bilbao - Nadie sabe quién es el aldeano de Bakio que posó para Adolfo Guiard en 1888, mientras se tomaba un pequeño respiro en su tarea. El artista vasco nunca reveló la identidad del protagonista y el óleo ha permanecido en San Diego (California), donde residen algunos de los descendientes de la familia del naviero Ramón de la Sota, propietaria del cuadro.

Pero quizás algunos de los visitantes que acudan al Museo de Bellas Artes de Bilbao hasta el 30 de mayo puedan reconocer a uno de sus antepasados, porque El aldeano de Bakio, una de las obras más emblemáticas de Adolfo Guiard, se expone como Obra invitada en la pinacoteca gracias al patrocinio de la Fundación Banco Santander. “Se trata de un óleo con una gran importancia histórica, no sólo porque se inscribe en un proceso de entrada del impresionismo y la modernidad en el País vasco, sino también porque es de una temática que se ha considerado fundamental”, destacó ayer el director de la pinacoteca bilbaina, Javier Viar.

El cuadro está muy relacionado con los lienzos La siega (1892) y De promesa (1894), que el museo exhibe en sus salas y que acompañarán a El aldeano de Bakio en el tiempo que pase en Bilbao. Los tres pertenecían a la familia Sota, aunque el primero fue depositado en el museo en 1999 y el segundo fue adquirido por la pinacoteca en 2008.

Los cuadros compartieron también historia ya que los tres fueron restaurados juntos en 1947 en París por el pintor vasco Julián de Tellaeche.

adelantado de la modernidad Guiard (1860-1916) fue un adelantado vasco de la modernidad pictórica, una figura clave para entender la modernización artística del País Vasco. El segundo de los ocho hijos de un fotógrafo francés establecido en Bilbao, y de la bilbaina Juliana Larrauri, fue el primer pintor de su generación que viajó a París (1887) -e incluso se adelantó a los pintores catalanes Rusiñol y Casas- después de estudiar en Bilbao con el pintor costumbrista Lecuona y en Barcelona con Martí Alsina. En su estancia parisiense entró en contacto con el pintor Edgar Degas y se relacionó también con Manet y Monet, entre otros, quienes despertaron su interés por el impresionismo. A su regreso, introdujo este movimiento en el País Vasco, por lo que se le puede considerar que inició la pintura moderna vasca.

El espíritu impresionista aprendido de Degas se plasma de forma contenida en la obra de Guiard, que utiliza un delicado dibujo en los primeros planos junto a una pincelada más deshecha en los últimos, y una paleta clara con predominio de los tonos luminosos. Sus ideas renovadoras fueron acogidas con cierta hostilidad crítica en Bilbao; en la presentación de una de estas obras, en 1887, Guiard sostuvo una fuerte polémica con Antonio Trueba, pope local del arte y la cultura tradicional, acerca del impresionismo y sus logros. También mantuvo discrepancias con Miguel de Unamuno, quien le acusó de “aristocratismo”.

En el año 1887 Adolfo Guiard recibió un importante encargo por parte de la Sociedad Bilbaína para pintar tres lienzos. En uno de ellos, describía el nuevo paisaje económico (la ría a la altura de Erandio con numerosos barcos de mercancías y las chimeneas fabriles al fondo), en otro, el nuevo paisaje social (la terraza del Club Marítimo del Abra con tertulias de sobremesa) y en el tercero, el nuevo paisaje urbano (la Estación del Norte con cazadores dispuestos a una jornada deportiva).

Durante este periodo también sintió la necesidad de buscar el contacto directo con la naturaleza. Fue tras su marcha a la localidad de Bakio cuando Guiard se introdujo en una temática distinta a la que venía ocupándole anteriormente, la representación del mundo rural y la atención a las costumbres vascas.

Dos años después realizó a petición de la Diputación un transparente para decorar la Plaza Nueva de Bilbao. En 1890, con su carrera artística ya plenamente consolidada, se instaló en Murueta y al final de esa década trasladó su estudio a Artea, compartiéndolo con Anselmo Guinea. Por estos años entabló relación epistolar, que más tarde sería personal, con el pintor Darío de Regoyos. En 1900 recibió otro importante encargo, los estudios para las vidrieras de la Casa de Juntas de Gernika. Tres años más tarde, en 1903, se estableció en Bilbao,donde pasó los últimos años de su vida.

El Bellas Artes posee una colección representativa de obras de Adolfo Guiard y, entre ellas, algunas de las más emblemáticas de su trayectoria, como El cho (1887), De promesa (1894) y, sobre todo, La aldeanita del clavel rojo (1903). El conjunto incluye nueve pinturas y trece obras sobre papel con diversas técnicas: un cartel taurino, considerado el más antiguo afiche del cartelismo vasco, acuarelas, plumillas, tintas, lápiz y pastel.