas de diferentes centros de arte de capitales sudamericanas. “Seguro que Vox me denuncia”, se adelanta.

Título

‘Abel Azcona 1988-2018’.

Editorial

MueveTuLengua.

Páginas

396.

Precio

60 euros.