uN collar de perlas convertido en la soga de un ahorcado; un columpio que tiene un libro por asiento; una vela cuya llama es una pluma; un castillo de naipes que son puertas y una alcantarilla que ejerce de escurreplatos; una lluvia de horquillas para el pelo sobre un mar de cabellos? Son algunas de las fotografías de un genio, Chema Madoz, capaz de extraer poesía de los objetos cotidianos, tal y como demuestra la deslumbrante exposición antológica Ars combinatoria, visitable hasta el 5 de noviembre en Kutxa Kultur Artegunea de Tabakalera (Donostia).
A través de 70 imágenes en blanco y negro, esta muestra gratuita producida junto a La Fábrica ofrece una panorámica de la trayectoria del fotógrafo madrileño, que por motivos de salud no pudo asistir a la inauguración, aunque confía en hacerlo en septiembre. En su lugar, fue la comisaria de la exposición, Oliva María Rubio, quien hace unos días llevó la voz cantante. Según explicó, el título de esta muestra es un “guiño” al arte de la combinatoria desarrollado en la Edad Media por el poeta, matemático y filósofo mallorquín Ramón Llull, considerado como el “precursor del ordenador”.
Aunque hoy nadie duda de su talento para mezclar elementos al servicio de la emoción, el artista tardó en hallar ese “estilo propio” que le ha convertido en uno de los fotógrafos más auténticos y reconocibles del Estado, Premio Nacional de Fotografía en el año 2000. A finales de los 80, su trabajo se centraba en la figura humana y sus instantáneas guardaban relación con el reportaje callejero. En Tabakalera hay solo unos pocos ejemplos de aquella primera época en la que una crisis creativa le hizo dar un giro de 180 grados. Madoz pensó: “¿Para qué buscar en el exterior lo que está en mi cabeza?”. Y se encerró en su estudio, rodeado de las ideas y objetos que desde entonces protagonizan su mágico universo.
Lo primero que fotografió fue una llave antigua en cuya cabeza iba incluida la propia cerradura. Esa imagen forma parte de la exposición de Donostia junto a otra que el propio autor considera el “detonante” que le ayudó a encontrar su camino: una escalera apoyada en un espejo y cuyo reflejo parece dar paso a otra dimensión. También hay instantáneas con libros, lápices, zapatos, vasos, mapas, cuchillas y otros muchos objetos y elementos de la naturaleza (agua, ramas, hojas, piedras) que, desplazados de su contexto, cobran nuevos y sorprendentes significados.
Según destacó, el artista ofrece “múltiples combinaciones” y “muestra las relaciones escondidas entre los objetos”, al tiempo que “indaga en las trampas de la visión” para abrir “una ventana a nuestra mejor comprensión del mundo y a la imaginación”. A Chema Madoz le gusta “enfatizar la ironía que subyace en los objetos”, que unas veces son encontrados y sin alterar, y otras están manipulados o inventados y construidos por él mismo en su laboratorio. Y, salvo en casos aislados -como la foto de la nube apresada en el interior de una jaula-, jamás utiliza Photoshop.
Más que fotógrafo, la comisaria considera a Chema Madoz “un artista conceptual, un poeta visual o un escultor”. “La fotografía es únicamente un vehículo para plasmar sus creaciones”, aseguró Oliva María Rubio de un creador emparentado con los surrealistas por la “búsqueda de nuevos significados”. “Hay también en estos desplazamientos, metamorfosis, combinaciones o búsqueda de relaciones entre los objetos, una especie de ligereza que se asocia con la idea del juego”, añadió.
En su opinión, los “cambios sutiles” que el artista introduce en los objetos que fotografía suscitan una “extrañeza” pero también cierta “familiaridad”, e incluso consigue “que lo más raro parezca normal, como cuando coloca una sandalia sobre una bota”. Su obra es más bien “dulce” y “blanca”, carece de un exceso de sentido crítico y no se puede calificar de política, aunque a veces se permita apuntar algunas cuestiones de carácter social: la codicia simbolizada en el citado collar-soga, el frasco de perfume convertido en jeringuilla para abordar la cuestión de las drogas, el peso de la fama representado en un podio de cubitos de hielo que se derriten?
Tampoco adopta un estilo crudo u oscuro, salvo en ejemplos como el estuche del instrumento de cuerda que, a modo de ataúd, es depositado en una tumba, o el montón de tierra sobre el que aparece clavada una pala terminada en forma de cruz. En cambio, abundan las obras sobre “la fragilidad del ser humano” en forma de relojes o trenes que nos recuerdan “lo efímero de nuestro paso por el mundo”. Jamás pone título a sus imágenes, que están fechadas por el año, porque “no quiere orientar” la mirada del espectador y prefiere que este recorra el mismo camino que él.
La exposición, por tanto, carece de orden cronológico, y solo en algunos casos las imágenes aparecen agrupadas por temas recurrentes: zapatos, hojas, libros? En el piso superior de Artegunea se ha incluido el fotopoemario que realizó en colaboración con el poeta catalán Joan Brossa, que pidió expresamente trabajar con Madoz, y una selección de portadas de revistas y carteles ilustrados por él. También se proyecta en la sala el documental que le dedicó TVE en 2012.
Ars combinatoria, que hace una década inició su andadura en Rotterdam y que ha pasado por ciudades como Arles, Barcelona, Santiago de Compostela, Salamanca y Estambul, permite comprobar “la gran capacidad de imaginación” de Madoz, que después de 25 años sigue siendo capaz de sorprenderse a sí mismo y de sorprender con hallazgos visuales que llegan a todos los públicos.