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La pintora Ana Mari Marín (Elizondo, 1933) presenta en el parque de la Ciudadela de Pamplona un centenar de óleos y acuarelas, pertenecientes a diversos momentos de su ya larga producción pictórica, cerca de sesenta años. Su afición se despertó al conocer al pintor vizcaino Ismael Fidalgo, se formó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y se consolidó en contacto con Menchu Gal, Jorge Oteiza y los pintores del Bidasoa.
Mujer comprometida en muchos aspectos con su valle del Baztán, y con Elizondo, ha ido trazando a lo largo de su trayectoria un largometraje paisajístico de casas y caseríos, de torres e iglesias, envueltas en verdes y rojizas montañas, entreveradas entre árboles y vaguadas, envueltas en curvas y en verdes y azules, en colorados y naranjas. Ana Mari Marín ama el color, como los fauvistas, como expresión de estados emocionales, pero sin tantas estridencias ni alharacas.
Ella es sobre todo una pintora de tonos, de empastes, de pinceladas de color curvo, contrastadas con fuertes trazos de color vibrante, que se utilizan como contrapunto y como grito de alegría y de gozo del alma.
Ana Mari siente ante todo el paisaje, el paisaje de su valle, de su pueblo, de Navarra. Pero tampoco le hace ascos al paisaje de Castilla, al del País Vasco, ni al de La Rioja, Andalucía, ni al de Rusia, ni al de Londres. Quisiéramos hacer mención a algunos de sus mejores logros: Amaiur, Campos de Elizondo, Manzanos de Errazu, Bearzun en Elizondo, Montes de Azpilicueta, Elizondo, Parroquia de Santiago, Gorramendi, Nieve en Aniz. En ellos logra Marín equilibrio, ritmo y color bien contrastado y elaborado. Su paisaje, en general, es de concepción plana, y a la manera de Dufy, uno de los grandes fauvistas, en momentos se torna algo ingenuo, y en otros más culto. Marín ha visto mucho por todo el mundo, pero ella conecta sobre todo con los pintores del Bidasoa, con los que comparte amor a la tierra y sintaxis postimpresionista: Portillo nevado, Barcos en Hendaya, Montignac, se mueven en esta línea.
sinfonías Tampoco le hace ascos al retrato, género mayor, en el que nosotros creemos no alcanza tantos logros como en el paisaje: Oteiza, su amona, Fely Tranche, Marisa Larriu, ni tampoco en las figuras de tunturros del Valle, caseros, curas, personajes carnavaleros. Mejor resulta en sus Bodegones o Naturalezas muertas, en las que los ritmos y fuertes colores en flores y objetos alcanzan notables sinfonías y ritmos ondulantes: El violinista, Bodegón Elisa, en ellos traza acertadas composiciones y lirismo.
En la exposición hay dos magníficas acuarelas, Txokoto y San Sebastián, llenas de encanto y buen hacer, pero nosotros echamos de menos en esta muestra una mayor cantidad de ellas, en las que Marín siempre ha conseguido notables aciertos, logrando gratas y musicales armonías tanto compositivas, como de gestos curvos, plasmando un paisaje cuasi musical, cargado de poesía y de acentos líricos. El espectador goza con ellas, y las echa en falta en el conjunto de esta hermosa muestra de toda una vida.
Zorionak Marín!