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"Los coros son el alma de los barrios y del pueblo vasco"

El fundador y director de la masa coral de la UPV/EHU durante más de dos décadas presentará el viernes un libro que recorre la historia de esta exitosa agrupación

"Los coros son el alma de los barrios y del pueblo vasco"

BILBAO - Han pasado casi cuatro décadas desde que Julen Ezkurra (Izarra, 1930) hiciera sonar las primeras notas de la masa coral de la Universidad del País Vasco, una elaborada partitura que ha ido componiendo junto a los miembros que han formado parte del grupo a lo largo de estos años y que ahora verán reflejada su historia en el libro Esplendor del canto coral. Miembros del coro Cum Jubilo, formado por antiguos alumnos de esta agrupación universitaria, serán los encargados de poner la banda sonora a la presentación de la obra el viernes en Bilbao.

¿Se ocupará de la dirección musical en una ocasión tan especial?

-No, acudiré solo como espectador y dejaré que sea Igone Arteagabeitia quien tome el mando, la que fuera durante muchos años subdirectora de este coro y luego paso a dirigirlo. Trabajamos codo con codo y es la que ha dado continuidad a la línea que habíamos trazado. Además, ella aguanta mejor que yo de pie (risas).

¿Cómo nació la idea del libro?

-Era algo que tenía pendiente desde hace tiempo. Existían muchas fotos, documentos, partituras, historias... había que juntarlo todo porque el coro de la UPV/EHU necesitaba ya que se conociera su historia. A ello se une la gran deuda de gratitud que tengo hacia todos sus miembros, porque gracias a ellos tuve la oportunidad de realizarme como compositor y director musical. Este libro que plasma una aventura muy bonita es mi forma de pagar esa deuda con unos jóvenes que fueron capaces de subirse al escenario del Arriaga para hacer diez óperas, cantaron junto a la BOS o la OSE y acompañaron a artistas de la talla de Plácido Domingo o Ainhoa Arteta.

¿Cuál ha sido el secreto de un éxito tan duradero?

-No lo sé. Además de sus grandes voces y el trabajo constante, quizás tuvo mucho que ver el hecho de que siempre nos hemos sentido como una gran familia, y esa cercanía se manifiesta todavía hoy en día.

¿Cómo fue el inicio de la aventura?

-Guardo un grato recuerdo de los comienzos porque fue una experiencia increíble. Un día fui al despacho del último rector de la Universidad de Bilbao (actual UPV/EHU), Martín Mateo, y le conté que quería formar un coro de estudiantes. Todo el mundo me decía que otros habían intentado hacerlo antes y habían fracasado, pero cuando se lo propuse me dijo que le gustaba mucho la idea y me decidí. Puse carteles por las facultades hacia junio del 1977 y para septiembre ya habíamos empezado a ensayar todos los días al mediodía. Los jóvenes lo cogieron con una ilusión tremenda, algo vieron que les enganchó desde el principio y encima sonaban muy bien. El siguiente verano ya estábamos cantando en Valencia y viajamos por todo el mundo para expandir la música vasca fuera de nuestras fronteras. Hay que tener en cuenta además que muy pocos de ellos habían cursado estudios musicales, era todo de oído, pero tenían buenas voces y el empeño que le ponían era impresionante.

Tantos años juntos esconderán innumerables anécdotas.

-Por supuesto, hemos acumulado miles de ellas. Una de las más antiguas y también de las más bonitas ocurrió en Barcelona, a los dos o tres años de la fundación del coro. En uno de los conciertos actuamos con un coro ruso y cuando estábamos cantando Aurtxoa Seaskan noté algo raro en la cara de los cantantes, tenían una voz cada vez más apagada y me asusté. Cuando me giré hacia el público vi que las rusas se habían emocionado y estaban llorando, y los nuestros eran un reflejo de esa emoción contenida que se generó por la delicada interpretación de la soprano. Fue algo precioso y todavía hoy me emociono solo de recordarlo.

En el año 2000, el entonces director de Cultura de la Diputación Foral de Bizkaia, Koldo Narbaiza, le escribió una misiva en la que calificaba al coro de la UPV/EHU como “referencia obligada en el difícil panorama coral vasco”.

-Yo creo que podía referirse a que era difícil porque había muchos buenos coros y era complicado hacerse un hueco en ese mundo, y mucho más llegar a brillar. Tuvimos una evolución increíble y, siendo un coro de estudiantes, recibíamos halagos de directores y críticos. Por aquella época también ocurrió que, mientras nosotros íbamos cada vez más para arriba, había coros como el de la ABAO o la Sociedad Coral de Bilbao que no pasaban por su mejor momento, y que tras reformarse, consiguieron resurgir con fuerza.

Bilbao siempre ha sido una ciudad muy unida a la música coral.

-Absolutamente. Fuera saben que desde pequeños se nos ha cultivado en la música coral y hay una afición tremenda. Pero la afición de los vascos por la música viene desde el tiempo de los romanos; Estrabón ya decía que el pueblo vasco pasaba la noche cantando y danzando. Ese ha sido siempre el carácter de este pueblo.

¿Y de qué salud goza en la actualidad el ámbito de la música coral?

-Yo diría que es una tradición que sigue vigente hoy en día porque es fundamental en Euskadi, quizás un poquito más débil, pero hay que buscar la manera de reforzarla y mantenerla porque los coros han sido siempre el alma de los barrios y del pueblo vasco. Hay muchos que siguen activos en Bizkaia, y Gipuzkoa también existe un movimiento muy fuerte. Agrupaciones como Kantika Corala y otros coros de Basilio Astúlez son un ejemplo y referente de esa generación actual. Arrasan allá donde van y tienen una magnífica expresión sobre el escenario. Han revitalizado el panorama musical, al tiempo que ofrecen una pedagogía musical que está abandonada en los colegios y que es fundamental para el desarrollo de los niños. Habitualmente se dedican pocas horas a la música, muchas veces fuera del horario escolar, aunque depende mucho del centro escolar.

¿Poseen entonces una sensibilidad especial aquellas personas unidas al mundo musical?

-No hay duda. La música ayuda al desarrollo intelectual y facilita la comprensión y capacidad para realizar otras actividades. Curiosamente, poca gente sabe que la música está emparentada con las matemáticas.

Fue misionero en el Amazonas, estudió Filosofía y Teología... ¿Encontró su lugar en la música?

-Hay una metáfora que me gusta mucho que dice que somos como cantos rodados a los que la vida va puliendo y que damos vueltas hasta que encontramos nuestro sitio. Lo mío con la música fue vocacional y acabó absorbiendo todo lo demás.