bilbao

la directora getxotarra Izaro Gonzalez Ieregi ha rodado un documental experimental sobre la identidad vasca, la mujer y el baserri. En 81 amama ha recogido los testimonios de 14 abuelas y 4 nietas desde el punto de vista de género. No son familiares entre ellas, pero eso no importa. De una forma o de otra, todas han mantenido alguna relación con el ambiente rural y, por ello, la directora las ha convertido en objeto de estudio con el fin de explicar cómo ha sido la pérdida del modo de vida tradicional. Una de las conclusiones afirma que de la realidad de aquellas abuelas -que fueron responsables de transmitir la cultura-, a la realidad de las nietas se ha dado un giro de 360 grados. Mediante el documental, Gonzalez no trata de dar respuestas, sino que invita a la reflexión sobre las razones de esa rotación; la próxima ocasión para meditar sobre su planteamiento será éste sábado en la Zinema Bilera de Lekeitio.

La idea de rodar el documental surgió de una necesidad personal de la cineasta getxotarra. A pesar de que su abuela fue baserritarra, debido a la persecución de la dictadura, "fue un claro ejemplo de la interrupción cultural". Con ella tuvo las primeras conversaciones sobre cómo se está perdiendo el modo de vida tradicional, y fue entonces cuando le surgieron los primeros interrogantes. Al mismo tiempo, dio con una de las hipótesis que defendía Jorge Oteiza en Quosque Tandem: "En Euskal Herria, desde el Crómlech Neolítico, hasta el momento en el que escribió el libro, Oteiza afirmaba que había pasado una seguida de 80 relaciones entre abuelas y nietas". Gonzalez explica que, partiendo de ese supuesto, su propuesta inicial fue la de continuar con la idea del escultor oriotarra y de ahí viene, precisamente, el nombre del documental; ya que la joven getxotarra se centra en el estudio de la generación número 81.

Oteiza concedía a las abuelas el papel de albergar la suma de la memoria tradicional y, a pesar de no estar de acuerdo con algunas de las premisas del escultor, en ese sentido Gonzalez opina que se debe dar continuidad al camino emprendido por el oriotarra. "En Euskal Herria ha habido una interrupción cultural y, a menudo, el imaginario relacionado con los vasco se ha reducido a imágenes bucólicas y a imágenes de la lucha", opina la directora. De hecho, para corroborar su idea propone un ejercicio: tratar de representar lo vasco a través de cuatro imágenes. La directora incide en la necesidad de crear un imaginario adecuado, algo indispensable "para comprobar que hay otras formas de ser y dar ocasión a que la gente pueda tener cosas en común". Su discurso visual, de hecho, se dirige en esa dirección.

81 amama es un intento de entender "la transmisión de la cultura y la condición de ser vasco", mostrando "el proceso de desarraigo y planteando formas de vida diferentes". Gonzalez asegura que no es posible pensar en una identidad firmemente unida a la historia, ya que es variable. "La identidad de Euskal Herria se ha formado a través de la historia y las representaciones que se han hecho de la misma, pero no creo que hayan obrado a nuestro favor, por eso opino que es necesario crear un imaginario nuevo". De hecho, uno de los motivos para defender dicha convicción es, por ejemplo, la representación simbólica perjudicial que históricamente se ha realizado de la mujer, a la que a menudo se ha tildado de bruja.

reflexividad en la memoria La directora getxotarra señala que la cultura vasca está basada en la dualidad, ya que la figura de la mujer parte de los mitos y, a la vez, persiste la creencia, en la Euskal Herria mitificada, de la existencia del matriarcado. Gonzalez nombra a Caro Baroja, Barandiaran, Aranzadi y Ortiz-Oses como los grandes investigadores en torno a la mitología. "Toda la construcción simbólica sobre la mujer de baserri la han realizado hombres", observa. "Muchas veces los mitos ocultan realidades que se han dado, como violaciones, incestos o condiciones pésimas de trabajo", añade. Sin embargo, la getxotarra asegura que el debate de si hubo o no matriarcado no le interesa, si no el uso que se ha hecho de esos mitos. "¿Queremos continuar así?", se cuestiona Gonzalez.

En ese sentido, alude a la importancia del género documental. "Para que un pueblo tenga memoria es necesario el cine documental, ya que funciona como depósito de ciertas vivencias", asegura. A pesar de ello, afirma que no definiría su trabajo con la palabra "depósito", sino que prefiere considerarlo "una herramienta para trabajar la reflexividad en la memoria de cada uno". Dentro de ese ámbito, la joven cineasta reconoce que lo que más le interesa es buscar las contradicciones y las semejanzas que se dan en la memoria. En sus indagaciones, Gonzalez se ha sorprendido al encontrar numerosas similitudes en las introspecciones realizadas por las abuelas y las nietas.

De hecho, el discurso del documental se ha construido en base a las analogías realizadas a través de los testimonios; no obstante, en el montaje se han obviado las similitudes para ofrecer un alegato mejor aún. La experimentación del trabajo -con una edición no lineal, fotogramas que se superponen y efectos sonoros-, parte de la intención de hacer predominar la imagen sobre la palabra. De ahí la importancia otorgada a la simbología que se intenta transmitir en este documental, que "parte de la premisa de que la realidad es una construcción". De la misma forma, señala que los sentimientos que tienen tanto las abuelas como las nietas se convierten en realidad, así como se va tejiendo la relación sentimental entre ellas. Al fin y al cabo, ellas "no son abuelas y nietas de forma individual, son las abuelas y las nietas de un pueblo", considera.