cERVANTES decía "aún hay sol en las bardas" cuando al atardecer todavía daba la luz en las hierbas de las tapias altas. Como un sinónimo de esperanza. Ese concepto está en algunas pinturas de Ignacio Ipiña (Bilbao, 1932-2010), pues "hay cuadros que urge pintar con los puños prietos y otros, en cambio, dejando resbalar el sol de Poniente", recuerda su hijo Pablo que expresaba el artista. Pablo es el comisario de la exposición Legado de Hierro, en Rialia (Portugalete, hasta el 8 de junio), y Bilbao, barrio minero, muestra que estará en el Museo Marítimo de Bilbao hasta el día 15 de junio.

La luz es muy importante en la obra de Ipiña, quien, hasta su jubilación y en sus puestos en el Banco de Bilbao y de viceconsejero de Obras Públicas en el Gobierno Ardanza, buscaba todos los ratos libres posibles para pintar. "Le dolía que se fuera la luz...". Su mujer, la poeta Blanca Sarasua, le acompañaba a recodos y paisajes diversos y, mientras él daba enérgicas pinceladas, ella tomaba sus notas.

Los campos de trigo castellanos y todos los recovecos de los barrios mineros y de la vida fabril junto a la Ría de Bilbao fueron retratados palmo a palmo por este letrado algo antropólogo, originando estas dos exposiciones simultáneas en las que "no hay un cielo igual. En él se refleja el alma" de las personas que poblaban y trabajaban el hierro, la mina, coinciden Blanca e Idurre Urquiza, coordinadora de Rialia Museo de la Industria (Fundación Edex).

Así, esos cielos rojos a jirones, o llenos de nubes -como en Tormenta sobre las cinco grúas- pretendían reflejar "el drama, la vida durísima de los que trabajaban en la zona industrial de la Margen Izquierda", apunta Sarasua. Un cargadero que "parece el fantasma de alguien", unas grúas que "se diría que picotean" la proa del buque en el astillero, una ruina que "ni muerta se está quieta"... Blanca e Idurre coinciden en que el creador "muestra por omisión", con esos colores, con esos brochazos fuertes, "la sangre y el sudor" de toda una generación.

Generación que se ha ido acercando por Rialia y sale de la cuarta planta "con la lágrima". "Conocieron o trabajaron en las empresas a pie de la Ría, y recuerdan su declive, y estos cuadros evocan esa extinción", describe una sensible Idurre que reconoce en el autor "rabia" al exponer la muerte de la pujanza de la industria vizcaina, que renace con la esperanza de que se pueda desarrollar más el turismo industrial, como ocurre en otras ciudades europeas.

EXPRESIONISMO

Inmortalizando almas

Con los "puños prietos"

Ipiña, quien trabajó durante décadas en el Banco de Bilbao y fue viceconsejero durante dos legislaturas, trabajó mucho y es menos conocido por la obra que creaba en su tiempo libre, recuerda Agustín Ibarrola. Es posible que esta sinergia entre los museos Rialia y Marítimo -no es la primera vez que maridan- refuerce el conocimiento de un autor prolífico y que pintaba "con mucha pasión", define Blanca Sarasua. Idurre Urquiza está impresionada con la respuesta del público: "Muy poquitas colecciones han generado este sentimiento", y es que los visitantes parten de una primera planta que muestra el esplendor industrial y terminan en una cuarta en la que hay "sangre del hierro" y "cielos de fuego, luchadores, polucionados al máximo". "Los expertos se sorprenden con cómo lograba esta técnica", apunta Idurre. Para Blanca, "era más expresionista "pues se expresaba a través de sus cuadros. Y el alma de esas personas... Para él, el pincel era su pluma".

BROCHAS GRUESAS Y UN LÁPIZ

Las herramientas

La felicidad de la mancha

Con 14 años ya empezó a experimentar con el óleo, pintando paisajes de Orduña, y llamó la atención del pintor Bay-Sala, quien le permitió acompañarle en sus salidas y de quien adquirió conocimientos decisivos. De modo que sus primeros óleos de cierto formato los realizó con 16 años, con nociones de la composición de los paisajes interesantes.

Así lo recapitula Pablo Ipiña, quien ha catalogado la obra emocionada de su padre. Blanca recuerda los "brochazos enérgicos, vivos" que daba Ignacio sobre el caballete, inspirado al aire libre. En Rialia vemos una paleta llena de pintura, junto a unos bocetos, una espátula, un lápiz tradicional, mínimo, sencillo; unos pinceles gruesos, una regla. "Me decía que la primera mancha le hacía feliz. Libre. Luego, los matices le hacían sufrir más", apunta la poeta, quien le decía al artista "eres la persona menos bancaria que conozco".

Desde luego no debía de ser fácil aburrirse con Ipiña, quien, con la complicidad de un amigo, se disfrazó de bombero en 1977 para realizar anotaciones y fotografías en el interior de Altos Hornos de Vizcaya, y de ahí salió una de sus series pictóricas más conocidas. Antes, finalizando sus estudios de Derecho, había mantenido oculto a Carlos Hugo de Borbón en la bilbaina calle Iturribide, para que se forjara como alternativa democrática al franquismo. Episodio fílmico donde los haya, truncado por la sucesión en Juan Carlos I, y que dio origen a su libro Sol en las bardas. La forja oculta de Carlos Hugo. "Su sentido del humor era especial. Era incapaz de contar un chiste pero sus golpes irónicos y ácidos eran de traca", evoca su hijo Pablo.

Desde los años 50 hasta el cambio de siglo abarca la pintura recogida en el Museo Marítimo. Fue durante la carrera cuando Ignacio empezó a pintar en las minas de San Luis y en los barrios mineros de sus alrededores. Su ímpetu y "una firme conciencia social", según Pablo, le llevaron "a abandonar la tranquilidad de los paisajes de Orduña y Delika y a optar por la fuerza en la expresión y en el color. La interpretación del paisaje por el expresionismo".

Con todo, la obra de Ignacio Ipiña abarca incontables panoramas de la Biosfera de Urdaibai, sus caseríos, playazos y ostreras...

Mientras trabajó en política no dedicó tiempo a la actividad expositora y fue a partir de 1998 cuando retornó a ella. En el Museo Marítimo destaca su serie completada sobre los Barrios Altos y los rincones mineros más sorprendentes de Bizkaia. Todos ellos llenos de magnética luz y fuerza. Ipiña estaba influenciado por la Escuela de Vallecas y La Pajarita, pero era un "segador de ismos". Libre.