José Ramón Amondarain (Donostia, 1964) viene desde hace décadas trabajando en la pintura desde dentro de la pintura, y realizando un discurso interseccionado y fértil entre diversos lenguajes, -pintura, fotografía, collage, escultura- y demostrando ser un autor que continuamente evoluciona y transgrede diversos códigos, siendo siempre fiel a sí mismo y creando una obra sugerente y rica.
Rica por lo que tiene de utilizar 18 fotografías, cuando le conviene, para crear con ellas propuestas dadaístas, asignando nombres de autores consagrados a conchas marinas: Picasso, Duchamp, Beuys... o para realizar un homenaje a Robert Rayman con conchas articuladas y travestidas sobre el plano a modo de escultura.
Rica por lo que tiene de hacedor de lazos de altura, pequeños cráneos articulados por candados de amor y muerte, y articulados con una fotografía pop denominada Batmandarian, con gran carga de ironía.
Rica por su homenaje a Reinhardt, en una bella esculto-pintura, derramamiento de color sobre superficie circular de metacrilato, con mocho superior rosa.
Rica por su Kiefer en el Museo del Prado, mocho de óleo y ceniza sobre aluminio, escultura, pintura e impresión, que dotan a la obra de un fuerte y mórbido contenido. Y que además acompaña a doce anagramas, bajo relieves trazados con los nombres de Dora-mar, Pollock, Beuys... denominada Amar gana.
Pero rica sobre todo por sus tres espléndidos óleos, pintura-pintura, trazados sobre amplias superficies de tela: Entreacto, Verdad, bondad, belleza I y II, excelentes parábolas sobre el hecho de pintar, la pincelada, el trazo, el derramamiento de color y la introspección en el misterio de la propia pintura. Lo logrado ciertamente es rico y enriquecedor para la mente y los sentidos, y viene a demostrar que es mucho lo que queda por hacer en el campo de la pintura y en la intersección de los lenguajes mixtos. Lo mismo vienen a confirmar sus temeras sobre diversos temas, más cercanas al mundo pop y constructivo, muy bien resueltas técnicamente y con un alto grado de valores transignificativos.
Amondarain sigue siendo un sabio reptil, casi anfibio en el mundo de la pintura y de los espacios tanto bi como tridimensionales, pero sobre todo sigue siendo un gran trabajador y un sabio constructor de imágenes siempre sorprendentes, ricas y sugerentes, siempre evolutivas y nada reiterativas sobre sí mismo.