ENTONCES decidió usted pintar con palabras". El escritor Orhan Pamuk (Estambul, 1952) asiente a la deducción de la periodista Ana Aizpiri. "Efectivamente", contesta el autor de novelas como El castillo blanco, El libro negro y Me llamo Rojo. Premio Nobel de Literatura en 2006, Pamuk participó la tarde del pasado sábado en una de las conferencias enmarcadas en el Festival de las Letras de Bilbao, Gutun Zuria.

Ante un auditorio de la Alhóndiga de Bilbao abarrotado -también lo estaba la sala Bastida-, desveló aspectos de su infancia y de su personalidad, además de reflexionar sobre su país de origen y otros temas de actualidad internacional.

Afable y con un punto de socarronería, el novelista contó que hasta los 22 años de edad se dedicó a la pintura. "Creo que fue a raíz de una paloma que pinté a los 7 años. Mi familia me alentó -¡este niño va a ser el nuevo Picasso!-, y durante un tiempo, me lo creí". Su madre le cedió un piso vacío que hizo las veces de estudio. "Todo el mundo esperaba que fuera un prominente pintor turco", recordó risueño, a la vez que aseguraba desconocer la respuesta a por qué abandonó la pintura: "Ni pintor ni arquitecto, quiero ser escritor", esa fue su resolución final.

Empero, no apartó del todo este arte de su vida, pues en Me llamo Rojo, su obra más "colorida y optimista", en palabras del propio autor, refleja "la alegría" de pintar, "un gozo que conocía de corazón", puntualizó. La novela muestra cómo eran los ilustradores otomanos en 1591, a través de los cuales elabora un mural donde retrata sus consideraciones acerca del amor, la muerte o el propio arte. "Por aquel entonces Shakespeare estaba vivo, y me pregunté: mientras este escritor británico escribía, ¿qué acontecía en Turquía?".

Para él, la pintura islámica es en mayor parte "ilustrativa" y, en comparación cuantitativa con la occidental, "es una habitación pequeña, pero interesante". Lamentó que la cultura visual islámica "esté mejor conservada en Occidente que en Oriente".

museo de lo cotidiano La periodista Ana Aizpiri se interesó por si el escritor había tenido ocasión de visitar los museos de la villa, a lo que Pamuk respondió: "He visitado el Guggenheim y me ha parecido maravilloso, pero creo que para ver cuadros disfrutaré más con el museo antiguo", ironizó en alusión al Bellas Artes. "Cada vez que veo un cuadro, me siento más joven", aseveró el novelista, convencido de que "ver es ser" y de que el mayor placer de este mundo es, precisamente, "ver cosas". En un gran homenaje a las pequeñas cosas, Pamuk ha llevado a la realidad su novela El museo de la inocencia. Se trata de una colección de objetos cotidianos, y cada uno de ellos alberga una historia. "En mis viajes solía ir mucho a museos pequeños, me encantaban. Parecían novelas donde individuos creativos deseaban dejar su impronta para la posteridad". El museo abrió sus puertas en Estambul en 2012, y el escritor se mostró satisfecho e ilusionado al hablar de su "ambicioso" proyecto, para cuya financiación, admitió, ganar el Nobel "fue de gran ayuda".

La vida es contradicción Pamuk alude a la palabra turca hüzün (melancolía) para evocar su niñez. "Viví mi infancia entre las ruinas del imperio otomano: casas de madera, una escuela a punto de derrumbarse? Todo aquello me despertaba nostalgia, melancolía. Ahora Turquía no tiene nada que ver, es rica". Asegura estar "enamorado" de su país, si bien esa relación romántica nace fruto de la contradicción. "Como diría F. Scott Fitzgerald, si crees firmemente en dos ideas contradictorias, puedes escribir una gran novela. A mí me ocurre algo parecido, que he reflejado en los protagonistas de mis historias: cuanto más creo en los valores occidentales (democracia, libertad, feminismo, etc.) al mismo tiempo más deseo pertenecer a mi nación. La vida es ese choque, la vida es contradicción", razonó.

Ama Turquía y, sin embargo, reconoce que es un país "donde los problemas no acaban nunca". También ironiza sobre la identidad turca: "El elemento fundamental de la identidad turca es reflexionar sobre qué es la identidad turca". Su particular consideración a este respecto se produjo cuando sus obras empezaron a traducirse a otros idiomas. "Entonces comencé a tomar conciencia de qué era ser un escritor de Estambul".

Alude a Nietzsche para definirse como "un historiador débil, esto es, aquel que escribe sobre sus propios recuerdos". Familiarizado con conceptos como la introspección -"vivir como un ermitaño"- y "la nobleza del fracaso", concibe el amor no en un pedestal idealizado, sino más bien "al estilo Proust", es decir, "lo que ocurre en realidad": celos y negociación. "En Estambul, en los 70, el amor implicaba duras negociaciones".

En respuesta a una pregunta del público (¿cómo puede la literatura ayudar a terminar con la corrupción?), Pamuk fue clarividente: "La corrupción es inherente a la condición humana. Como escritor, lo único que puedo hacer es quejarme y firmar peticiones". Ello no obsta a reivindicar la pasión de este pintor con palabras: "La literatura me hace feliz".