Blackstar, el último trabajo de Bowie
Este artículo se publicó en DEIA un día antes de la muerte del artista. Desde aquí, nuestro homenaje
CASI tres años después del excitante The next day, el eterno David Bowie vuelve a sorprender, a sus 69 años, con un nuevo trabajo, Blackstar (Columbia. Sony), marcado por el riesgo y la experimentación. El alienígena británico se va dejando con un disco fiel a su personalidad, marcada por los vaivenes estilísticos y la búsqueda constante, con una colección de canciones de difícil catalogación y alejadas de los patrones del pop y el rock comercial.
Blackstar, que en la portada del disco lleva como título el signo de la estrella, es el vigésimo quinto disco de este británico que esperó a su 69 cumpleaños, que celebró el viernes pasado, para publicarlo. Con Bowie, una de las mentes más preclaras e inquietas de la música popular del último medio siglo, puede suceder cualquier cosa. El autor de discos míticos como The rise and fall of Ziggy Stardust? y Heroes, y bombazos comerciales como Let´s dance, lo mismo decide retirarse de las giras en 2003, cuando su corazón le advirtió que su vida corría peligro, que desaparecer una década para volver, cuando nadie le esperaba, y marcarse un disco magnífico como The next day (2013).
Últimamente parecía que el cuidado de sus múltiples negocios y de su colección de arte le sabe a poco a Bowie, que se estaba mostrando hiperactivo. Blackstar es la prueba palpable, un disco que ha aparecido en formato CD, descarga virtual y vinilo transparente, y que se colocó en el nº 1 de la lista de venta de Itunes en su primer día a la venta en el Estado.
A pesar de que el músico británico ha logrado vender más de 130 millones de discos a lo largo de su carrera, (casi) siempre se ha mostrado ajeno a los patrones comerciales del pop y el rock durante casi medio siglo de exposición pública y artística caracterizada por el riesgo, no solo en el aspecto musical sino también en su relación con la moda y el sexo. Canciones como Space oddity, Loving the alien y Life on Mars, evidencian su carácter de francotirador, de alienígena artístico y predicador lunático ajeno a los lugares comunes.
Y ahí sigue, fiel a sí mismo con su CD nuevo, en el que ha vuelto a contar con Tony Visconti a la producción, colaborador en muchos de sus discos clave. Grabado en Nueva York, sí ofrece novedosas incorporaciones que han acabado por impregnar el sonido de este disco de solo siete canciones de duración extensa. Al frente de ellas está el saxofonista Donny McCaslin, al que acompaña su batería habitual, Mark Giuliana, además del teclista Jason Linder, con un claro pasado en el entorno del jazz. Y durante las sesiones de grabación, Visconti ha declarado que se escuchó mucha música, de estilos tan diversos como el jazz (tradicional y contemporáneo), el kraut rock o el hip hop de Kendrick Lamar, un artista que Bowie venera.
El resultado es inclasificable. Blackstar no suena a jazz, ni a funk, hip hop, pop, rock o electrónica, aunque beba de todos ellos. Suena? a Bowie, a un artista que sigue siendo capaz de engullir, deglutir y asimilar todo, para reconvertirlo en algo propio. Al contrario que su disco anterior, magnífico pero más accesible y que rendía tributo a momentos diversos pero claves en la historia de su autor, el CD actual destaca por su sonido arriesgado y vanguardista, de aire experimental y necesitado de una escucha sosegada.
Con el saxo omnipresente y una oscuridad atrayente como la del último Scott Walker, Bowie reclama atención desde el tema que titula el CD, que ronda los diez minutos y resulta una simbiosis de electrónica, free jazz, falsetes y ritmos diversos que rompen el tema en dos, más pop, con guitarras y teclados al final. El resto no le va a la zaga en riesgo. Tis pity she was a whore, que luce un saxo desquiciante y libre, ofrece una rítmica sensual mientras que Sue (Or In A Season Of Crime) opta por un ritmo acelerado y frenético, de drum&bass con instrumentos reales, y Lazarus es la cara más pop y accesible aunque suene oscuro para un single.
El disco suena más accesible en su recta final gracias a las cuerdas y teclados de Girl loves me, el piano y la melancolía de Dollar days y la balada con caja de ritmos I can´t give everything away, que restan espacio a la presencia del saxo. Disco misteriosamente atrayente por su sonido vanguardista, en sus letras reincide en algunos de los temas habituales de Bowie, de la pérdida amorosa a la muerte, pasando por la redención, el placer y el peligro del autoritarismo. En sus canciones se pasa de la provocación (“lástima que fuera una puta”, canta) a la confesión (“tengo cicatrices que no pueden verse” y “yo también muero”, reconoce), en unos textos surrealistas que combinan las ejecuciones con los sueños y la advertencia de la canción titular, que parece ser una crítica al fundamentalismo religioso de ISIS.