ODIAR a Renoir parece ser la última tendencia en el arte. Una asociación está ganando adeptos en las redes pidiendo que se retiren los cuadros del impresionista de los museos norteamericanos. El movimiento de estos haters define la obra del pintor francés de pueril, edulcorada, cursi y empalagosa.

Pierre-Auguste Renoir (Limoges, 1841- Cagnes-sur-Mer, 1919) es el pintor más popular entre los impresionistas. Sin embargo, es el más criticado e incomprendido por sectores intelectuales que quizá confunden el gozo que desprenden sus cuadros con la facilidad y la simpleza. La obra del artista francés va mucho más allá de sus desnudos o sus escenas campestres y festivas, tal como se puede ver en la gran retrospectiva compuesta de 64 obras, procedentes de museos y colecciones de todo el mundo, que bajo el título de Intimidad se muestra hasta el 15 de mayo en el Bellas Artes de Bilbao.

Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, y comisario de la exposición, se encargó ayer de poner al artista francés en el merecido lugar que le corresponde en la historia del arte. “Renoir es un pintor que disfruta de una tremenda popularidad, pero su reputación no pasa por sus mejores momentos entre los historiadores más modernos. Quizás porque fue el primer impresionista en ser aceptado por el público burgués; a partir de mediados del siglo XX y a medida que la modernidad se radicalizaba, Renoir se ha ido convirtiendo en el payaso de las bofetadas del movimiento impresionista. Además, como le ocurre a mucha gente, evolucionó mal con la edad y dijo muchas tonterías en las entrevistas, algunas difíciles de digerir; declaraciones antisemitas, se metió con la democracia, con la sociedad moderna, con la emancipación de la mujer... Los estudios de género aducen que la mujer aparece en su obra como un mero objeto decorativo, y sin embargo, no fue así. Las mujeres ocupan un papel central en su pintura, no son puros objetos inertes, pasivos... A pesar de lo que el propio Renoir dijo, en su pintura leen, piensan, sienten...”.

recorrido La exposición, que está realizada en colaboración con el Museo Thyssen de Madrid, donde se vio el pasado otoño, y está patrocinada por la Fundación BBK, reúne obras del artista francés distribuidas en cinco secciones que abarcan las diferentes facetas de su carrera pictórica: el impresionismo, los retratos de encargo, los paisajes, la familia y su entorno y las bañistas desnudas.

Renoir. Intimidad pone el acento en ese carácter íntimo de sus pinturas, en su celebración de la vida y en su sensualidad exaltada. La figura humana está en el corazón de su obra, no teme la calidez que a otros impresionistas les asustaba. Su hijo, el cineasta Jean Renoir, escribió que su padre “miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo como otros hombres tocan y acarician”.

“El espectador va a conocer al verdadero Renoir, al más íntimo”, anunció ayer el director del Bellas Artes de Bilbao, Javier Viar, para quien esta será su última exposición al frente de la pinacoteca, tras el nombramiento de Miguel Zugaza como nuevo responsable del Museo.

“Hemos querido mostrar no solo las piezas del periodo impresionista, sino todo el resto de su carrera. Renoir fue impresionista solo durante una década, entre 1869 y 1879. A principios de los años 80 del siglo XIX, se alejó del impresionismo, pensó que exponer como grupo no conducía a ningún lado e inició una carrera como pintor independiente, que duró 40 años. Con esta exposición hemos querido reivindicar esa otra trayectoria”, explicó Guillermo Solana.

De su faceta impresionista, se muestran el boceto que hizo para su obra más famosa de esa época, el Baile en el Molino de la Galette, Mujer al piano, Mujer con sombrilla en un jardín y los retratos de Monet y su mujer, entre otros.

Tras el alejamiento del grupo, Renoir se convirtió en un reputado retratista que atraía a clientes adinerados; las obras de esta época son las menos íntimas del pintor. Destaca la serie dedicada a la familia de su galerista, Durand-Ruel. Dentro de esta sección, se presentan también cuadros que, bajo el epígrafe Placeres cotidianos, están dedicados a mujeres concentradas en alguna actividad, como la música, la lectura o la toilette.

A diferencia de la mayoría de los impresionistas, Renoir fue sobre todo un pintor de la figura humana, por lo que sus paisajes de pequeño formato fueron un campo de experimentación de la paleta, un género que le servía de distracción personal. El público podrá ver también vistas de Normandía, Italia, la Costa Azul o la Provenza, donde compartió motivos con su amigo Cézanne.

Desde el nacimiento de su hijo Pierre en 1885, los temas familiares y las escenas domésticas ocuparon buena parte de su producción. Renoir retrató a su mujer Aline, en la obra a pastel Maternidad, a sus hijos en la primera infancia, como Coco tomando sopa o el gran retrato de Jean adolescente inspirado en El príncipe Baltasar Carlos, cazador de Velázquez, que Renoir admiró en el Museo del Prado en 1892.

Además, retrató a otras personas del entorno más cercano, como Gabrielle Renard, la niñera que se convirtió en una de las modelos predilectas y musa del artista. Gabrielle, nacida en un pueblo de Borgoña, era prima de la esposa del artista. Con 16 años, entró a trabajar en su casa para cuidar de su hijo Jean. Sus retratos son algunos de los más sensuales de Renoir.

Gabrielle fue un pilar en su vida y un gran apoyo cuando el pintor, aquejado de artritis, sufrió graves dolores y quedó en una silla de ruedas. A pesar de la enfermedad, no pasó un día en el que el artista francés no pintase, según reconoció poco antes de morir. La propia Gabrielle se encargaba de colocar el pincel entre sus dedos agarrotados por la enfermedad.

bañistas desnudas La exposición se cierra con una sección dedicada a los desnudos, uno de sus motivos predilectos. Las figuras femeninas, de carácter monumental con cabezas pequeñas y cuerpos y extremidades grandes y desproporcionadas, parecen inspiradas por artistas como Miguel Ángel, Rubens o Tiziano y suscitaron la admiración de artistas posteriores como Bonnard, Matisse y Modigliani, que llegaron a visitarlo en su retiro de la Costa Azul francesa.

También suscitó el interés de Picasso que, aunque no fue recibido por el artista francés, compró uno de sus desnudos más representativos para su colección particular, el titulado Bañista sentada en un paisaje, llamada Eurídice.