Bilbao - El cine, que siempre ha sido una de sus aficiones fundamentales como confiesa, se convirtió en su profesión tras embarcarse en un doctorado en la Facultad de Ciencias de la Comunicación y cambiar de vida totalmente. A partir de ese momento, se dedicó a la docencia e investigación en comunicación audiovisual, y han sido muchas las obras que ha escrito a partir de ese momento.
¿Por qué decidió trasladar al papel su ‘afición’ al cine?
-He escrito más de lo que debería porque han sido muchos años. Monografías de cineastas, manuales docentes, libros de teoría... pero este último libro es un poco distinto a los anteriores. Lo he hecho por gusto, y ha tardado once años en salir. Además, la primera idea no fue mía, sino de mi mujer que me incitó a pensar en este tema de la melancolía. He trabajado mucho tiempo en ello y lo he testado en muchos cursos en España y en el extranjero.
¿Cómo recibió la noticia de que había ganado el Premio Euskadi de literatura que concede el departamento de Cultura del Gobierno vasco?
-Lo vi como un cierto reconocimiento al final de mi carrera académica, ya que me jubilé el año pasado en la universidad. El libro premiado, además, es un resumen de mi carrera de aficionado y estudioso del cine, aunque no me he retirado en absoluto.
Han definido la obra como ‘vibrante y precisa y que evita el exceso de erudición a favor de una lectura amable’. ¿Era esa la finalidad con la que había escrito su libro?
-Este libro pone en práctica algo que yo siempre intento explicar a mis alumnos. Este es un libro que tiene muchísimo trabajo, once años, pero he quitado toda la parte de erudición y metodología. Lo que queda es un destilado ensayístico que tiene detrás muchas fuentes de información trabajadas, películas vistas, cuadros contemplados, textos literarios leídos, mucha música escuchada... ya que la melancolía es un tema que atraviesa todas las artes. He intentado hacer un texto desprovisto de andamios. Para hacer un edificio hace falta poner andamios pero cuando hay que habitarlo, los andamios se quitan. Con este libro pasa los mismo: en el resultado final no quedan casi andamios. Lo he hecho un poco por respeto al lector.
Es la primera vez que comienza un libro a partir de algo extra cinematográfico, ¿verdad?
-Sí. Esta ha sido una de mis preocupaciones durante muchos años. Es verdad que he escrito alguna cosa en esa misma dirección pero no ha sido tan sistemática. Generalmente los que nos dedicamos al cine tenemos una visión de él muy cerrada, como si fuera un objeto separado de los demás objetos artísticos. A mí lo que me interesa es exactamente lo contrario, es decir, la manera en la que el cine dialoga con la sociedad en la que nace.
¿En su opinión, que relación tiene el cine actual con el de épocas anteriores?
-A mí me interesan muchísimo esas relaciones, porque siempre las hay. Lo actual nace siempre del pasado. Aunque seamos sumamente desmemoriados y creamos que no hay que mirar hacia atrás, y que nosotros lo estamos inventando todo, no es verdad. Es un tema fascinante el de la afiliación en las artes, saber de dónde vienen las cosas. En este libro también hay referencias a esa idea. El presente no se explica sin el pasado y viceversa. Es decir, nos interesamos por muchas cosas del pasado porque algo en el presente nos recuerda a ello. La historia es una construcción retroactiva. Cada generación tiene que escribir sus cánones y sus historias.
¿Qué debe tener una buena película?
-Al cine yo le pido lo mismo que le pido a la literatura, a la pintura y a la música: que me haga ver algo que yo no sabía. Las grandes películas, las grandes obras musicales... son obras que te hacen ver eso que tu no serías capaz de ver sin que ese artista te lo enseñe. No son muchos los cuadros ni las películas que lo pueden conseguir.
¿Cómo ha evolucionado el cine en las últimas décadas?
-Es una pregunta compleja y que creo que no puedo contestar del todo. El cine es muchas cosas. Es un arte, pero es también un medio de comunicación, una industria económica, pero sobre todo algo que sirve de pretexto para que otras maneras de ver el mundo estudien casos... Es muy complicado. El cine ha cambiado mucho, pero cuando irrumpió el sonoro se pensaba que era el final de una era dorada del cine, que la llegada de la palabra iba a matarlo porque el cine era imagen pura? y no sólo no pasó sino que el resultado fue el contrario. Ahora estamos viviendo el fin de la manera en que hemos vivido el cine. El que llamaríamos el modelo Lumière, un grupo de personas ante una sola imagen, está a punto de desaparecer. Por decirlo en forma de eslogan: antes yo iba al cine, ahora el cine viene conmigo, lo llevo en el bolsillo (en el móvil). La experiencia de cine en sala, esa experiencia religiosa de tomarte el trabajo de ir hasta la sala ha cambiado. Hay otras formas de consumo. Es curioso que al principio del cine Edison proponía un modelo de consumo individualizado, ya que el modelo Edison del kinetoscopio consistía en un espectador que echaba una monedita y lo veía. Las nuevas tecnologías han puesto en crisis el modelo Lumière y han revalorizado lo que yo llamaría el modelo Edison.
¿Cómo ve el cine vasco en la actualidad?
-Es cierto que hace años me ocupé de este tema pero hace muchos años que no me ocupo de él. He visto Loreak, he visto Handia... pero no tengo una visión general de lo que se ha hecho en los últimos años. A mi no me gusta el cine vasco, el cine francés, el cine americano? me gustan las películas, de forma individualizada.
¿Cree que los festivales como el Zinemaldia son importantes para dar a conocer a nuevos directores?
-Sí, pero yo también me acordaría de otros festivales que son más modestos. El Zinemaldia es el buque insignia pero hay mucho otros pequeños, como Zinebi, que cumplen la función de atender a un cine especializado, donde se pueden encontrar cosas extraordinarias. Sin embargo, muchas veces pasa desapercibido. Por eso, yo muchas veces también me pregunto si tras esas colas para ver películas en los festivales, tienen o no repercusión durante el resto del año o es una experiencia puntual que luego no tiene toda la repercusión que debería. Pero lo que es cierto, y es indudable, es que si no existieran, tendría todavía menos repercusión.