bilbao - El artista bilbaino -“de Abando”, matiza- ha instalado su habitación en su estudio, anexo a la vivienda, y duerme rodeado de sus cuadros. “Yo soy pintor despierto y durmiendo”, confiesa Iñaki García Ergüin, uno de los grandes del panorama artístico vasco, y un autor internacional. “El trabajo y la pintura me hace sentir joven porque la edad no existe. Mientras tengas que hacer algo mañana, no te puedes morir. Y yo tengo muchas cosas que hacer. Cada vez me surgen cosas nuevas, ahora estoy investigando con nuevas texturas”, explica.
La obra de García Ergüin se exhibirá a partir de mañana en una antológica, organizada por la galería Lumbreras y patrocinada por la Diputación de Bizkaia, que ha querido así rendirle homenaje en su ochenta aniversario. La exposición resume y recoge las temáticas más importantes en su vida profesional: los deportes vascos, Bilbao, Bermeo, la música, los puertos, los toros, la ópera, el jazz... En total, 80 de las obras más significativas de su universo iconográfico. “La mayor parte de ellas son mías; no las he querido vender nunca”, dice el pintor.
¿Iñaki García Ergüin nació con los pinceles bajo el brazo?
-Yo no diría que con los pinceles, más bien con las tizas. Recuerdo mis años de niño en la escuela Cervantes, en Bilbao, donde ya destaqué con mis dibujos, pero fue durante mi estancia de cinco años en el seminario, donde viví mi primer contacto con el óleo. En Castillo y Elejabeitia, en Artea, el rector Isidro Larrauri tenía un estudio donde pintábamos varios seminaristas.
¿Recuerda la primera vez que cogió un pincel?
-Tendría 13 años más o menos. Curiosamente, fue un compañero del seminario, Rafael Mentxaka, quien me dejó mi primera caja de pinturas, y quien, años más tarde, me encargó las pinturas de San Antón y la parroquia de San Vicente. Precisamente de esa época expongo una acuarela, Elorrio, con la que se abre esta antológica.
Salió del seminario con 17 años y comenzó a estudiar con Solís. ¿Fue entonces cuando comenzó a tomarse en serio la pintura?
-Compaginaba mi trabajo en Iberduero con los pinceles. Incluso también pintaba pisos en Bilbao con un compañero, con un éxito terrible, tenía muchísimos encargos. Hacía además trueques con mis cuadros para comprar materiales... Eso me permitía seguir pintando.
¿Y cuándo decidió dedicarse por completo a la pintura?
-Tengo que reconocer que fue la propia empresa la que me convenció. Un día me llamó el director de Iberduero, Ricardo Rubio Sacristán, y me dijo: ‘Tú eres pintor y tienes que dedicarte a lo tuyo’. Me echó, pero me concedió una beca para estudiar fuera. No fue fácil tomar la decisión, se acababa de morir mi padre, mi hermano se había ido a África... Pero mi madre me terminó de convencer, me dijo que no podía perder esa gran oportunidad. Viví en París, pero pronto hice las maletas y acabé en la Escuela de Arte de Munich, donde además de aprender alemán, conocí el oficio. Estuve durante tres años viajando entre Bilbao, Alemania y Madrid, donde Ricardo Toja, que ha fallecido hace poco, me organizó una exposición en el Círculo de Bellas Artes. Aquí en esta antológica, se pueden ver algunos de los cuadros que presenté allí.
Pensó incluso en establecerse en Madrid.
-Es cierto. Vendí todos mis cuadros en esa exposición. La verdad es que fueron años buenísimos, se vendía muchísimo. Pero me ofrecieron un estudio, encima de la galería Illescas, en Bilbao, donde exponía asiduamente, a muy buen precio. Y acabé instalándome aquí. No me he arrepentido en mi vida. Empezó a acudir gente a mi estudio a comprarme cuadros y me encontré enseguida teniendo dinero. Vendía mucho también en la Costa Azul, en Saint Paul De Vence, donde vivían Miró y Chagall. La galería que me llevaba por entonces lanzó mi nombre al circuito artístico internacional.
¿Cómo se definiría Iñaki García Ergüin como pintor?
-Yo siempre he huido de las etiquetas, pero hay un denominador común a lo largo de toda mi trayectoria profesional que se puede apreciar muy bien en esta antológica: la paleta es siempre la misma, no he cambiado nunca. Me suelen comentar: “Yo veo un cuadro por ahí y en seguida me doy cuenta de que es tuyo”.
Hay ciudades como Toledo que han ejercido una gran fascinación para usted...
-Cuando era joven, estaba saturado de verdes y necesitaba pintar ocres. Cuando junté mis primeras pesetas, cogí una moto y viajé hasta allí para pintarla, me fascinaba su luz, sus colores... Pinté panorámicas, rincones del interior... Estuve pintando sin parar. Desde entonces tengo Toledo metido en la cabeza. Aquí se pueden ver un cuadro de la ciudad que pinté en 1965 y otros dos, más recientes, realizados en 2012. En estos últimos, ya he incorporado los cielos, otro de mis temas recurrentes.
Coge un tema, una serie, y lo estruja hasta el final, hasta casi la abstracción.
-Me meto en una serie y la hago hasta saciarme, por ejemplo el puerto de Bermeo, Bilbao, la cofradía, un mundo ya desaparecido; el jazz de Nueva Orleans, los toreros, Carmen... Por otro lado, creo que un pintor siempre vuelve al pasado, a aquellas cosas que le llamaron la atención y decide ofrecerlas una segunda oportunidad. Un día me levanto de la cama y me apetece volver a mis series. A veces empiezo muy figurativo, luego, poco a poco, voy eliminado cosas y son más abstractas...
En la exposición se pueden ver tres de sus pinturas negras sobre el jazz. ¿Cómo surgió su afición por esta música?
-Cuando expuse mis cuadros de Toledo en Nueva Orleans en 1972, visitaba con frecuencia el Preservation Hall, donde actuaban músicos de jazz. Me impresionó aquella atmósfera y comencé a hacer dibujos y dibujos. Un día pensé que los tenía que llevar a mis óleos. Empecé a hacerlas en pequeño formato, pero poco a poco fueron creciendo.
¿Y cómo surgió de su paleta esa explosión de rojos, ocres y negros para su serie ‘Carmen’?
-Fue un accidente, un día el entonces director del Arriaga, Luis Iturri, compró un cuadro mío con un cielo amarillo y me dijo: ‘Esto lo vas a convertir en Carmen’. Y así lo hice. Luego creé también la escenografía para la Bohéme, para Manon junto con el arquitecto catalán Carlos Cugat. Al fin y al cabo, la escenografía es como pintar en tres dimensiones.
Usted siempre ha ejercido de bilbaino. No podían faltar en la antológica sus visiones urbanas de Bilbao y temática vasca...
-Me he quedado con pocos cuadros de mi ciudad, muchos los he perdido de vista. Se vendieron y no sé dónde están. Los temas vascos siempre han tenido muy buena aceptación. Recuerdo que cuando exponía en Madrid muchos cuadros no llegaban ni siquiera a las galerías. Había gente esperándome cuando llegaba en coche para verlos y comprarlos. También se vendían estupendamente en Bilbao. Algunos los he buscado, pero no los he encontrado. Recientemente, he hecho un gran mural con una vista panorámica de Bilbao desde el monte Artxanda. Está expuesto para que los bilbainos lo puedan ver.
Los temas de playa han sido también una constante en su pintura...
-Al principio me inspiraba en la playa de Hendaia, pero luego descubrí también la de Papagayo en Lanzarote. Con el paso del tiempo, los cielos han ido ganando espacio a la arena y al mar.
Su obra sigue en plena evolución...
-Sigo investigando, en mis últimas composiciones estoy utilizando el papel arroz , lo que me ha proporcionado una visión diferente sobre la esencia de lo que pinto. Además, ahora mi obra está subiendo a la web 2.0, están digitalizándola para que pueda ser disfrutada a través de la red.
Su hija, Virginia, también ha heredado su alma artística...
-Mi hija Virginia pinta estupendamente. Ella dice que no es pintora, que el pintor soy yo. Pero no es cierto, ella es muy buena. También mi nieto, Ignacio, pasa muchas horas conmigo en mi estudio. Estoy contento de que haya podido inculcar a mi hija y a mi nieto mi amor por la pintura.