EN el frontón de Abando jugaron el domingo un partido de pelota dos agraciadas jóvenes de aquel barrio?”. Así se referían a las pelotaris en una crónica de 1896, en la revista El pelotari. Los nombres de las estrellas de la raqueta, modalidad en la que destacaron las deportistas vascas, iban precedidos de introducciones del tipo “la fenómeno/la formidable AS -en mayúscula- de la raqueta?”. Francisco Umbral las calificó como “paulovas cubistas” de la raqueta.
Sus retratos, desde los cromos a las fotos promocionales o de prensa, evocaban a las grandes estrellas del celuloide. De hecho, muchas de ellas eran tratadas como tales, sobre todo en Ámerica, donde había gran afición por este deporte. Las canteras de las “señoritas-pelotaris” se concentraban en las escuelas de localidades como Eibar, Tolosa o Mutriku. Sin embargo, “los frontones para la práctica de la raqueta no fueron abundantes en Euskal Herria. Fue en Madrid, Barcelona, Cuba o México donde con mayor entusiasmo se seguían los partidos y donde se encontraban los más entusiastas seguidores de las raquetistas”, subrayan los promotores de la exposición Mujer y pelota vasca, que puede visitarse en la Sala Ondare de Bilbao hasta el próximo 30 de julio. Comisariada por Arantxa Pereda, la muestra se inauguró el pasado año en el Museo Euskal Herria de Gernika, y se prevé llevarla a más salas para dar a conocer la vida y labor de estas mujeres, que aunque gozaron del éxito y la fama al otro lado del charco, en casa no tuvieron tal reconocimiento. Todo lo contrario. “La niña se ha ido a Madrid a servir?”, parafrasea Arantxa Pereda. “Muchas familias ocultaban la profesión de sus hijas; en aquella época (años 40-50), no estaba bien visto que una niña de 13 o 14 años viviera fuera de casa y gozara de independencia económica”, aclara la comisaria, quien apunta que las deportistas con mayor caché podían cobrar “hasta quince veces un sueldo medio”.
Su estilo de vida contribuía asimismo al pasto de las malas lenguas. “Como los partidos terminaban tarde, no madrugaban; se despertaban a mediodía, se ejercitaban un poco e iban de paseo -siempre en grupo y acompañadas de un adulto que hacía las veces de guarda, eso sí- y guardaban buena relación con sus compañeros, así como con otros deportistas”, cuenta la comisaria. “Sin duda, tuvieron privilegios nada corrientes en las mujeres de su época, incluso algunas de ellas simultanearon la dedicación en el frontón con los estudios universitarios”, recoge el catálogo de Mujer y pelota vasca.
Entre las estrellas destacan María Antonia Uzcundu, más conocida como Chiquita de Anoeta, profesional durante 28 años y “primera mujer en recibir la medalla de Mérito al Deporte (en 1965)”, ensalza. Carmentxu La Bolche -“porque se adueñaba de la cancha como una bolchevique”-, Eugenia Iriondo Eibarresa o Conchita Bustindui -“pura dinamita”- son otras de las numerosas protagonistas de esta muestra.
Empero, muchas quedaron lejos de los focos y de las mieles del éxito. Algunas simplemente no valían para la pelota, otras, en cambio, sucumbieron a “la presión del frontón”, apunta. “Entre el público se contaban muchos militares y políticos, y se oían auténticas barbaridades?”.
Pereda reconoce que la mujer “siempre ha estado presente en el frontón”, pero no como una deportista profesional y reconocida, “sino como alguien amateur, o en la contracancha?”, como Carmen Gorospe, quien dedicó 40 años a confeccionar las pelotas que se estrenaban en cada partido. Al término del mismo, se encargaba de quitar la badana exterior y coserle una nueva. “Estas pelotas recicladas se reutilizaban en escuelas o en partidos inferiores”, explica. Parte del material empleado por esta artesana se expone en la Sala Ondare, en una “vitrina-homenaje” a su figura.
Junto a estos objetos también se pueden ver algunos documentos como fichas federativas o seguros deportivos. La comisaria destaca algunas curiosas cláusulas de los contratos, como aquella que exigía que la parte contratada portara consigo al menos dos raquetas o la que indicaba que debía costearse su alojamiento cuando jugara fuera (algo muy habi-tual). Asimismo, las deportistas disponían de dos o tres días de libranza al mes que coincidían con su periodo de menstruación o “de pérdidas fisiológicas”, como señala uno de los documentos expuestos.
Estos textos obedecen a una profesionalización de la que en gran parte fue responsable Ildefonso Anabitarte, puntista donostiarra que “reclutaba” jóvenes de pequeños municipios vascos. Tras un periodo de preparación de unos seis meses, las llevaba por los frontones del mundo.
‘Aquí y ahora’ La carrera de estas deportistas fue tan intensa como breve. La mayoría se casaba a una edad muy temprana y abandonaba la pelota, máxime cuando tenía hijos. “Ser mujer y pelotari era (aún es) difícil, ser madre y pelotari, eso ya resultaba imposible”, admite Arantxa Pereda, una de las artífices del partido-homenaje que se celebró en Gernika el pasado octubre y que reunió a veteranas estrellas y jóvenes promesas de la pelota, como Maider Mendizabal. “Fue un encuentro muy emotivo”, una suerte de reconocimiento tardío a esas mujeres que desafiaron lo establecido y que destacaron por su rapidez en el frontón. “¡La pelota no se veía!”, contaba un testigo anónimo de la época dorada de las señoritas-pelotaris. “Desde entonces no se ha avanzado nada en cuanto a la profesionalización; el mundo de la pelota es difícil en general, pero mientras el hombre puede vivir de este deporte, la mujer, no”, concluye.